martes, 16 de julio de 2013

La sucesión

–Pero Saso, que te puede dar algo – acertó a decir Juan, quien después de bastantes años se decidió a utilizar el apelativo cariñoso con el que era conocido el alcalde villero, cuando lo vio llegar a su lado sudoroso y con mala cara.
–Menos mal que te columbro, Juan. ¿Has visto a Paco?
–Estaba hace un rato en su despacho hablando con Eduardo y planificando los actos del primer aniversario de la Casa de la Juventud.
–Búscalo y dile que venga a hablar conmigo. Corre, antes que esta válvula me juegue una mala pasada. Creo que lo tendré que dejar antes de lo previsto.
–¿Cómoooo?
–Comiendo y pa´l payo va. Venga, espabílate. Tantos lustros conmigo y todavía no sabes que cuando me da, me da. Tira.
–Vale, ya voy.
Dóniz salió enfoguetado por el pasillo del noble edificio. Sólo disminuía el paso cuando se encontraba con algún funcionario. Al que, inexorablemente, preguntaba:
–¿Has visto a Linares?
Nadie, de los tres con que se cruzó, pudo darle norte del primer teniente de alcalde y sucesor in pectore del que se creía sempiterno Valencia. Solo restaba la convocatoria de la sesión plenaria tras la confirmación unánime del comité local. Y que, de rebote, le daría a él la posibilidad de escalar un peldaño en el organigrama político del Consistorio. Que se lo merecía por haber permanecido a la sombra acometiendo cuantas funciones le hubiesen confiado. Y sin rechistar.
Bajó las escaleras, cruzó la plaza en la que aún se vislumbraban unos miligramos de los restos del monumental tapiz, y se dirigió a la biblioteca. Se le había metido en el magín que podía hallarse allí.
–Sí, hace unos diez minutos estuvimos planificando una nueva adquisición bibliográfica –le indicó el encargado de aquella dependencia–, pero salió disparado para el baño por un retortijón inoportuno…
–Déjalo, por allí viene.
Efectivamente. Desde la puerta que se hallaba al fondo a la izquierda (WC), con cierta parsimonia y cara de felicidad, avanzaba lentamente Francisco, al tiempo que se abrochaba el cinto y se ajustaba aquellos pantalones cantosos con los que de vez en cuando sorprendía a propios y extraños. Los de hoy, color verde esperanza tirando a pistacho de tira pa´tras, se habían vuelto más frecuentes desde que Isaac sufriera el fallo de corriente en la mismísima calle de La Carrera, muy cerca del edificio en el que había ‘habitado’ estas tres últimas décadas. Y tras la convalidación oficial antes aludida, por lo menos en diez ocasiones, pensó el que pasaría a ser segundo de a bordo (que para eso era concejal de Hacienda y responsable de los números y de la economía), se los he visto puesto. No tanto en las horas ejecutivas como en las orgánicas. En estas últimas incluía no solo las reuniones partidarias sino también los viajes con los viejitos por tierras del norte peninsular. Parece que se está olvidando de los de color naranja…
–Tenemos que estar con la gente, Juan. Cercanos, escuchar sus problemas, poner buena cara. Y si hay que dar el cante, o no ves mis calzones, se da y punto. Todo sea por una buena causa.
–A mí me lo vas a decir. O es que ya te olvidaste cuál es el distrito en el que más votos sacamos…
Casi en voz alta pensaba, que no se percató de que el edil de cultura ya se encontraba  a su lado una vez colocada la vestimenta en el lugar adecuado.
–Isaac quiere hablar contigo. ¿Por qué tienes el móvil apagado?
–…
–¿Qué le pasa a tu móvil, Francisco?
–¿Qué? ¿Cómo? ¡Ah!, hola, Belén. ¿Decías algo?
–¿Tú te encuentras bien?
–Sí, creo; es que se me fue el santo al Cielo por un segundo.
–Debes tomarte unos días de vacaciones, desconectarte; te esperan hitos difíciles que tendrás que afrontar con renovados bríos en esta singladura…
–Ños, Belén, qué bonito te quedó.
–Por cierto, Isaac me dijo que quería hablar contigo.
–¿Dónde está?
–En la ferretería, comprando una manguera para el gas. Quiere que des con él en el Sabor Canario.
–Voy.
En el corto trayecto que debía recorrer, Paco pensaba que si había llegado el momento, su momento. Sería buen detalle del alcalde haber elegido el mismo lugar en el que la ‘máquina’ le había avisado para la desconexión. Una loseta o baldosa con menos cemento del requerido le hizo dar tremendo traspiés que lo llevó casi al centro de la calle. El brusco frenazo del Hyundai Terracán evitó lo peor.
–¿Qué te pasó, Francisco?
–Chacho, Jesús, chiquito tropezón me di en esa jodida acera. Casi me mato.
–No, casi te mato yo.
–Bueno, ya hablamos. ¿Tienes algo escrito?
Las pitas, al unísono, de los tres vehículos que estaban esperando interrumpieron la breve conversación.
–Este estar flotando, este vivir sin vivir en mí, esta antesala en la que aguardo la buena nueva definitiva, esta ensoñación cuasi persistente me trae por el camino de la distracción más absoluta… ¿Será hoy el día del tan ansiado y solemne instante? Que así sea, Virgen del Carmen. ¡¡¡Tengo unos nervios!!!

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