No
transcurría por idílicos derroteros aquella reunión en el despacho de la
alcaldía portuense. La convocatoria, al menos en esos primeros veinticinco
minutos, no respondía al interés que la primera autoridad municipal había
pergeñado cuando dictaba las instrucciones precisas a su secretaria acerca de
cómo debía contactar con los que ahora se hallaban sentados ante él. Algo
estrechos, pues hubo que trasladar cuatro sillas de la antesala para que la
totalidad de la concurrencia contara con un espacio en el que depositar sus
anatomías. Algunas bastante abultadas, por cierto. El cierre de las dos
ventanas exteriores, por temor a las filtraciones –y no por las humedades
propias de la zona– que en El Puerto podían correr como la pólvora, provocaba
ya la clásica sensación de agobio del Salón Noble durante las tediosas sesiones
plenarias o las lecturas de pregones, amenos pero un pelín extensos.
–Qué me
importa a mí que Isaac y Ricardo hayan decidido marcharse…
–Pero Marcos,
razona –insistía Sandra, casi arrojando la toalla–. No te das cuenta de que la
situación es bastante complicada. Fíjate que en El Realejo ya se les fue de las
manos y el enfrentamiento está en los medios de comunicación, en la calle.
–¿Y qué
quieren? ¿Tirarme por El Penitente a la marea? Háganlo y verán que se llevan
una sorpresa.
–No te
entiendo. Además, nadie pretende marginarte…
–No, qué va;
no se te nota nada. Una vez aparcado yo, el camino lo hallarás expedito. Pero
resistiré como si en ello me fuera el sueldo; perdón, la vida. Y si quieren
tirarme…
–¡Otra vez!
Tú no estás hoy muy católico. ¿Viste anoche El chanchullo?
–¿Y a qué
viene eso ahora, a cuento de qué? Claro, como tienen a Lope de protector,
después de lo que yo he hecho y he cedido ante peticiones inverosímiles, ya les
estorbo. Otros que también quieren tirarme. Y no sería la primera vez, que yo
llevo mucho tiempo y sé mucho de las historias, dimes y diretes de este pueblo
marinero.
–Por eso,
Marcos, por eso. Y la gente ya está cansada. Pero me tienes intrigada con la
insistencia de arrojarte al mar, parece que lo deseas.
Ledesma,
Luismi y Lope, en representación de los populares portuenses-realejeros, se
miraban extrañados ante aquel cruce dialéctico entre sus socios
gubernamentales. El resto de ediles nacionalistas tampoco abría la boca. Bueno,
uno sí, cuyo nombre no estoy autorizado a desvelar, pero fue para bostezar. Sin
ruido de acompañamiento, menos mal.
–Esto no es
un problema del equipo de gobierno –se atrevió a manifestar Sebastián– sino que
lo intuyo como una cuestión de sucesión entre ustedes. Y está muy mal que
debatan sus diferencias delante de nosotros. Deberían tomarnos como modelo de
cierre de filas en torno a nuestro jefe supremo…
–Cállate, que
también estás bonito con el follón que me armas con el muro de San Telmo. Que
hasta Melecio está peleado conmigo. Y el otro que me tiene frito con tanto
gasto de teléfono. Y tú no te rías –se dirigía a Lope Afonso–, que los concursitos
de belleza que patrocinas no los ven ni los familiares de las candidatas.
Bueno, y de los candidatos, que este mundo ya no hay quién lo entienda y cada
vez se parece más a un mariposario. Como el de Icod está cerrado…
–Modérate un
fisco, Marcos –la voz de Marrero salía de su garganta en un tono menor parecido
al de ciertos pasajes del Ave María de Chago Melián–. Como lo estamos mezclando
todo, mejor sería que lo dejáramos y nos reuniéramos por separado…
–No, no y no.
Si estamos aquí, hoy me van a escuchar. Llevo en esto desde los años setenta y
nadie me va a enseñar cómo debo llevar los temas. Y me iré cuando a mí me dé la
gana, ni un segundo antes. Después, puede ser.
En un
instante en el que Brito bajó la cabeza, juntó sus manos sobre los botones de
la camisa y pareció entrar en uno de sus tantos momentos de embeleso, los unos
y los otros cruzaron miradas y parecieron ver esfumadas sus esperanzas de
conjura.
–Si al menos
estuviera aquí Carlos Alonso –pensó Sandra.
Cuando el
pulgar de la mano derecha se encontró con el índice de la mano izquierda en su
movimiento giratorio circular número cincuenta y cinco, Marcos, sin que se sepa
si por un pronto o por un despertar unas milésimas de segundo antes de lo
previsto, recita de carrerilla:
–Un cuerpo
total o parcialmente sumergido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso
del volumen del fluido que desaloja. Ajá, el principio hidrostático de
Arquímedes. Yo soy de Historia, pero guardo celosamente en mi exquisita memoria
aquellos hechos físicos que he podido experimentar a lo largo de mis ya dilatados
años en la Playa Chica
de Punta Brava. Sí, antes de que Manrique pisara la ciudad por primera vez.
Tírenme, voy a flotar, ji, ji, ji, ja.
Tal y como
arrancó debió parársele el motor. Diríase que se quedó sin combustible. Y
volvió a ausentarse otro buen rato. Ledesma aprovechó la coyuntura favorable y
le dio un ligero y sutil toquito (como cuando jugaba en el Cruz Santa) con su
pie derecho a Rodríguez. Este repitió la jugada, pero al no poseer la habilidad
de aquel (en lo que a fútbol se refiere, que diría el enterado, porque en otros
menesteres era alumno aventajado: manejar los pulgares, mero ejemplo) se
equivocó y le pegó una patada al somnoliento en el mismísimo tobillo derecho
del pie derecho, quien, ipso facto, algo impropio por sus características
físicas propias de él mismo y que a la vista saltan, da increíble salto y queda
de pie derecho, justo dos palmos debajo de la lámpara. Le echa una visual a la
concurrencia, se pone la chaqueta y se marcha sin despedirse siquiera. Te
puedes imaginar la cara que se les quedó a los asistentes.
–Habrá que
cambiar de táctica –pensaron todos al unísono. Y sin mediar palabra alguna
arrancaron la caña igualmente.
Cuatro de
ellos tuvieron la misma idea porque a los cinco minutos se hallaban en una mesa
del Dinámico echándose un leche y leche.
–Corran, algo
pasa en el muelle que hay una movida parecida a la embarcación de la Virgen Chiquita –casi les
gritaba un policía local que salió detrás de la ñamera, mientras salía
disparado hacia la zona del chorro, allí por donde bañan las cabras.
Efectivamente,
una muchedumbre se había congregado en los alrededores. Abajo, con el auxilio
de la pleamar, Marcos Brito, alcalde de la ciudad de (o del) Puerto de la Cruz, luciendo las orondas
carnes que aquellos calzoncillos de pata dejaban fuera de sus dominios, flotaba
de manera plácida en las tranquilas aguas de la ensenada, a la vez que a voz en
grito recitaba sin trabucarse:
–Un cuerpo…
experimenta un empuje… Floto, floto y floto. Y aunque a esto lo llamen hacer el
muerto, a mí no me hunde nadie. Pues no tengo aguante yo, ji, ji, ji, ja.
La ficción, bien escriturada, mejora la realidad. Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias, maestro. Y gracias a los que, vía correo electrónico, me indican a horas tan tempranas que han esbozado una sonrisa. Buen augurio para el fin de semana. Y si van a darse un baño en el muelle, cuidado con hacer el muerto.
ResponderEliminar