Soy
consciente de que las líneas siguientes me pueden acarrear unos tirones de
orejas, pero no acabo de entender ciertas declaraciones habidas a raíz de los
desmadres en los sanfermines pamplonicas. No voy a reproducir aquí unas
fotografías que ustedes han podido ver en diferentes medios de comunicación. En
las mismas, unas jóvenes eran manoseadas –a lo peor eran masajes etílicos– por
una turba en medio de la vorágine rojiza. Tampoco pienso hacerlo con uno que se
quedó en calzoncillos cuando un toro, en legítima defensa, lo hizo famoso al
incluirlo en la lista de los primeros heridos de los encierros de 2013. En fin,
que casi se caga por los patas pa´bajo, algo de lo que me habría alegrado
enormemente.
He leído al
respecto vocablos y expresiones de todo tipo: vejaciones, acoso sexual,
maltratos… Y se justifica –creo haber escuchado que se va a interponer denuncia
al respecto– que el hecho de quitarse la ropa no debe suponer una invitación
gratuita al desmadre colectivo y al toqueteo indiscriminado. No se aclara cuál
es la causa primigenia de quedarse ligeras de equipaje. Si te soy sincero, no
atisbé en la cara de las despelotadas sufrimiento alguno que me hiciera pensar
que aquellos desalmados estuviesen acometiendo la acción de palpar con visibles
enojos y desaprobaciones de las que aupadas a hombros de gentiles galanes se
habían convertido en frutos del deseo. Carnal, por supuesto. Como la manzana de
Adán, sin ir más lejos. Ese personaje bíblico que sigue esperando a que llegue
el otoño en el Edén a ver si se le cae de una vez la hoja a Eva. Y lleva siglos
sentado. Unos con tanto y otros con tan poco.
No sé cuántas
veces he repetido aquel dicho que mi abuela siempre tuvo en los labios con
inusitada frecuencia: lo que está a la vista no requiere espejuelos. Y es que,
mis estimados, el respeto comienza por uno mismo. En cualquier faceta de la
vida. Desde la escuela hasta la universidad y desde la cuna hasta la sepultura.
Y no estoy en el extremo de los puritanismos más exacerbados, pero tampoco en
el de la libertad sin freno. Mas intentar sacar rentabilidad a estos hechos
reprobables, consentidos o provocados por las exhibicionistas –ay la que me va
a caer–, me parece que rayan la desvergüenza, el despropósito y la
irracionalidad más profundas.
Bajo el
paraguas de un espectáculo tercermundista, otros animales, con cuernos o no,
han pretendido obtener jugosa tajada. Los de cuatro patas, por un lado, y los
de dos, por otra. Y los festejos, todos, en honor a San Fermín, porque la
religiosidad está bien adherida a cada poro que se halle al descubierto. Y me
pregunto dónde está el propio San Fermín o todos sus representantes: curas,
obispos, cardenales… ¿Cómo? ¿Que están mirando con detenimiento las fotografías
antes de adoptar una decisión? Pues vale.
Cuando se
sale en manada son evidentes los despropósitos. Y claro que hay que denunciar a
los canallas que se aprovechan de las multitudes, donde campan a sus anchas y
se sienten amparados en el anonimato de un montón de patas y una escasa
cantidad de sustancia gris en sus alcoholizados cerebros. Sin embargo, sensu
contrario, flaco favor están haciendo a la noble causa de erradicar acosos y
apetitos los que protagonizan estos circos y que iniciados bajo el tamiz de la
diversión, sin más, acaban degenerando en desmadres de muy difícil control.
Luego, cuando se traspasen todas las fronteras, comenzaremos con los
llamamientos a la responsabilidad.
En lo que yo
he podido observar, me decanto, y es simple opinión personal, por la
voluntariedad de quienes parecen encantados con tales procederes y se muestran
muy satisfechos ante la posibilidad de que sus hazañas quedan grabadas para la
posteridad. Me recuerda, salvando todas las distancias, los esfuerzos del
ayuntamiento portuense por reconducir los martes de la embarcación. Echar la
vista atrás no cuesta tanto y pensar en cómo se fueron permitiendo los
desmanes, y televisándolos para general regocijo y complacencia, hasta
desembocar en la situación actual.
A perdonar la
tardanza, pero ayer estuve de comida con unos excelentes compañeros docentes y
por la tarde-noche estuve gandul. Hablamos de casi todo, y más. Y recuerden: un
respetito es muy bonito.
Si me llama
Bárcenas, ya les contaré.
Completamente de acuerdo. Saludos.
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