La
desafección de la política, y de los políticos, ha alcanzado cotas alarmantes.
Sin embargo, los apoltronados parecen no darse por aludidos. Porque no los creo
tan tontos como para pensar que no se han enterado aún. Ayer Rajoy, en otra de
sus lecturas memorables, sentenció que todo aquello que nos han pedido
(sacrificios) nos será devuelto con creces. Que aquí en Canarias, por cierto,
conocemos por tal nombre a los frutos del haya.
Hubiese
preferido que no me dijera nada –lo mismo que hace con Rubalcaba cuando le
pregunta por la contabilidad B– porque si he de concordar con lo de que vamos a recibir el ciento por uno
(qué bíblico está Mariano), mejor que me lo dejen quieto, no sea que en el
futuro más o menos inmediato me multipliquen los recortes.
Comenzaré mi
proceso de reconversión cuando vislumbre que en cualquier reforma acometida
sean ‘nuestros representantes’ los primeros que se apliquen la medidas, que se
pongan de ejemplos en una sociedad tan necesitada de espejos o de modelos. Pero
ni están por la labor ni se les espera. Habiendo funcionarios y pensionistas,
¿para qué nuevas fórmulas?
No tengo
conocimiento de que nadie haya desmentido esos datos que circulan por Internet
acerca del desorbitado número de personas que viven de la cosa pública, bien como
cargos electos, bien como elementos adheridos. Ayer mismo escuchaba a Román
Rodríguez, que no es santo de mi devoción –hoy voy de un religioso que para
qué–, manifestar que le gustaría saber cuánto cobra Willy García. Que se lo
pregunte a Paco Hernández Spínola, el de la Ley de Transparencia canaria, la que va a nacer
como la más clara y diáfana de todo el territorio patrio (salvo la opinión en
contrario de Hilario, el del tenicazo). Están todos tal para cual y la casa
manga por hombro. La imagen es tan penosa que no sabe uno para dónde mirar o a
dónde arrimarse.
El gobierno
popular, el de los casi mil asesores, siempre echa la vista hacia abajo cuando
trata de evitar gastos superfluos. Y no diré yo que no haya que hacerlo, pero
conveniente sería también que barriera dentro de su propia habitación no sea
que haya debajo de la alfombra más de un desperdicio reciclable. Y los
ayuntamientos –menos los regidos por el PP, por aquello de la obediencia ciega,
el no moverse en la foto y la promoción interna– estiman, como primer peldaño
en la cercanía ciudadana, que la supresión de determinadas competencias
acarrearía una serie de perjuicios para la población.
Uno entiende
igualmente que es la institución local aquella que deberá encauzar, y resolver,
los problemas que diariamente se le plantean a sus habitantes. Pero no creo que
vayan los tiros del gobierno central encaminados a mermar lo que la Ley de Bases de Régimen Local
regula. Más bien entiendo que la diana se halla en las Comunidades Autónomas.
Viene ello a
cuento de la posibilidad de que desaparezcan las OMICs con el Proyecto de Ley
de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local.
Uno, viejo ya en ciertas lides, sabe que mucho se ha proyectado desde altas
esferas sin que a la postre resultado alguno diese. Y menos cuando se parte de
la premisa de no se aplicará hasta el año catapún. Porque desde tiempos
inmemoriales, incluso desde antes de que se dibujase el mapa autonómico, el
contribuyente siempre ha acudido a la puerta más cercana: su ayuntamiento, su
alcalde, su concejal de barrio.
La propuesta
que elevará el grupo socialista en la próxima sesión plenaria del ayuntamiento
realejero servirá para que el grupo que encabeza Manolo Domínguez aplique, una
vez más, su mayoría absoluta. Porque de haber sido el Partido Socialista el que
gobernase en Madrid y en el pueblo (cuán largo me lo fiáis), hubiese ocurrido
tres cuartos de lo mismo. Las coherencias se estilan poco. Tanto que si Tomás
Gómez, y es un simple ejemplo, no estuviese a degüello con Rubalcaba, ahora
mismo seguiría siendo senador y tan contentos.
Pero pienso
que la moción está bien presentada y había que hacerlo. Pero a continuación
digo, o escribo, que las acciones que acometen los ayuntamientos tienen que
ver, y mucho, con los asuntos que las respectivas leyes orgánicas regulan como
competencias autonómicas. Por lo que, mera lógica, estas se hallan capacitadas
para regular (legislar) acerca de los servicios que deben prestar las
instituciones locales (cabildos y ayuntamientos). No atisbo, pues,
desmantelamiento alguno del bienestar ciudadano.
Me temo que
el apoyo institucional demandado solo va a contar con los diez votos de los
tres grupos de la oposición. El Partido Popular actuará conforme al guion
establecido, acorde al manual de instrucciones. Pero la OMIC no va a desaparecer,
salvo que el Gobierno de Canarias, siempre sujeto a pactos y vaivenes, opine la
contrario. Que no va a suceder, porque a todos les interesa tener chiringuitos
que atender y poder justificar los concejales liberados.
Cabría
preguntarse, en aras de una mejor distribución de los recursos, si no sería
oportuno arbitrar nuevas fórmulas. De igual manera que se mancomunan servicios
de recogida de basuras o bomberos, vaya usted a saber si no podría hacerse algo
parecido con otros menesteres. Pero mucho más efectivo sería que el organigrama
político se hallase sujeto a mayores restricciones que las actuales, a saber,
ningunas. Y en estas libertades a la hora de ponerse sueldos, fijarse dietas,
nombrar personal a dedo, enchufar familiares y amigos, disponer de surtido
parque móvil, telefonía, etc., etc., están todos de acuerdo. El mañana me puede
tocar a mí es razón más que poderosa para estarse callado.
Y un consejo
final: las mociones, proposiciones o como estimen pertinente llamarlas, deben
ser claras, concisas, contundentes. Porque se divaga demasiado, se mezclan
churras con merinas y se tiende al clásico tótum revolútum. Y ello se torna en
arma arrojadiza porque el que tiene la sartén por el mango contempla ante sí el
camino expedito ante la falta de concreción.
Resumo: no se
preocupen, no se desmantelará nada. Al contrario, los consistorios tendrán cada
vez más quehaceres. Cuanto más tranquilos estén los consejeros, directores
generales y los propios diputados… ¿Lo captaron?
Hasta mañana.
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