A Juan García
Luján no lo conozco personalmente. Sigo, siempre que las ocupaciones me lo
permiten, sus escritos en Canarias Ahora o a través de su blog Somos nadie. Y
como su estilo coincide, milímetro arriba, milímetro abajo, con el que un
servidor osa asomarse por estos mundos de la Internet, comenzó a
generarse cierto grado de complicidad, o incluso de admiración; que uno debe
guiarse siempre en esta faceta por la senda de los maestros. Es lo que me
ocurre, igualmente, con los comentarios de Juan Cruz Ruiz (Mira que te lo tengo
dicho) y Salvador García Llanos (García en blog). Pero de estos dos últimos no
toca hablar hoy. Más adelante, como decía la madre de una concuña cuando le
pedía permiso para ir al cine en aquellos años mozos, ya se verá.
Allá cuando
el sol ya causa menos estragos con su lanzamiento inexorable de radiaciones
ultravioleta –próximo a las seis, que diría mi madre, en verano, y algo más
temprano en horario de invierno–, me pongo el equipamiento adecuado (unos tenis
y no presumas) y me echo a caminar al menos una hora. Para que la prominencia
abdominal no alcance límites más allá de los considerados normales. Que te
permita ver la punta… de los tenis antes mencionados.
Aparco el
coche en cualquier rincón que me sirva de trampolín para el inicio de los
kilómetros de rigor por terreno que no presente mayores desniveles, echo mano
del minúsculo transistor que me acompaña siempre y me ‘enchufo’ los auriculares
en los respetivos pabellones auditivos externos (pinna u oreja). Sintonizo la SER (Radio Realejos perdió un
oyente ha ya bastante) y me culturizo, amén del entretenimiento, con el
programa de Carles Francino. Así, de tal guisa deportiva, me alongo a esa
ventana que me abre la posibilidad de estar al día con los EREs andaluces, los
sobres de Bárcenas, la academia de idiomas de la familia Aznar y también,
aunque creas que en ello puede haber algo de incongruencia, en los clamorosos
silencios de Rajoy (que a veces son de agradecer).
Si salí de
Los Barros, ya debo estar a la altura de La Higuerita, o quizás La Vera, cuando recalamos en
Canarias con el ventanillo del mentado al principio García Luján. Al que desde
ya me atrevo a sugerirle que se cargue (así, a lo bestia) su cara a cara
‘político’. El de los periodistas, sindicalistas u otros puede dejarlo. Pero el
que enfrenta a los dos especímenes que representan el ideario de sus
respectivas formaciones, hazme un favor: suprímelo, elimínalo, exclúyelo,
prescíndelo, relégalo, deséchalo, confínalo, aíslalo, exceptúalo, descártalo…
Como también,
cuando voy por la mañana en el coche y escucho a Juan Carlos Castañeda, observo
que participas con Pomares, Pedro, Bethencourt y otros, intuyo por tus
intervenciones que tus planteamientos no distan demasiados milímetros de los de
este humilde opinador. Por lo que estoy convencido de que cada noche, en la
pertinente reflexión de lo que el día dio y al repasar las intervenciones de
los políticos que antes cité ante la propuesta que le brindaste (el inicio del
curso, mero ejemplo), llorarás amargamente o te entrará un descojone de padre y
muy señor mío. Sin término medio. Sin edulcorantes ni añadidos superfluos.
Señor, señor,
señor. ¿Hasta cuándo nos van a seguir tomando el pelo con el único argumento
que estos ineptos poseen como tabla de salvación, como un verdadero comodín que
les vale para el roto y para el descosido? Presumo de haber sido testigo de al
menos varias decenas de estos enfrentamientos dialécticos, de estos cara a cara
que cada tarde propones. Qué nivel, qué dominio de la situación, qué preparación
de los señores y señoras diputadas y resto de la fauna orgánica o no. Qué… ¿Y
por qué hemos de disimular nosotros y estar todo el santo día rebuscando en el
cofre de los recursos lingüísticos? Hablemos claro y escribamos con propiedad.
Qué asco, qué mierda de gente tenemos al frente de las instituciones. Cómo
pueden pretender dos individuos, o individuas, que veamos blanco, o negro, un
objeto que para el resto de mortales es más canelo que los excrementos de sus
miasmas deletéreos. Toma ya, instruido que es uno. Sin recurrir al y tú más,
lumbreras.
No permitas,
estimado Juan, que acabe rompiendo el receptor radiofónico al que guardo tanto
cariño. Son tantos los hectómetros, decámetros y metros que ha hecho conmigo
que ya es como otro miembro de la familia. Y me temo que en un arrebato de las
siete menos veinticinco acabe por hacerlo añicos. Y el pobre sin culpa alguna.
No llames más –y así ahorramos unas perritas– a las Oñate, Jerez, Navarro,
Julios, Zamora, Hernández… ni a los Barragán, Cruz, Antona… Llama solo a
Castro. Es el único que dice las cosas claras. A él sí que vale la pena
dedicarle unos minutos; bueno, unas horas. No te pido, líbreme la divinidad,
que eches el fechillo a la ventana, pero no dejes asomarse a estos y estas
calamidades. Y Paulino amenazando con presentarse de nuevo. Bueno, de nuevo es
un decir, según Ricardo, el que puede ser su hijo o hermano.
Te confieso
que ayer no fui a caminar. Sabes que ya empezaron las clases y la agenda ha
llenado otros huecos. Pero me temo que hoy mismo vuelva a las andadas. El que
nace barrigón…
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