Con motivo
del relevo de Ricardo Melchior en el cabildo tinerfeño he vuelto a escuchar
esas cantinelas que esgrimen los políticos con respecto a su abnegada
profesión. Y lo de profesión está escrito con toda la mala leche posible.
Porque han sido bastantes los que se decantan por limitar el tiempo de los
cargos ocupados (ninguno se ha excedido de los dos mandatos, a saber, ocho
años) –eso sí, siempre dejan la puerta abierta para luego ocupar otros–, pero
como las palabras se las lleva el viento, no ha habido partido ni formación
política alguna que haya sido capaz de plasmarlo en un papel.
No tenemos
horario, trabajamos las 24 horas del día, estamos permanentemente a disposición
de los ciudadanos desde que nos levantamos… –qué digo, si no nos acostamos–,
nuestras familias sufren en sus carnes el abandono cruel al que las sometemos,
vivimos una tensión de tal magnitud que las taquicardias son panes nuestros de
cada hora, soportamos estoicamente
comentarios perversos en el basto campo de la Internet y en el no menos
influyente de los medios de comunicación tradicionales…
Y cuando se
marchan –o los marchan–, concluyen la singladura siendo una vez más víctimas de
la (su) incongruencia. Tras décadas aupados al machito, (bien) cobrando de la
cosa pública, disfrutando de privilegios que (bien) quisiéramos los
contribuyentes, y etcétera, etcétera, y otra vez etcétera, sueltan en su
discurso de despedida que a partir de ese preciso momento la familia volverá a
la normalidad, los nietos (o biznietos, porque los hijos ya son también
pensionistas) podrán disfrutar de sus queridos viejitos, irán todos juntos al
cine, comerán toneladas de kilos de palomitas y se columpiarán en los cientos
de parques inaugurados durante la brillante gestión… ¿Estás vacilando? ¿Yoooo?
Las quejas
que esgrimen los cargos públicos son, en la mayoría de los casos,
injustificadas. Y puede que incluso provocadas por ellos mismos. Cuando un
alcalde o concejal cuelga un hecho que entiende debe ser conocido por la
opinión pública en una de las denominadas redes sociales, sabe, o debe saber, a
lo que se expone. Y no soy de los que de manera sistemática entiende que todo
está mal. Ni mucho menos. Es más, creo que la mayoría de corporaciones intenta
gestionar los recursos de la mejor manera posible. Sin que la discrepancia deba
suponer inconveniente alguno. Al contrario.
Mi particular
versión, y manifestada ha quedado en varias ocasiones, es que Facebook no gana
elecciones pero ayuda a perderlas. El que Adolfo, es mero ejemplo, se asome a
esa ventana para comunicar la realización de tal o cual obra, supone, ipso
facto, la avalancha de ‘me gusta’ del grupo de incondicionales que por razones,
confesables o no, de amistad, afinidad o conveniencia alabarán la medida
emprendida. Y surgirán los comentarios laudatorios, amén de unos pocos
discrepantes. Y estos últimos serán recriminados por aquellos con la letanía de
que se quejan por todo, todo está mal y otras lindezas de menor porte.
Pongo un
ejemplo cercano: en Los Realejos. Donde creo que se están llevando a cabo
obras, pequeñas, que se venían demandando desde tiempo atrás. Es más, cualquier
grupo de gobierno, del partido que sea, sabe que sus votos los tiene al lado de
casa. Y entiende que es el día a día el principal componente a ubicar en los
platillos de la balanza. Un ayuntamiento gestiona. La política requiere más
altos vuelos. No significa ello que los condicionantes pesen.
En la Villa de Viera (¿me copiarán
algún idea la idea?), Manolo debe unir a su condición de alcalde la de
presidente insular de su partido. Y por mucho que quiera a su pueblo, que no lo
dudo –pero no más que yo–, su otro cargo le puede. Y lo que es peor, se debe.
Valga de muestra la compra de la nave industrial del Polígono de La Gañanía (sale más barato
hacer una nueva). O los semáforos celestiales. O los comentarios de las
políticas de los otros sin mirarse a sus espejos, fiel reflejo del pensamiento
soriano. O las peregrinas justificaciones de las mociones de censura. O prestar
favores a promotores urbanísticos…
Claro que no
todo está mal. Puede que la mayoría esté bien. Pero hay botones que chirrían
demasiado. Para que no piensen los populares (ya se encargan sus jefes de rizar
el rizo) que aquellos que intentamos ser imparciales no miramos sino en esa
dirección, van estas otras guindas:
“Dos años en
política son una eternidad”. “Queremos estar en España pero sin que nos
humillen y nos traten como una colonia”. “Rivero reclama… millones”. Las tres
son, obviamente, de nuestro maestro de El Sauzal. En los puntos suspensivos por
tú la cantidad que quieras, da lo mismo. Esto daría para otro post. Pero no me
apetece. A Paulino hay que reconocerle la gran virtud de que una vez se levante
después de unas horas de sueño (iba a escribir de merecido descanso), ya no
recuerda absolutamente nada de lo que dijo antes de irse a la cama. ¿De lo que
escribe? Pero si él no sabe, jamás lo ha hecho. No le dio tiempo de aprender
porque dejó la escuela demasiado rápido.
De los
socialistas hoy no tocó. Estoy esperando importantes novedades. También en el
pueblo. ¿Habrá, por fin, una mujer como cabeza de lista? Qué emoción.
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