viernes, 27 de diciembre de 2013

Dos motivos navideños

Cada año surge idéntico debate acerca del controvertido discurso navideño del rey. Hago la salvedad de la minúscula para dejar constancia de lo lejos que ya me queda aquel Desde La Corona con el que arrancaba mis artículos periodísticos. Y que como aún lo conservo en mi correo electrónico, todavía algún despistado me busca las cosquillas con las connotaciones monárquicas.
Parece que este 2013 que finiquita no fue periodo para que Juan Carlos lo enmarcara. Y los estudios de audiencia se empeñan en restar no sé cuántos millones de espectadores con respecto a ejercicios anteriores. Lo de ejercicios lo he puesto adrede, porque también ha tenido el hombre ciertos problemillas con el fisco. No tantos como el yerno, aunque todo se pega. Pero es que nos encanta discutir boberías. Vamos a ver, aparte de los periodistas (uno por medio) a los que les cae el marrón de diseccionar el discurso de marras y los cuatro políticos (dos aduladores y dos detractores), ¿quién demonios se traga ese leer cansino y somnoliento? Al segundo párrafo, zapeo al canto.
Además, ¿cree alguien que el susodicho se ha molestado en hilvanar cuatro líneas para soltarnos la perorata? No solo se limita –el ya de por sí limitado– a reproducir mecánicamente la redacción de fin de curso, sino que lo adereza con una alegría que nos recuerdan aquellos de años más atrás –a los canarios nos llegaba después– en que el blanco y el negro –más el segundo que el primero– ponían la nota de color al cacho de carne de conejo.
Este último fue ampliamente alabado por nuestro presidente autonómico: “El Rey (él si lo dijo con mayúscula) ha demostrado que no mira hacia otro lado”. Claro que no. Como lo haga le va a costar otro implante en la cadera. Porque el intento de localizar de nuevo el renglón perdido le puede salir bastante caro. Como si tú no conocieras el teleprompter (o autocue, por influencia del nombre de la principal empresa fabricante). Sí, ese que para ahorrar y predicar con el ejemplo, vas a utilizar en la Torre del Conde. ¿Por qué no lo grabas en La Baranda o en tu despacho con una foto detrás? Yo te la mando, hombre.
Antes de arrancar con el segundo motivo, mucho más dulce y agradable, me tomo la licencia a la que hace un tiempo no recurro, y manifiesto rotundamente que cada vez entiendo menos las disculpas que sin recato alguno sueltan (in)determinados políticos para justificar lo que es imposible con “acepto la disciplina de partido”. Y tal hecho –y a las declaraciones populares con respecto a la ley de Gallardón me remito– solo viene a ratificar la actitud borreguil de quienes dejan de ser personas para convertirse en seres dependientes de un fajo de billetes a fin de mes.
Pues no eran tan malos como nos lo pintaban. Me refiero a los dulces que con tanta alegría proliferan en estas fechas navideñas. Incluyan los pasteles del Realejo. Tomados con moderación, y a ser posible por la mañana, no causan mayores problemas. Es más, son beneficiosos. Y cuando leí la feliz noticia, inmediatamente pensé que debe avecinarse otra campaña porque las ventas en este sector de la alimentación han sufrido un importante retroceso. Ocurre con el vino, con el aceite, con el pan y con las papas. Y con la carne, los plátanos, los chocos y los chochos. Vaya bobería se nos mete en el cuerpo cada tres por dos. La crisis, dicen, agudiza el ingenio, pero en algunas otras ocasiones las repeticiones y calcos producen hastío.
Todos sabemos, sin necesidad de mayores estudios, que toda hinchada causa retortijones y dolores de cabeza. Y si ha sido, además, bien regada, el circuito neuronal se torna resbaladizo y puede dar lugar a choques indeseados. Sin ir más lejos, hace unos días, una anciana causó daños importantes en el coche de una concejala de una población madrileña, muy popular ella. Y algo más cerca, un grupo de al menos tres vehículos provocó de tal manera a un edil, también él muy popular, que este se vio obligado a sacar el móvil y… el resto es archiconocido.
Debemos ser comedidos en todo. Por ello me encantó la idea del taller ‘Dulces Solidarios’. Como todos tenemos algo de golosos, la propuesta para elaborar truchas de batata, rosquetes de naranja o polvorones de gofio y la intención de empaquetarlos en curiosas cajas de regalo para luego repartirlos entre las familias más necesitadas, me pareció digna de aplauso. Es, creo, la tercera edición y desde el ayuntamiento de aquella población se destaca una segunda lectura: “la concienciación social, la sensibilización y el fomento de la solidaridad y convivencia entre los diferentes vecinos y vecinas”.
Aparte de la gilipollez de vecinos y vecinas –ya está bien de pasarse de la raya en lo que en el uso cotidiano de la lengua no es normal–, estupendo el loable propósito. Aunque, me temo, la convivencia se consigue  predicando con el ejemplo. Y como ya intuyes a qué me refiero y de qué va el tema, punto y final, estimados lectores y lectoras.
Nota aclaratoria final: ¿Ves la foto turbia? No te preocupes, son días locos y el fotógrafo también brindaba. Ya dimitió la concejala aludida en el texto. ¿Sabes algo de por aquí cerca?

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