–Pero Saso,
que te puede dar algo – acertó a decir Juan, quien después de bastantes años se
decidió a utilizar el apelativo cariñoso con el que era conocido el alcalde
villero, cuando lo vio llegar a su lado sudoroso y con mala cara.
–Menos mal
que te columbro, Juan. ¿Has visto a Paco?
–Estaba hace
un rato en su despacho hablando con Eduardo y planificando los actos del primer
aniversario de la Casa
de la Juventud.
–Búscalo y
dile que venga a hablar conmigo. Corre, antes que esta válvula me juegue una
mala pasada. Creo que lo tendré que dejar antes de lo previsto.
–¿Cómoooo?
–Comiendo y
pa´l payo va. Venga, espabílate. Tantos lustros conmigo y todavía no sabes que
cuando me da, me da. Tira.
–Vale, ya
voy.
Dóniz salió enfoguetado
por el pasillo del noble edificio. Sólo disminuía el paso cuando se encontraba
con algún funcionario. Al que, inexorablemente, preguntaba:
–¿Has visto a
Linares?
Nadie, de los
tres con que se cruzó, pudo darle norte del primer teniente de alcalde y
sucesor in pectore del que se creía sempiterno Valencia. Solo restaba la
convocatoria de la sesión plenaria tras la confirmación unánime del comité
local. Y que, de rebote, le daría a él la posibilidad de escalar un peldaño en
el organigrama político del Consistorio. Que se lo merecía por haber
permanecido a la sombra acometiendo cuantas funciones le hubiesen confiado. Y
sin rechistar.
Bajó las
escaleras, cruzó la plaza en la que aún se vislumbraban unos miligramos de los
restos del monumental tapiz, y se dirigió a la biblioteca. Se le había metido
en el magín que podía hallarse allí.
–Sí, hace
unos diez minutos estuvimos planificando una nueva adquisición bibliográfica
–le indicó el encargado de aquella dependencia–, pero salió disparado para el
baño por un retortijón inoportuno…
–Déjalo, por
allí viene.
Efectivamente.
Desde la puerta que se hallaba al fondo a la izquierda (WC), con cierta
parsimonia y cara de felicidad, avanzaba lentamente Francisco, al tiempo que se
abrochaba el cinto y se ajustaba aquellos pantalones cantosos con los que de
vez en cuando sorprendía a propios y extraños. Los de hoy, color verde
esperanza tirando a pistacho de tira pa´tras, se habían vuelto más frecuentes
desde que Isaac sufriera el fallo de corriente en la mismísima calle de La Carrera, muy cerca del
edificio en el que había ‘habitado’ estas tres últimas décadas. Y tras la convalidación
oficial antes aludida, por lo menos en diez ocasiones, pensó el que pasaría a
ser segundo de a bordo (que para eso era concejal de Hacienda y responsable de
los números y de la economía), se los he visto puesto. No tanto en las horas
ejecutivas como en las orgánicas. En estas últimas incluía no solo las
reuniones partidarias sino también los viajes con los viejitos por tierras del
norte peninsular. Parece que se está olvidando de los de color naranja…
–Tenemos que
estar con la gente, Juan. Cercanos, escuchar sus problemas, poner buena cara. Y
si hay que dar el cante, o no ves mis calzones, se da y punto. Todo sea por una
buena causa.
–A mí me lo
vas a decir. O es que ya te olvidaste cuál es el distrito en el que más votos
sacamos…
Casi en voz
alta pensaba, que no se percató de que el edil de cultura ya se encontraba a su lado una vez colocada la vestimenta en
el lugar adecuado.
–Isaac quiere
hablar contigo. ¿Por qué tienes el móvil apagado?
–…
–¿Qué le pasa
a tu móvil, Francisco?
–¿Qué? ¿Cómo?
¡Ah!, hola, Belén. ¿Decías algo?
–¿Tú te
encuentras bien?
–Sí, creo; es
que se me fue el santo al Cielo por un segundo.
–Debes
tomarte unos días de vacaciones, desconectarte; te esperan hitos difíciles que
tendrás que afrontar con renovados bríos en esta singladura…
–Ños, Belén,
qué bonito te quedó.
–Por cierto,
Isaac me dijo que quería hablar contigo.
–¿Dónde está?
–En la
ferretería, comprando una manguera para el gas. Quiere que des con él en el
Sabor Canario.
–Voy.
En el corto
trayecto que debía recorrer, Paco pensaba que si había llegado el momento, su
momento. Sería buen detalle del alcalde haber elegido el mismo lugar en el que
la ‘máquina’ le había avisado para la desconexión. Una loseta o baldosa con
menos cemento del requerido le hizo dar tremendo traspiés que lo llevó casi al
centro de la calle. El brusco frenazo del Hyundai Terracán evitó lo peor.
–¿Qué te
pasó, Francisco?
–Chacho,
Jesús, chiquito tropezón me di en esa jodida acera. Casi me mato.
–No, casi te
mato yo.
–Bueno, ya
hablamos. ¿Tienes algo escrito?
Las pitas, al
unísono, de los tres vehículos que estaban esperando interrumpieron la breve
conversación.
–Este estar
flotando, este vivir sin vivir en mí, esta antesala en la que aguardo la buena
nueva definitiva, esta ensoñación cuasi persistente me trae por el camino de la
distracción más absoluta… ¿Será hoy el día del tan ansiado y solemne instante? Que así sea, Virgen del Carmen.
¡¡¡Tengo unos nervios!!!
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