Manuel
Fernández González, nacido en 1942, El Pinar (El Hierro), criado con
quesadillas al socaire del mirador de Tanajara, socio fundador del Parlamento
de Canarias y experto en vivir del cuento, amén de perito encuadernado, no es
un gilipollas. Lo más, pollastro (o pollastre) en sus años mozos, de cuando
andaba por tierras mañas aprendiendo industrias, habilidades y destrezas. Y
puesto el pie –derecho, faltaría más– en las ínsulas tras el exitoso retorno,
las aplicó hasta las últimas consecuencias.
No, Manuel
Fernández González, diputado en el Parlamento de Canarias, superviviente de
tormentas tropicales, expropiaciones, pactos, dimes y diretes, no es
gilipollas. Porque él es acérrimo defensor de las prospecciones petrolíferas. Y
los tontos, lelos y superfluos somos los que abogamos por otro tipo de energías
de las que Canarias bien podría presumir. Pero Manolo es ingeniero técnico a la
antigua usanza. De los que sostienen que “la gente no es tonta y sabe lo que
quiere. Quiere un trabajo, no suplicar ayudas sociales. Quiere un empleo para
pagar la hipoteca de su vivienda, mantener a su familia, dar educación a sus
hijos y cuidar a sus mayores”. Sí, no ha tanto, de mayo de 2012. Mariano, alias
el recortado, se encargó de llevarle la contraria.
Aquellos que
no votamos al Partido Popular (cada vez somos más los gilipollas, porque ahora
hasta los que no lo eran se están cambiando de bando) hemos caído en un estado
de liviandad tal que rayamos la levitación. Vivimos en otro mundo, en una
utopía permanente por intentar preservar nuestro entorno para que en 2350,
cuando Manolito acuda en silla de ruedas a Teobaldo Power, no se fatigue
demasiado, bien sea por el humo de la refinería, bien por el empuje que debe
dar al carrito de Antonio Castro, superviviente como él, de la marea negra
marroquí (siempre la culpa es del moro).
Tiene razón,
mucha, don Manuel: somos gilipollas elevados a la enésima. Por confiar en
ineptos y descerebrados como usted mismo. Politiquillos y politicastros
(definición de su estimado amigo Eligio) que se tapan las indecencias por si
acaso mañana. Salvo excepciones –cada vez más raras y difíciles de encontrar–
que tímidamente esbozan alguna nimia contrariedad.
Y como hoy,
inicio de semana, estoy dispuesto a tirar la casa por la ventana, le voy a poner
más ejemplos que ratifican sus sabias y doctas palabras: los canarios somos
gilipollas, en su inmensa mayoría. Porque si no lo fuéramos, estaríamos, como
usted, viendo películas (o documentales) en supuestas horas de trabajo en el
aparatejo que la empresa puso a nuestra disposición, o con el móvil colgado a
la oreja, o leyendo el periódico, o rascándose los mismísimos (orificios
nasales).
Somos
gilipollas por dudar de que España está en un momento magnífico, que ya estamos
saliendo de la crisis, que el túnel lo
hemos dejado atrás, que el campo luce verdito que da gusto, que los catalanes
tengan derecho a cuestionarse el método de fecundación de doña Alicia, de que
Cospedal estaba nerviosa cuando salió del juzgado y casi le mete un estampido a
un árbol que se cruzó en su camino (creció, producto de la recuperación, en el
rato que estuvo escuchando a Bárcenas), que muchos alcaldes gallegos populares
se hallan inmersos en causas judiciales…
Somos
gilipollas por no poner al frente de las instituciones a los monos titíes,
animales que son capaces de respetarse el turno de palabra cuando se comunican
con otros; por creer que el Senado podría funcionar acercándolo a los
ciudadanos (ay, José Vicente, tienes cada cosa); por estimar que British
Petroleum va a cometer un segundo error; por no votar a Nacho González (fue su
compañero, don Manuel) para alcalde santacrucero, con un capítulo de promesas
solo equiparable al que llevaba el PP en su programa; por fiarnos del principal
impulsor tinerfeño del manifiesto Bases 2020, Gustavo Matos, quien se comporta
como un maleducado redomado en las tertulias radiofónicas (viernes próximo
pasado, Cadena Ser, con Esteban González y José Joaquín Bethencourt); por no
depositar nuestra confianza ciega en el abogado más dicharachero de este barrio
Sésamo, como lo han hecho los expulsados socialistas tacoronteros…
Sí, don
Manuel, somos gilipollas. Sobre todo aquellos que, habiendo dispuesto quizás de
la oportunidad, no hemos sido capaces de seguir su ejemplo de mamador de la
teta pública, bien succionando directamente o a través del ordeño reiterado y
continuo.
Sí, don
Manuel, somos gilipollas. Por permitir que elementos de su calaña sigan aupados
al machito, en beneficio propio y en el de sus familiares más directos.
Sí, don
Manuel, somos gilipollas. Por no ser capaces de renovarnos como usted y
adaptarnos a las cambiantes circunstancias que rodean este enigmático y
proceloso mundo. Qué sería de nuestros mayores si un joven dispuesto, ducho,
corrido, hábil, diestro y luchador como usted no estuviera realizando esos
abnegados sacrificios.
Sí, don
Manuel, somos gilipollas. Algo que yo no diré jamás de usted (lo más, puede que
lo piense), pero entiendo se ha hecho digno acreedor a que lo entrevisten por
este norte. Cuenta con la ventaja de que se van a entender perfectamente. Su
bagaje léxico le va a ayudar sobremanera.
Queda de
usted, suyo afectísimo, este gilipollas redomado, que lo envidia sanamente. Es
una pena, por razones obvias de edad, que yo no pueda ser partícipe de las
andanzas simultáneas de su señoría con el que ahora es su jefe insular
tinerfeño en las próximas legislaturas. Lozanía pura por ambas partes. Siempre
tuve en buena estima el habla de los herreños. Solo le falta, don Manuel,
disfrazarse de carnero en los carnavales de Tigaday. Cuenta con la ventaja de
que balar y tiznar ya lo realiza magníficamente.
Y no me
resisto a señalarle, sincero que me muestro, que para ser como usted, antes
gilipollas. Prefiero la aparente dicotomía entre el susodicho adjetivo y el
sustantivo dignidad, antes que ser un indecente representante de los que le han
votado. Porque no creo que los millares de gilipollas canarios podamos
sentirnos orgullosos de que sea usted nuestro delegado, nuestra voz. Allá usted
con sus populares ocurrencias. Me imagino
que las carcajadas del madrileño Soria se habrán escuchado desde Levante hasta La Restinga. Haz otro esfuercito,
volcán. ¿O eres también gilipollas?
Desconocía el blog. Perdón por reconocerlo abiertamente. Me gustó mucho la forma de exponer el tema y la socarronería con que lo hace. Felicidades. Me he permitido subirme al carro de sus seguidores.
ResponderEliminarMuchas gracias. Lo mismo he hecho con el suyo. Seguiremos en la brecha mientras el cuerpo aguante y la mente nos deje. Cordiales saludos.
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