El pasado
viernes bajé caminando a Punta Brava. Y como entre las personas que saludé en
el trayecto, se hallaba el alcalde de Los Realejos, Manuel Domínguez, me
apetece contarle algún aspecto observado durante la marcha. Lo mismo tengo
suerte y alguien le hace llegar este repertorio. Están autorizados para
chivarse. Ya les contaré si me llama. O Adolfo, que es el segundo en el orden
jerárquico.
Él pasaba en
coche oficial (no vislumbré quién lo conducía) y yo me acordé de aquellos
tiempos en que me pusieron una multa cuando con el mío particular iba a Los
Rodeos para un traslado a Madrid. Creo haber ido en tres o cuatro ocasiones.
Dos de ellas a dilucidar qué proyecto sería el ganador para la construcción del
Centro de Formación Profesional Ocupacional de La Carrera (Callejón de Los
Cuartos) y una o dos –ay, esta memoria– a firmar un préstamo en el Banco de
Crédito Local de España, S.A. (hoy entidad extinguida). Cuando me dicen que en
un ayuntamiento no se puede ahorrar y que el de Puerto de la Cruz, por ejemplo, no
encuentra 300.000 euros para arreglar el polideportivo de la Vera y una torreta en El
Peñón, me dan ganas de volver a eso tan vilipendiado llamado política. Pero de
ello hablaré con Manolo cuando me llame después de haber leído esto. O con el
que quiera de la oposición. Menos con CC, que ya problemas tengo bastantes y no
deseo que me sumen los suyos. Que se adhirieron al lema renovarse o morir y se
han dado tantos navajazos públicos que están hechos un asquito. Ya no nos hacen
caso, Antonillo.
Observo,
estimado alcalde, muchos puntos con matorrales secos (y rabo de gato a
porrillo), hecho que afea el entorno en cantidades industriales. Hacemos
carreteras y autopistas, sembramos y al par de meses las plantaciones presentan
un aspecto lamentable. No, de incendios no escribo que ya empezaron los sustos.
Vamos con ejemplos concretos:
La rotonda de
La Gorvorana,
en la autovía, en el final o desembocadura de la variante de Toscal-Longuera,
parece más un chiquero o goro que un elemento de ornato en el paisaje viario.
Al paso que va en su deterioro, solo falta que pase un vehículo pesado a su
través y nos deje expeditas las dos vías de circulación: farolas caídas o que
faltan, plantas que parecen las sabinas de El Hierro –por lo que reptan, que no
por su belleza–, muro y valla del costado Sur con las señales inequívocas de
cómo entró un coche por allí en su alocada carrera… Espero que las protestas
del ayuntamiento, por unanimidad, se escuchen bien alto en la Plaza de España santacrucera
para que no enciendan el alumbrado hasta que esté en perfectas condiciones. Y
estas recomendaciones valen asimismo para todo el recorrido hasta el Hotel
Maritim. Lo único que está bien es el asfalto. Debe ser que se está usando,
porque aceras y vegetación dan lástima. Hasta por las arquetas de saneamiento y
alumbrado están saliendo los ‘jediondos’ (desconozco el nombre correcto de la
planta, pero desde siempre la hemos llamado con tal contundente nombre). Y ya
que me hallo a la altura del barranquillo, ¿ustedes han comprobado si la
canalización de las posibles escorrentías se encuentra en perfecto estado de
revista? Yo eché una visual y se me antojó que muchas cabras habían pasado por
aquellos contornos. No sea que vaya a estar tupido el tubo y haya un problema
en el próximo invierno. Uno que ya tiene unas cuantas décadas, ha visto enormes
caudales de agua por El Jardín hacia abajo, hasta la mismísima playa de Los
Roques. Hace poco le aconsejé a los técnicos municipales que echaran un ojo por
si acaso. Pero quién soy yo, osado de mí, para recomendaciones tales.
Y vuelvo con
los rebaños de cabras. En varias ocasiones –ya lo comenté en días pasados– los
he encontrado por la carretera de Icod el Alto, adornando el sendero con sus
cagarrutas. Y este pasado viernes, como al principio dejé señalado, estaban en
El Bosque. El cabrero y unos amigotes motoristas jugaban con sus móviles última
generación. Porque los ganaderos de ahora ya no son como los de antes. Como los
que cogíamos el alimento de los animales que teníamos en casa –justamente por
esos alrededores– en las fincas de platanera que, junto a la joya de la corona
–el mencionado bosque–, conformaban un paisaje bien diferente al actual. El
ganado, a sus anchas, transitaba libremente por lo que resta de un paseo, por
los patios de las dos casas y por lo poco verde que aún se vislumbra donde
tiempo ha hubo elegantes senderos de azucenas entre frondosos árboles, al
socaire de un coqueto acueducto que servía de soporte a la atarjea que llevaba
el agua al estanque cercano. En el que también existía otra arboleda. En una de
las fotografías, aunque el escaneo no ofrezca demasiada nitidez, se puede
contemplar esa frondosa vegetación en la parte superior derecha. Y los muros de
las huertas perfectamente delimitados por hileras de cerdos (cupressus, para
ser más precisos), que eran diligentemente atendidos por Juanillo.
De esta zona
he escrito en más de una ocasión. Y ningún grupo de los que forman parte de la
corporación se ha hecho eco para adecentar esta zona que bien podría ser un
magnífico parque. Hay terreno, dos edificaciones que admitirían cualquier uso
complementario, pero falta, por lo que deduzco, voluntad. Dinero sí hay, no me
vengan con monsergas. Sobran ‘liberados’, allegados y gente que pasee. Echo en
falta una decidida escala de valores: qué es obligatorio, qué es necesario, qué
es voluntario y qué es prescindible. Y seguimos emperrados en edificar desde el
tejado hacia abajo. Como la Ley
de las Administraciones Públicas. Siempre empezamos al revés. Primero nos
colocamos todos y si sobra, ya se verá. Aunque los que no gobiernan también se
callan por si algún día les toca.
Realizo estos
planteamientos convencido de que esas cesiones urbanísticas hayan concluido y estemos
hablando de propiedades municipales. Bueno, aparte de hablar con Manolo también
lo haré con Jorge. A lo mejor sacamos algo en claro. U otro libro. Pero así no
puede seguir aquello. El panorama es deprimente. Y confieso que ese paraje me
trae buenos recuerdos. Yo viví unos años en una de las dos casas, en la que
está más en lo alto (mira la otra foto). Mucha parte de historias de esos años
idos se reflejaron en Pepillo y Juanillo, libro publicado dos veces. Por algo
sería. Voy a presumir un fisco. Tengo una suerte que para qué. Oh, fíjate tú
que hace tres meses me premiaron en un concurso convocado por el ayuntamiento
de Teguise y menos mal que me enteré por la prensa, porque de aquel consistorio
nadie ha tenido tiempo para descolgar el teléfono y comunicármelo. Cuidado, no
digo pagarme, que vendrá más tarde (las bases señalaban un plazo de seis
meses), sino ponerlo en mi conocimiento. Qué menos se puede pedir, pienso yo. Aguardaré
hasta noviembre. Con suerte me sobran unos días para comprar una caja de
pasteles por Navidad.
Y casi se me
olvida: felicidades a quien haya tenido la idea de ubicar El Puntito del
Socorro. Aunque a un servidor no le guste esa playa, lo cortés no quita lo
valiente. Pero no vaya a sacarse la foto con chaqueta y corbata, alcalde, en
pleno verano, porque parece que quiere potenciar la famosa panza de burro. ¿Fue
en coche oficial o bajó en la guagua?
Muy bueno.
ResponderEliminarMUCHAS FELICIDADES POR EL PREMIO DEL AYUNTAMIENTO DE TEGUISE. ESPERO QUE LO RECIBAS EN METÁLICO ANTES DE NAVIDADES.
ResponderEliminarConvengo hasta en las comas. Saludos.
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