lunes, 14 de octubre de 2013

Listas abiertas

Esta (pen)última moción de censura en Tacoronte ha terminado por llenarme la cachimba. Es que ni adrede lo pueden hacer peor. Ya no sé cómo expresar el descontento que tenemos los ciudadanos. Al menos con los que hablo. Y como los amigos me dicen lo mismo, me parece que somos unos cuantos los decepcionados y hartos.
Una disculpa modelo vale para que los representantes de cualquier partido político justifiquen –lo intentan– que en los pueblos todo es diferente. Hay un pacto a nivel regional entre dos formaciones, pero la excusa es pertinente para uno u otro socio a la hora de hacerlo añicos en un municipio que se elija a manera de juguete.
Una primera conclusión: ese modelo de pactos no funciona; lo que es bueno para un lugar, puede no serlo para otro. Razones: miles. Una primera solución: que despierten los dirigentes y no pretendan establecer moldes en los que meter unos ingredientes incompatibles. Pero si hasta en las mejores familias hay hermanos peleados.
Una segunda conclusión: las pantomimas de expulsar provisionalmente ya no cuelan, porque al poco tiempo ya se hallan nuevamente bien ubicados en la línea de salida para las siguientes. ¿Nos vamos a Valle Gran Rey? ¿O a La Palma? ¿O a El Hierro? Una segunda solución: que vuelvan a despertar los dirigentes y tengan la decencia suficiente como para cumplir las normas que ustedes se autoimponen. No nos tomen por machangos y mírense al espejo.
Y así podría seguir la relación durante un buen rato más. Pero como estos iluminados siguen empeñados en cuadrar el círculo, mejor será lanzar la enésima propuesta. Que caerá en saco roto porque los partidos, tan escasos de militantes como de recursos económicos, hacen lo imposible para mantener el estatus, no sea que cualquier modificación les pueda suponer el cierre del grifo. O de la ubre. Harto sabido es que la mayoría una vez levantó el vuelo, como los vencejos, vive largos periodos en el aire sin poner una pata en la tierra, no sea que se le pegue algún virus (de los que anda, claro).
Estoy de acuerdo con lo de que en los pueblos todos es diferente, más cercano, más familiar, nos conocemos casi todos. Pues propongan un cambio en el sistema electoral y vayamos a las listas abiertas. Pero te habrás percatado de que incluso los denominados minoritarios no están por la labor, pues temen que ello suponga una pérdida del dominio partidario y un mayor control de la ciudadanía.
Dennos la opción de que seamos nosotros los que marquemos las directrices, los que podamos señalar de un conjunto de candidatos (con sus siglas identificativas y sus filias ideológicas) aquellos que creamos válidos para desarrollar la labor de concejal y merecedores de nuestro voto. Y en caso de fallar en nuestra apreciación, y en el supuesto de que su formación lo vuelva a incluir en la siguiente candidatura, ya se caerá de la higuera.
Así, pongamos de ejemplo nuestro pueblo de Los Realejos, los veintiún pretendientes más votados pasarían a constituir la corporación, a cuyo frente, automáticamente, quedaría situado la persona que mayor número de votos haya obtenido tras el escrutinio electoral. El alcalde, de acuerdo con la ley que regulase el particular, formaría la comisión de gobierno, para el reparto de competencias y delegaciones (estaría igualmente estipulado su número, así como el máximo que podría ser ‘liberado’ para tales menesteres, en función de las características del municipio: número de habitantes, montante económico de su presupuesto…), y que deberán ser, inexcusablemente, los que le sigan (al alcalde) en número de votos obtenidos.
En un pueblo se gestiona y no se juega a parlamentarismos baratos ni a comités o congresos. Las luchas por el poder o las aspiraciones (legítimas todas) se demostrarían en el ejercicio de la tarea asignada, cuyo premio, de merecerlo, vendría en la designación para formar parte de la lista próxima y el refrendo de la confianza mediante la aprobación de un elector satisfecho con un quehacer bien desarrollado. Y los partidos, aparentemente marginados en este nuevo sistema, se preocuparían por brindar todo su apoyo a los elementos más valiosos de sus formaciones. Evitaríamos los arribismos y los apoltronamientos, pues los inútiles no pasarían el primer asalto. Y a la conclusión del mandato, pasaría a formar parte de la historia (nefasta) del consistorio.
Cada cuatro años, aquellos que tenemos el derecho y el deber de acudir a las urnas tendríamos la completa seguridad de ser dueños de los errores y de los aciertos. Pero convencidos de que la solución pasa por nosotros y no dejamos al criterio de otros el destino de nuestro arbitraje. Y como tan dados somos a los experimentos: hagámoslo, de entrada, en las municipales. Creo que todos podemos coincidir. Los ciudadanos votaríamos con más alegría y no condicionados a tener que meter una papeleta en el sobre, a sabiendas que de los allí signados hay cuatro o cinco que no solo me caen bien sino que pueden ejercer el cargo con dignidad, pero el resto no vale un higo pasado. Y como los partidos, todos, esgrimen lo manifestado al principio (en los pueblos todo es diferente), adelante entonces. Qué se puede perder: nada. Y mucho que ganar. Me estoy imaginando cómo se disputarían los mejores (elegibles) para obtener mayor representación. Que no, eso no es malo, al contrario. La sana competencia nos vendría de perillas. Finiquitaríamos la mediocridad actual, la inoperancia, la incompetencia…
Concluyo: listas abiertas, YA. Qué te apuestas a que no hay nadie en Los Realejos, para no irme más lejos, que se dé por aludido y me haga un comentario apoyando este ofrecimiento.

2 comentarios:

  1. Me parece una idea moderna y coherente. Así tendríamos en los gobiernos municipales a las personas idóneas para desempeñar sus aportaciones cognitivas.El pueblo ganaría en el aprovechamiento de sus recursos humanos. Sin embargo se entendería que eso es un acto de generosidad por parte de los candidatos, nunca como una escalera para trepar hacia otros proyectos.

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