Cada año
surge idéntico debate acerca del controvertido discurso navideño del rey. Hago
la salvedad de la minúscula para dejar constancia de lo lejos que ya me queda
aquel Desde La Corona
con el que arrancaba mis artículos periodísticos. Y que como aún lo conservo en
mi correo electrónico, todavía algún despistado me busca las cosquillas con las
connotaciones monárquicas.
Parece que
este 2013 que finiquita no fue periodo para que Juan Carlos lo enmarcara. Y los
estudios de audiencia se empeñan en restar no sé cuántos millones de
espectadores con respecto a ejercicios anteriores. Lo de ejercicios lo he
puesto adrede, porque también ha tenido el hombre ciertos problemillas con el
fisco. No tantos como el yerno, aunque todo se pega. Pero es que nos encanta
discutir boberías. Vamos a ver, aparte de los periodistas (uno por medio) a los
que les cae el marrón de diseccionar el discurso de marras y los cuatro
políticos (dos aduladores y dos detractores), ¿quién demonios se traga ese leer
cansino y somnoliento? Al segundo párrafo, zapeo al canto.
Además, ¿cree
alguien que el susodicho se ha molestado en hilvanar cuatro líneas para
soltarnos la perorata? No solo se limita –el ya de por sí limitado– a
reproducir mecánicamente la redacción de fin de curso, sino que lo adereza con
una alegría que nos recuerdan aquellos de años más atrás –a los canarios nos
llegaba después– en que el blanco y el negro –más el segundo que el primero–
ponían la nota de color al cacho de carne de conejo.
Este último
fue ampliamente alabado por nuestro presidente autonómico: “El Rey (él si lo
dijo con mayúscula) ha demostrado que no mira hacia otro lado”. Claro que no.
Como lo haga le va a costar otro implante en la cadera. Porque el intento de
localizar de nuevo el renglón perdido le puede salir bastante caro. Como si tú
no conocieras el teleprompter (o autocue, por influencia del nombre de la
principal empresa fabricante). Sí, ese que para ahorrar y predicar con el
ejemplo, vas a utilizar en la
Torre del Conde. ¿Por qué no lo grabas en La Baranda o en tu despacho
con una foto detrás? Yo te la mando, hombre.
Antes de
arrancar con el segundo motivo, mucho más dulce y agradable, me tomo la
licencia a la que hace un tiempo no recurro, y manifiesto rotundamente que cada
vez entiendo menos las disculpas que sin recato alguno sueltan (in)determinados
políticos para justificar lo que es imposible con “acepto la disciplina de
partido”. Y tal hecho –y a las declaraciones populares con respecto a la ley de
Gallardón me remito– solo viene a ratificar la actitud borreguil de quienes
dejan de ser personas para convertirse en seres dependientes de un fajo de
billetes a fin de mes.
Pues no eran
tan malos como nos lo pintaban. Me refiero a los dulces que con tanta alegría
proliferan en estas fechas navideñas. Incluyan los pasteles del Realejo.
Tomados con moderación, y a ser posible por la mañana, no causan mayores
problemas. Es más, son beneficiosos. Y cuando leí la feliz noticia,
inmediatamente pensé que debe avecinarse otra campaña porque las ventas en este
sector de la alimentación han sufrido un importante retroceso. Ocurre con el
vino, con el aceite, con el pan y con las papas. Y con la carne, los plátanos,
los chocos y los chochos. Vaya bobería se nos mete en el cuerpo cada tres por
dos. La crisis, dicen, agudiza el ingenio, pero en algunas otras ocasiones las
repeticiones y calcos producen hastío.
Todos
sabemos, sin necesidad de mayores estudios, que toda hinchada causa
retortijones y dolores de cabeza. Y si ha sido, además, bien regada, el
circuito neuronal se torna resbaladizo y puede dar lugar a choques indeseados.
Sin ir más lejos, hace unos días, una anciana causó daños importantes en el
coche de una concejala de una población madrileña, muy popular ella. Y algo más
cerca, un grupo de al menos tres vehículos provocó de tal manera a un edil,
también él muy popular, que este se vio obligado a sacar el móvil y… el resto
es archiconocido.
Debemos ser
comedidos en todo. Por ello me encantó la idea del taller ‘Dulces Solidarios’.
Como todos tenemos algo de golosos, la propuesta para elaborar truchas de
batata, rosquetes de naranja o polvorones de gofio y la intención de empaquetarlos
en curiosas cajas de regalo para luego repartirlos entre las familias más
necesitadas, me pareció digna de aplauso. Es, creo, la tercera edición y desde
el ayuntamiento de aquella población se destaca una segunda lectura: “la
concienciación social, la sensibilización y el fomento de la solidaridad y
convivencia entre los diferentes vecinos y vecinas”.
Aparte de la
gilipollez de vecinos y vecinas –ya está bien de pasarse de la raya en lo que
en el uso cotidiano de la lengua no es normal–, estupendo el loable propósito.
Aunque, me temo, la convivencia se consigue
predicando con el ejemplo. Y como ya intuyes a qué me refiero y de qué
va el tema, punto y final, estimados lectores y lectoras.
Nota
aclaratoria final: ¿Ves la foto turbia? No te preocupes, son días locos y
el fotógrafo también brindaba. Ya dimitió la concejala aludida en el texto.
¿Sabes algo de por aquí cerca?
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