jueves, 12 de septiembre de 2013

Flúor

No me preguntes el porqué, pero de mi época de estudiante de bachillerato me queda memorizada la tabla periódica de los elementos. Que hube de actualizar meses atrás pues los posteriores descubrimientos habían creado un vacío que debía ser cubierto y subsanado. Incluso los lantánidos y actínidos (Tierras raras) pasaron a formar parte activa del tejido neuronal, ya que en aquella etapa del Colegio San Agustín, don Rafael creyó oportuno no esforzarnos en su aprendizaje. Pero este viejo testarudo se empeñó en no mantener ocioso el cerebro, y en ello estamos.
La información de que había exceso de flúor en el agua potable que suministra el abasto público de muchos pueblos de este norte tinerfeño, y que este pasado martes volví a escuchar en declaraciones del alcalde de Los Silos, me hizo consultar estas pinceladas que vienen a continuación:
“El flúor es el elemento químico de número atómico 9 situado en el grupo de los halógenos (grupo 17) de la tabla periódica de los elementos. Su símbolo es F.
En el agua, aire, plantas y animales hay presentes pequeñas cantidades de flúor. Los humanos están expuestos al flúor a través de los alimentos y el agua potable y al respirar el aire. El flúor se puede encontrar en cualquier tipo de comida en cantidades relativamente pequeñas. Se pueden encontrar grandes cantidades de flúor en el té y en los mariscos.
El flúor es esencial para mantener la solidez de nuestros huesos. El flúor también nos puede proteger del decaimiento dental, si es aplicado con el dentífrico dos veces al día. Pero si se absorbe flúor con demasiada frecuencia, puede provocar caries, osteoporosis y daños a los riñones, huesos, nervios y músculos”.
Hace tiempo que no hablo con Tino el pachón, concejal que fue en el ayuntamiento realejero y que algo del tema debe conocer. Porque lo mismo nos explica cómo hubo que realizar, en una etapa de penurias económicas mucho más grave que la crisis actual, una nueva canalización (de varios kilómetros) desde otra galería hacia la zona de Icod el Alto, porque este problema de abundancia de flúor ya era patente. Estamos remontándonos a los primeros años de la década de los ochenta del pasado siglo.
En el estudio que se ha dado a conocer, no he vislumbrado que aparezca Los Realejos. Lo que debe suponer que algo, y bien, se hizo en décadas anteriores, por mucho que les pese a gobernantes posteriores, cuyo recurso fácil es culpar a los que les precedieron: no hicieron nada (¿Lo recuerdas, Tomás?). Porque no acabo de comprender cómo es posible que con los adelantos habidos volvamos a caer en problemas que ya fueron solventados treinta años atrás, al menos en algunos lugares y zonas.
El que se haya tenido que recurrir al agua embotellada para distribuir en los colegios es todo un síntoma de la previsión con la que se rigen los ayuntamientos actuales. He escuchado que la cantidad de millones a invertir en los tratamientos para aminorar esos elevados índices es de tal calibre que poco menos que le estamos señalando a la población que está condenada a estirar aún más sus exiguos sueldos en la compra del líquido elemento.
No tenemos embalses para estos cometidos. Las aguas de las lluvias se pierden de manera escandalosa. En la costa se arrojan al mar cuando a los propietarios no les interesa elevarlas. Falla la coordinación entre las diferentes administraciones y se pasan la pelota sin rubor alguno. Ni siquiera, entiendo por lo que escucho y vislumbro, han estudiado la posibilidad de realizar mezclas con otros caudales menos agresivos para disminuir esas demasías fluorísticas. Qué palabreja acabo de inventar. La escribo en cursiva hasta que la RAE me la admita.
Y cuando las analíticas dictan los números pertinentes, saltan los portentos políticos (concejales) para esgrimir que en su pueblo todo va sobre ruedas. Porque detraer los euros para estos menesteres cuando lo que prima es un buen festejo popular, hay que sopesar muy mucho qué y qué no nos puede dar los votos para ese 2015 que se acerca a pasos agigantados.
Ocurre exactamente lo mismo que con los guachinches. Llevan más de treinta años intentado regularizarlos. Han dejado que los livianos de turno, comprando vino a quien sea y donde sea, montaran auténticos restaurantes, en detrimento de los cosecheros honrados, y el único argumento que se les ocurre es sostener que es algo que viene de atrás. Heredado. Por lo visto, único legado que nadie quiere. Al final, como el refranero es sabio, la avaricia rompe el saco (comenzando por liberados, asesores, sueldos y prebendas) y vuelta a empezar. Pero como no se quieren perder privilegios (sustancial diferencia con tiempos remotos), no hay dinero para solventar estas trabas. Y aunque se hayan desgañitado en reclamar competencias, a mirar a la administración de más arriba. Esa que, casualmente, queda más lejos del administrado. Como para proveerles durante medio año y con receta médica ingentes dosis de esa agua (que no ese agua) que, según ‘nuestros’ análisis no causa perjuicio alguno.
Chacho, ¿me presento? Es materialmente imposible hacerlo peor.

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