No me
preguntes el porqué, pero de mi época de estudiante de bachillerato me queda
memorizada la tabla periódica de los elementos. Que hube de actualizar meses
atrás pues los posteriores descubrimientos habían creado un vacío que debía ser
cubierto y subsanado. Incluso los lantánidos y actínidos (Tierras raras)
pasaron a formar parte activa del tejido neuronal, ya que en aquella etapa del
Colegio San Agustín, don Rafael creyó oportuno no esforzarnos en su
aprendizaje. Pero este viejo testarudo se empeñó en no mantener ocioso el
cerebro, y en ello estamos.
La
información de que había exceso de flúor en el agua potable que suministra el
abasto público de muchos pueblos de este norte tinerfeño, y que este pasado
martes volví a escuchar en declaraciones del alcalde de Los Silos, me hizo
consultar estas pinceladas que vienen a continuación:
“El flúor es
el elemento químico de número atómico 9 situado en el grupo de los halógenos
(grupo 17) de la tabla periódica de los elementos. Su símbolo es F.
En el agua,
aire, plantas y animales hay presentes pequeñas cantidades de flúor. Los
humanos están expuestos al flúor a través de los alimentos y el agua potable y
al respirar el aire. El flúor se puede encontrar en cualquier tipo de comida en
cantidades relativamente pequeñas. Se pueden encontrar grandes cantidades de
flúor en el té y en los mariscos.
El flúor es
esencial para mantener la solidez de nuestros huesos. El flúor también nos
puede proteger del decaimiento dental, si es aplicado con el dentífrico dos
veces al día. Pero si se absorbe flúor con demasiada frecuencia, puede provocar
caries, osteoporosis y daños a los riñones, huesos, nervios y músculos”.
Hace tiempo
que no hablo con Tino el pachón,
concejal que fue en el ayuntamiento realejero y que algo del tema debe conocer.
Porque lo mismo nos explica cómo hubo que realizar, en una etapa de penurias
económicas mucho más grave que la crisis actual, una nueva canalización (de
varios kilómetros) desde otra galería hacia la zona de Icod el Alto, porque
este problema de abundancia de flúor ya era patente. Estamos remontándonos a
los primeros años de la década de los ochenta del pasado siglo.
En el estudio
que se ha dado a conocer, no he vislumbrado que aparezca Los Realejos. Lo que
debe suponer que algo, y bien, se hizo en décadas anteriores, por mucho que les
pese a gobernantes posteriores, cuyo recurso fácil es culpar a los que les
precedieron: no hicieron nada (¿Lo recuerdas, Tomás?). Porque no acabo de
comprender cómo es posible que con los adelantos habidos volvamos a caer en
problemas que ya fueron solventados treinta años atrás, al menos en algunos
lugares y zonas.
El que se
haya tenido que recurrir al agua embotellada para distribuir en los colegios es
todo un síntoma de la previsión con la que se rigen los ayuntamientos actuales.
He escuchado que la cantidad de millones a invertir en los tratamientos para
aminorar esos elevados índices es de tal calibre que poco menos que le estamos
señalando a la población que está condenada a estirar aún más sus exiguos
sueldos en la compra del líquido elemento.
No tenemos
embalses para estos cometidos. Las aguas de las lluvias se pierden de manera
escandalosa. En la costa se arrojan al mar cuando a los propietarios no les
interesa elevarlas. Falla la coordinación entre las diferentes administraciones
y se pasan la pelota sin rubor alguno. Ni siquiera, entiendo por lo que escucho
y vislumbro, han estudiado la posibilidad de realizar mezclas con otros
caudales menos agresivos para disminuir esas demasías fluorísticas. Qué palabreja acabo de inventar. La escribo en
cursiva hasta que la RAE
me la admita.
Y cuando las
analíticas dictan los números pertinentes, saltan los portentos políticos
(concejales) para esgrimir que en su pueblo todo va sobre ruedas. Porque
detraer los euros para estos menesteres cuando lo que prima es un buen festejo
popular, hay que sopesar muy mucho qué y qué no nos puede dar los votos para
ese 2015 que se acerca a pasos agigantados.
Ocurre
exactamente lo mismo que con los guachinches. Llevan más de treinta años
intentado regularizarlos. Han dejado que los livianos de turno, comprando vino
a quien sea y donde sea, montaran auténticos restaurantes, en detrimento de los
cosecheros honrados, y el único argumento que se les ocurre es sostener que es
algo que viene de atrás. Heredado. Por lo visto, único legado que nadie quiere.
Al final, como el refranero es sabio, la avaricia rompe el saco (comenzando por
liberados, asesores, sueldos y prebendas) y vuelta a empezar. Pero como no se
quieren perder privilegios (sustancial diferencia con tiempos remotos), no hay
dinero para solventar estas trabas. Y aunque se hayan desgañitado en reclamar
competencias, a mirar a la administración de más arriba. Esa que, casualmente,
queda más lejos del administrado. Como para proveerles durante medio año y con
receta médica ingentes dosis de esa agua (que no ese agua) que, según
‘nuestros’ análisis no causa perjuicio alguno.
Chacho, ¿me
presento? Es materialmente imposible hacerlo peor.
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