Aquellos que
osamos garabatear cuatro letras para someternos al dictado de los que
diseccionan el contenido de nuestros pareceres, deberíamos ser mucho más
respetuosos con los argumentarios. Aunque este sustantivo, que la RAE nos propone como nueva
entrada en la próxima edición de su diccionario (conjunto de los argumentos
destinados principalmente a defender una opinión política determinada), viene
constreñido a la definición que los académicos han creído oportuno, me permito
la licencia de ampliarla a otros ámbitos del común desenvolvimiento de la vida
cotidiana, por ejemplo, el periodismo.
Se me
achacará que las dependencias son tantas (empresariales, editoriales,
subsistencia, precariedad…) que mi utopía no dejará de ser ese estado quimérico
al que unos cuantos ilusos aspiramos. Y si añado que también en la vasta
extensión de las redes sociales es menester un poco más de seriedad, lo mismo
me echan a Marhuenda.
Leí en feisbuc una de las tantas ocurrencias
que el juego político nos brinda. Máxime en una época en la que la credibilidad
de los que se dedican a la cosa pública se halla en los niveles más bajos que
uno pueda imaginarse. En plan irónico venía a ser algo así como que Rubalcaba
retornaba a la actividad (política) al creerse aún útil. Manifestaciones del
líder socialista en una entrevista imaginaria, bien aprovechadas por los
contrincantes populares para disimular por unos instantes las más que notorias
carencias gubernamentales.
Aquellos que
me siguen en Pepillo y Juanillo, a quienes agradezco el apoyo silencioso, saben
de mi no sujeción a disciplina alguna, lo que me conduce, en una aparente
incongruencia, a practicar, en la medida de mis posibilidades, una exquisita
imparcialidad. O traducido, si un día me apetece darle caña al PSOE, no es
necesario que me envíen el recordatorio. Pero al siguiente, lo mismo someto a
mi alcalde (PP) al examen más riguroso.
Por ello, a
los militantes populares –puede que mañana le dé la vuelta a la tortilla– les
rogaría encarecidamente que antes de lanzarse a la aventura de calificar al
secretario general del PSOE como un dinosaurio rancio y casposo, dirigieran el
espejo a otros caretos de sus propias filas porque a lo peor se llevan una
sorpresa. Si en los datos que expongo a continuación cometo errores de bulto, háganmelo
saber:
Alfredo Pérez
Rubalcaba nació el 28 de julio de 1951 y Mariano Rajoy Brey el 27 de marzo de
1955. Significa que cuando el gallego vino al mundo, el cántabro llevaba 3 años
y 8 meses llorando la
Internacional y entrenando para los 110 metros vallas. El
socialista llega a la política de la mano de Felipe González y el primer cargo
relevante que ocupa es el de Secretario de Estado de Educación en 1986. Me
pierdo, y demando ayuda, en el cuatrienio habido desde aquella victoria
abrumadora del año 1982. Puede que en esos cuatro años haya ostentado alguna
responsabilidad. Pero es que don Mariano, aun siendo más joven, ya era diputado
en el parlamento gallego en 1981 y poco después Director General de Relaciones
Institucionales. No miren, pues, la viga en el ojo ajeno sin antes frotarse los
propios por si alguna brizna, o hilillo, les pueda causar una conjuntivitis.
El
diccionario –hoy me dio por instruirme– me señala que historial es la reseña
circunstanciada de los antecedentes de algo o de alguien. Y un alguien,
periodista él, ha escrito: Yo escucho a
los buchones que tiene en su tertulia un canal de televisión (sin estudios, sin
educación, sin respeto y gordos como cochinos) y me dan ganas de vomitar. Van
allí a largar sin tino, sin comprobar ni siquiera si lo que están diciendo
tiene algún atisbo de verdad. Patético. Esto es lo que se despacha en esta
isla, cada vez más mierdosa.
Se ha ido de
esta isla en unas tropecientas ocasiones a vivir en ese país maravilloso que
todos tenemos en el magín, en el que ni siquiera se ronca y donde puedes
expeler una ventosidad en la seguridad absoluta de que ninguna tele local te lo
va a echar en cara. Porque, últimamente, por ahí le duele. Y bien clarito lo
formula, pues justo es reconocer que su expresión escrita es de notable alto.
Lo malo, tirando a peor, son los vaivenes, incluyendo los más gordos (como
cochinos, algo sabrá). O la defensa numantina de otros sin estudios, sin
educación, que dan ganas de vomitar y en la seguridad de que todo lo que dicen
es bazofia (o mierda, que le gusta más). Patético. La hez del periodismo… ¿Te
suena?
¿Que no fui
claro? No qué va. España va bien. Al menos en fútbol. Eso dicen. Hasta mañana.
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