Esta
(pen)última moción de censura en Tacoronte ha terminado por llenarme la
cachimba. Es que ni adrede lo pueden hacer peor. Ya no sé cómo expresar el
descontento que tenemos los ciudadanos. Al menos con los que hablo. Y como los
amigos me dicen lo mismo, me parece que somos unos cuantos los decepcionados y
hartos.
Una disculpa
modelo vale para que los representantes de cualquier partido político
justifiquen –lo intentan– que en los pueblos todo es diferente. Hay un pacto a
nivel regional entre dos formaciones, pero la excusa es pertinente para uno u
otro socio a la hora de hacerlo añicos en un municipio que se elija a manera de
juguete.
Una primera
conclusión: ese modelo de pactos no funciona; lo que es bueno para un lugar,
puede no serlo para otro. Razones: miles. Una primera solución: que despierten
los dirigentes y no pretendan establecer moldes en los que meter unos ingredientes
incompatibles. Pero si hasta en las mejores familias hay hermanos peleados.
Una segunda
conclusión: las pantomimas de expulsar provisionalmente ya no cuelan, porque al
poco tiempo ya se hallan nuevamente bien ubicados en la línea de salida para
las siguientes. ¿Nos vamos a Valle Gran Rey? ¿O a La Palma? ¿O a El Hierro? Una
segunda solución: que vuelvan a despertar los dirigentes y tengan la decencia
suficiente como para cumplir las normas que ustedes se autoimponen. No nos
tomen por machangos y mírense al espejo.
Y así podría
seguir la relación durante un buen rato más. Pero como estos iluminados siguen
empeñados en cuadrar el círculo, mejor será lanzar la enésima propuesta. Que
caerá en saco roto porque los partidos, tan escasos de militantes como de
recursos económicos, hacen lo imposible para mantener el estatus, no sea que
cualquier modificación les pueda suponer el cierre del grifo. O de la ubre.
Harto sabido es que la mayoría una vez levantó el vuelo, como los vencejos,
vive largos periodos en el aire sin poner una pata en la tierra, no sea que se le
pegue algún virus (de los que anda, claro).
Estoy de
acuerdo con lo de que en los pueblos todos es diferente, más cercano, más
familiar, nos conocemos casi todos. Pues propongan un cambio en el sistema
electoral y vayamos a las listas abiertas. Pero te habrás percatado de que
incluso los denominados minoritarios no están por la labor, pues temen que ello
suponga una pérdida del dominio partidario y un mayor control de la ciudadanía.
Dennos la
opción de que seamos nosotros los que marquemos las directrices, los que
podamos señalar de un conjunto de candidatos (con sus siglas identificativas y
sus filias ideológicas) aquellos que creamos válidos para desarrollar la labor
de concejal y merecedores de nuestro voto. Y en caso de fallar en nuestra
apreciación, y en el supuesto de que su formación lo vuelva a incluir en la
siguiente candidatura, ya se caerá de la higuera.
Así, pongamos
de ejemplo nuestro pueblo de Los Realejos, los veintiún pretendientes más
votados pasarían a constituir la corporación, a cuyo frente, automáticamente,
quedaría situado la persona que mayor número de votos haya obtenido tras el
escrutinio electoral. El alcalde, de acuerdo con la ley que regulase el
particular, formaría la comisión de gobierno, para el reparto de competencias y
delegaciones (estaría igualmente estipulado su número, así como el máximo que
podría ser ‘liberado’ para tales menesteres, en función de las características
del municipio: número de habitantes, montante económico de su presupuesto…), y
que deberán ser, inexcusablemente, los que le sigan (al alcalde) en número de
votos obtenidos.
En un pueblo
se gestiona y no se juega a parlamentarismos baratos ni a comités o congresos.
Las luchas por el poder o las aspiraciones (legítimas todas) se demostrarían en
el ejercicio de la tarea asignada, cuyo premio, de merecerlo, vendría en la
designación para formar parte de la lista próxima y el refrendo de la confianza
mediante la aprobación de un elector satisfecho con un quehacer bien
desarrollado. Y los partidos, aparentemente marginados en este nuevo sistema,
se preocuparían por brindar todo su apoyo a los elementos más valiosos de sus
formaciones. Evitaríamos los arribismos y los apoltronamientos, pues los
inútiles no pasarían el primer asalto. Y a la conclusión del mandato, pasaría a
formar parte de la historia (nefasta) del consistorio.
Cada cuatro
años, aquellos que tenemos el derecho y el deber de acudir a las urnas
tendríamos la completa seguridad de ser dueños de los errores y de los
aciertos. Pero convencidos de que la solución pasa por nosotros y no dejamos al
criterio de otros el destino de nuestro arbitraje. Y como tan dados somos a los
experimentos: hagámoslo, de entrada, en las municipales. Creo que todos podemos
coincidir. Los ciudadanos votaríamos con más alegría y no condicionados a tener
que meter una papeleta en el sobre, a sabiendas que de los allí signados hay
cuatro o cinco que no solo me caen bien sino que pueden ejercer el cargo con
dignidad, pero el resto no vale un higo pasado. Y como los partidos, todos,
esgrimen lo manifestado al principio (en los pueblos todo es diferente), adelante
entonces. Qué se puede perder: nada. Y mucho que ganar. Me estoy imaginando
cómo se disputarían los mejores (elegibles) para obtener mayor representación.
Que no, eso no es malo, al contrario. La sana competencia nos vendría de
perillas. Finiquitaríamos la mediocridad actual, la inoperancia, la
incompetencia…
Concluyo:
listas abiertas, YA. Qué te apuestas a que no hay nadie en Los Realejos, para
no irme más lejos, que se dé por aludido y me haga un comentario apoyando este
ofrecimiento.
Me parece una idea moderna y coherente. Así tendríamos en los gobiernos municipales a las personas idóneas para desempeñar sus aportaciones cognitivas.El pueblo ganaría en el aprovechamiento de sus recursos humanos. Sin embargo se entendería que eso es un acto de generosidad por parte de los candidatos, nunca como una escalera para trepar hacia otros proyectos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
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