lunes, 23 de septiembre de 2013

Víctimas de la incongruencia

Con motivo del relevo de Ricardo Melchior en el cabildo tinerfeño he vuelto a escuchar esas cantinelas que esgrimen los políticos con respecto a su abnegada profesión. Y lo de profesión está escrito con toda la mala leche posible. Porque han sido bastantes los que se decantan por limitar el tiempo de los cargos ocupados (ninguno se ha excedido de los dos mandatos, a saber, ocho años) –eso sí, siempre dejan la puerta abierta para luego ocupar otros–, pero como las palabras se las lleva el viento, no ha habido partido ni formación política alguna que haya sido capaz de plasmarlo en un papel.
No tenemos horario, trabajamos las 24 horas del día, estamos permanentemente a disposición de los ciudadanos desde que nos levantamos… –qué digo, si no nos acostamos–, nuestras familias sufren en sus carnes el abandono cruel al que las sometemos, vivimos una tensión de tal magnitud que las taquicardias son panes nuestros de cada hora, soportamos  estoicamente comentarios perversos en el basto campo de la Internet y en el no menos influyente de los medios de comunicación tradicionales…
Y cuando se marchan –o los marchan–, concluyen la singladura siendo una vez más víctimas de la (su) incongruencia. Tras décadas aupados al machito, (bien) cobrando de la cosa pública, disfrutando de privilegios que (bien) quisiéramos los contribuyentes, y etcétera, etcétera, y otra vez etcétera, sueltan en su discurso de despedida que a partir de ese preciso momento la familia volverá a la normalidad, los nietos (o biznietos, porque los hijos ya son también pensionistas) podrán disfrutar de sus queridos viejitos, irán todos juntos al cine, comerán toneladas de kilos de palomitas y se columpiarán en los cientos de parques inaugurados durante la brillante gestión… ¿Estás vacilando? ¿Yoooo?
Las quejas que esgrimen los cargos públicos son, en la mayoría de los casos, injustificadas. Y puede que incluso provocadas por ellos mismos. Cuando un alcalde o concejal cuelga un hecho que entiende debe ser conocido por la opinión pública en una de las denominadas redes sociales, sabe, o debe saber, a lo que se expone. Y no soy de los que de manera sistemática entiende que todo está mal. Ni mucho menos. Es más, creo que la mayoría de corporaciones intenta gestionar los recursos de la mejor manera posible. Sin que la discrepancia deba suponer inconveniente alguno. Al contrario.
Mi particular versión, y manifestada ha quedado en varias ocasiones, es que Facebook no gana elecciones pero ayuda a perderlas. El que Adolfo, es mero ejemplo, se asome a esa ventana para comunicar la realización de tal o cual obra, supone, ipso facto, la avalancha de ‘me gusta’ del grupo de incondicionales que por razones, confesables o no, de amistad, afinidad o conveniencia alabarán la medida emprendida. Y surgirán los comentarios laudatorios, amén de unos pocos discrepantes. Y estos últimos serán recriminados por aquellos con la letanía de que se quejan por todo, todo está mal y otras lindezas de menor porte.
Pongo un ejemplo cercano: en Los Realejos. Donde creo que se están llevando a cabo obras, pequeñas, que se venían demandando desde tiempo atrás. Es más, cualquier grupo de gobierno, del partido que sea, sabe que sus votos los tiene al lado de casa. Y entiende que es el día a día el principal componente a ubicar en los platillos de la balanza. Un ayuntamiento gestiona. La política requiere más altos vuelos. No significa ello que los condicionantes pesen.
En la Villa de Viera (¿me copiarán algún idea la idea?), Manolo debe unir a su condición de alcalde la de presidente insular de su partido. Y por mucho que quiera a su pueblo, que no lo dudo –pero no más que yo–, su otro cargo le puede. Y lo que es peor, se debe. Valga de muestra la compra de la nave industrial del Polígono de La Gañanía (sale más barato hacer una nueva). O los semáforos celestiales. O los comentarios de las políticas de los otros sin mirarse a sus espejos, fiel reflejo del pensamiento soriano. O las peregrinas justificaciones de las mociones de censura. O prestar favores a promotores urbanísticos…
Claro que no todo está mal. Puede que la mayoría esté bien. Pero hay botones que chirrían demasiado. Para que no piensen los populares (ya se encargan sus jefes de rizar el rizo) que aquellos que intentamos ser imparciales no miramos sino en esa dirección, van estas otras guindas:
“Dos años en política son una eternidad”. “Queremos estar en España pero sin que nos humillen y nos traten como una colonia”. “Rivero reclama… millones”. Las tres son, obviamente, de nuestro maestro de El Sauzal. En los puntos suspensivos por tú la cantidad que quieras, da lo mismo. Esto daría para otro post. Pero no me apetece. A Paulino hay que reconocerle la gran virtud de que una vez se levante después de unas horas de sueño (iba a escribir de merecido descanso), ya no recuerda absolutamente nada de lo que dijo antes de irse a la cama. ¿De lo que escribe? Pero si él no sabe, jamás lo ha hecho. No le dio tiempo de aprender porque dejó la escuela demasiado rápido.
De los socialistas hoy no tocó. Estoy esperando importantes novedades. También en el pueblo. ¿Habrá, por fin, una mujer como cabeza de lista? Qué emoción.

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