Ser político
es complicado. Mucho. Y el gravamen de responsabilidad que el puesto implica,
parece no estar siendo correspondido por los miles de cargos públicos que se
hallan dispersos por la amplia geografía española. O todos los medios de
comunicación están equivocados –y no es que la profesión periodística se
encuentre en un punto álgido de popularidad, cuando no de compromiso– o
tendremos que colegir que alguna enfermedad grave sufre nuestra democracia.
Que, a pesar de todo, sigue siendo el sistema de gobierno menos malo. Tengo la
impresión de no ir muy descaminado cuando aludo a que no todos pueden ser
concejales de un ayuntamiento. Imagínense de ahí para arriba. Lo malo es que el
trepa de turno entenderá que abogo por una selección del personal. Y no se
trata de hacer un planteamiento tan simplista.
Me fui al
DRAE y hallé lo siguiente cuando le señalé que me soplara lo que contenía
acerca del vocablo político, ca:
(Del lat.
politĭcus, y este del gr. πολιτικός).
1.
adj. Perteneciente o relativo a la doctrina política. 2. adj.
Perteneciente o relativo a la actividad política. 3. adj.
Cortés, urbano. 4. adj. Cortés con frialdad y reserva, cuando
se esperaba afecto. 5. adj. Dicho de una persona: Que
interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado. U. t. c. s. 6. adj. Denota parentesco por afinidad. Padre político (suegro)
Hermano político (cuñado) Hijo político (yerno) Hija política (nuera) 7. f.
Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.
8. f.
Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.
9. f.
Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su
opinión, con su voto, o de cualquier otro modo. 10. f. Cortesía y buen modo
de portarse. 11.
f. Arte o traza con que se conduce un asunto o se
emplean los medios para alcanzar un fin determinado. 12. f. Orientaciones o
directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o
campo determinado.
Hay, como habrán
podido observar (espero que hayan leído todas las acepciones), para todos los
gustos y colores. Políticos, si les place, que en otros deleites no me
inmiscuyo.
Ustedes, al
igual que yo, han sido testigos de multitud de acciones que difieren tanto de lo
argumentado por el diccionario en esa docena de muestras, que se nos hace harto
difícil comprender a esos arquetipos de ciudadanos ejemplares. Los que trabajan
las 24 horas del día –y más–, los que se asignan al libre albedrío sueldos y
dietas acordes con la dignidad institucional que su representación demanda, que
se dotan de útiles última generación para poder circular a tiempo real por
redes y aplicaciones, que se rodean de ingentes recursos humanos para
desarrollar mejor sus ímprobos esfuerzos físicos y mentales…
Olvidan, sin
embargo, lo más elemental. Aquello por lo que precisamente accedieron: velar
por los intereses de la colectividad. Y no es de recibo –me copio su expresión
favorita– que amparados en la excusa de una crisis que padecemos los que no la
provocamos y que bien la disfrutan, para general regocijo, los verdaderos y
únicos culpables, nos cercenen derechos tan fundamentales como la educación y
la sanidad. Y que en su ineptitud osen justificar lo que jamás será posible, es
una muestra más de la capacidad de aguante de un pueblo aborregado. Al que no
le va a quedar ni la posibilidad de poder disfrutar de una jubilación digna
tras toda una vida de trabajo y sacrificio.
Puede que
falle –no por su filosofía sino por su aplicación práctica– el sistema actual
de partidos, esas máquinas de poder cargadas de ambición, en las que los
militantes son meras piezas del engranaje. Hay que ganar para tener el dominio,
la sartén por el mango. Y en la mayoría de los casos, los elegidos para formar
parte de las candidaturas llevan adherido ese marchamo, por lo que se
convierten en autómatas. Lo vemos cada semana en las altas esferas
parlamentarias, en esas tediosas sesiones de control donde las conclusiones
brillan por su ausencia y muestran bien a las claras la escasez de recursos de
quienes ocupan el escalón más alto en el organigrama constitucional. Imagínate
el resto.
El cúmulo de
despropósitos es tal que ni siquiera la vil mentira es motivo para el sonrojo.
Es lícito rellenar un programa electoral de muy buenas intenciones, en base al
cual votamos, y una vez ocupada la poltrona espetarle al ciudadano en toda su
cara: eres más rebenque de lo que yo pensaba. Aunque, quizás, lo peor es que si
acudimos ante esa opinión pública con un conjunto de medidas realistas y que
estén en consonancia con las posibilidades reales del país, lo mismo nos llaman
idiotas.
Habremos,
desgraciadamente, de confiar –manda trillos– en el que nos manifiesta
directamente que su pensamiento es mangar todo lo que pueda. Al que tendremos que
felicitar en el convencimiento de que al menos no nos engaña. Se me podrá
argumentar que exagero. ¿Pero no es esta realidad descrita la que comentas tú
también en cualquier foro?
No obstante,
quiero seguir siendo optimista. Y a decenas de artículos anteriores me remito.
Llámalo renovación, que yo lo denominaré refundición, porque refundar (revisar la marcha de una entidad o institución, para hacerla volver a
sus principios originales o para adaptar estos a los nuevos tiempos) supondría
dar unos retoques y a este enfermo no le basta con unas tiritas. Hay que
cortarle todos los ‘bultos’ (con dobles) que cual horrendas verrugas asoman y
se extienden por el cuerpo (del delito).
Ser político
es algo muy serio. Y como solo salen a la palestra los cantamañanas, habrá que
darles un fuerte jaquimazo para que afloren los elementos valiosos que ahora
son rellenos condenados al aplauso lastimero y adulador. Claro, esta visión
requiere compromiso. Algo que ni siquiera la crisis ha puesto en valor. A lo
peor es conveniente que nos den un poco más para que despertemos. Los
periodistas también, al menos para hacer honor al noble oficio. Nos
acostumbramos –todos– a vivir sujetos y arrimados y va siendo hora de que
aprendamos a caminar si bastones ni sostenes.
Me dejo en el
tintero unos restos. Ojalá queden ahí para siempre.
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