miércoles, 11 de septiembre de 2013

Cara a cara

A Juan García Luján no lo conozco personalmente. Sigo, siempre que las ocupaciones me lo permiten, sus escritos en Canarias Ahora o a través de su blog Somos nadie. Y como su estilo coincide, milímetro arriba, milímetro abajo, con el que un servidor osa asomarse por estos mundos de la Internet, comenzó a generarse cierto grado de complicidad, o incluso de admiración; que uno debe guiarse siempre en esta faceta por la senda de los maestros. Es lo que me ocurre, igualmente, con los comentarios de Juan Cruz Ruiz (Mira que te lo tengo dicho) y Salvador García Llanos (García en blog). Pero de estos dos últimos no toca hablar hoy. Más adelante, como decía la madre de una concuña cuando le pedía permiso para ir al cine en aquellos años mozos, ya se verá.
Allá cuando el sol ya causa menos estragos con su lanzamiento inexorable de radiaciones ultravioleta –próximo a las seis, que diría mi madre, en verano, y algo más temprano en horario de invierno–, me pongo el equipamiento adecuado (unos tenis y no presumas) y me echo a caminar al menos una hora. Para que la prominencia abdominal no alcance límites más allá de los considerados normales. Que te permita ver la punta… de los tenis antes mencionados.
Aparco el coche en cualquier rincón que me sirva de trampolín para el inicio de los kilómetros de rigor por terreno que no presente mayores desniveles, echo mano del minúsculo transistor que me acompaña siempre y me ‘enchufo’ los auriculares en los respetivos pabellones auditivos externos (pinna u oreja). Sintonizo la SER (Radio Realejos perdió un oyente ha ya bastante) y me culturizo, amén del entretenimiento, con el programa de Carles Francino. Así, de tal guisa deportiva, me alongo a esa ventana que me abre la posibilidad de estar al día con los EREs andaluces, los sobres de Bárcenas, la academia de idiomas de la familia Aznar y también, aunque creas que en ello puede haber algo de incongruencia, en los clamorosos silencios de Rajoy (que a veces son de agradecer).
Si salí de Los Barros, ya debo estar a la altura de La Higuerita, o quizás La Vera, cuando recalamos en Canarias con el ventanillo del mentado al principio García Luján. Al que desde ya me atrevo a sugerirle que se cargue (así, a lo bestia) su cara a cara ‘político’. El de los periodistas, sindicalistas u otros puede dejarlo. Pero el que enfrenta a los dos especímenes que representan el ideario de sus respectivas formaciones, hazme un favor: suprímelo, elimínalo, exclúyelo, prescíndelo, relégalo, deséchalo, confínalo, aíslalo, exceptúalo, descártalo…
Como también, cuando voy por la mañana en el coche y escucho a Juan Carlos Castañeda, observo que participas con Pomares, Pedro, Bethencourt y otros, intuyo por tus intervenciones que tus planteamientos no distan demasiados milímetros de los de este humilde opinador. Por lo que estoy convencido de que cada noche, en la pertinente reflexión de lo que el día dio y al repasar las intervenciones de los políticos que antes cité ante la propuesta que le brindaste (el inicio del curso, mero ejemplo), llorarás amargamente o te entrará un descojone de padre y muy señor mío. Sin término medio. Sin edulcorantes ni añadidos superfluos.
Señor, señor, señor. ¿Hasta cuándo nos van a seguir tomando el pelo con el único argumento que estos ineptos poseen como tabla de salvación, como un verdadero comodín que les vale para el roto y para el descosido? Presumo de haber sido testigo de al menos varias decenas de estos enfrentamientos dialécticos, de estos cara a cara que cada tarde propones. Qué nivel, qué dominio de la situación, qué preparación de los señores y señoras diputadas y resto de la fauna orgánica o no. Qué… ¿Y por qué hemos de disimular nosotros y estar todo el santo día rebuscando en el cofre de los recursos lingüísticos? Hablemos claro y escribamos con propiedad. Qué asco, qué mierda de gente tenemos al frente de las instituciones. Cómo pueden pretender dos individuos, o individuas, que veamos blanco, o negro, un objeto que para el resto de mortales es más canelo que los excrementos de sus miasmas deletéreos. Toma ya, instruido que es uno. Sin recurrir al y tú más, lumbreras.
No permitas, estimado Juan, que acabe rompiendo el receptor radiofónico al que guardo tanto cariño. Son tantos los hectómetros, decámetros y metros que ha hecho conmigo que ya es como otro miembro de la familia. Y me temo que en un arrebato de las siete menos veinticinco acabe por hacerlo añicos. Y el pobre sin culpa alguna. No llames más –y así ahorramos unas perritas– a las Oñate, Jerez, Navarro, Julios, Zamora, Hernández… ni a los Barragán, Cruz, Antona… Llama solo a Castro. Es el único que dice las cosas claras. A él sí que vale la pena dedicarle unos minutos; bueno, unas horas. No te pido, líbreme la divinidad, que eches el fechillo a la ventana, pero no dejes asomarse a estos y estas calamidades. Y Paulino amenazando con presentarse de nuevo. Bueno, de nuevo es un decir, según Ricardo, el que puede ser su hijo o hermano.
Te confieso que ayer no fui a caminar. Sabes que ya empezaron las clases y la agenda ha llenado otros huecos. Pero me temo que hoy mismo vuelva a las andadas. El que nace barrigón…

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