(In)determinado
periodista de estos contornos, provocador, currito, echado pa´lante, pero giroscopio
que mece el viento, encontró tiempo ha tremendo filón con la figura del mago.
Del nuestro, del canario. Ese que suele ser imitado en romerías, bailes y fiestas
típicas con sombreros cargados de telarañas (¿Y por qué no te cargas una piña
de 70 kilos desde la Cruz
del Teide hasta El Calvario, cachanchán?), y vilipendiado por quienes se han autoproclamado
señoritingos, aunque ahora venidos a menos. De los que presumen de linajes de
alta alcurnia, que se han creído poderosos en los tiempos en que poner la pata
arriba del pobre desgraciado era señal inequívoca de ordeno y mando. Con
reverencia y sombrero en mano. Pero que el destino, o las vueltas de la vida,
han sumergido en el lodazal más abyecto e inimaginable. Que mendigan en
pesebres en los que otrora vislumbraban zafiedad y no se recatan en lamer culos
que fueron dianas pordioseras, que gustan usar retambufas sin recato ni disimulo.
Primates evolucionados (a lo ancho), pero orangutanes en suma.
Que utilicen
al gomero con el ánimo de zaherirlo en los chistes de poca monta, me produce
tanta desazón como el recurso aludido de tomarle el pelo al campesino que
jociquea la tierra de sol a sol y que solo levanta la cabeza para secarse el
sudor con el dorso de sus callosas y avejentadas manos. Y que malvende sus
productos al encumbrado escritor para que luzca con total esplendidez su oronda
anatomía (y su panza de culichiche).
Cualquier
motivo es idóneo para meterse con el mago. Porque si el pobre infeliz agenció
una bañera para ponerla en su huerta y pueda abrevar el ganado, es bruto,
animal y ruin. Si algo lo caracteriza es la contumacia. Lo malo, o lo gracioso,
es que el vilipendiador parece no percatarse de que mucho de lo que esgrime se
le ha ido pegando. De tanto poner etiquetas, cada vez se halla más rotulado.
Y de rótulos
va nuestra historia, ahí tienen la foto. Por el comercio que vemos, deduzco que
se trata de Tacoronte. Y los que transitamos, siquiera de vez en cuando, la
carretera vieja que atraviesa el pueblo, sabemos que disponemos de varios
enlaces a la autopista. Por lo que si tú te sitúas con el coche mirando al
norte, al mar, al océano (todo bien explicadito por si acaso), puede ocurrir
que te venga mejor girar a la derecha para venir a Puerto de la Cruz, o a El Sauzal de
Paulino (por cierto, bien te quiere de nuevo), porque el acceso a la TF-5 quede a una distancia
inferior al otro que puedas encontrar si giras a la izquierda. Ocurre algo
parecido en estos momentos en la
Casona de La Gorvorana. Si
vienes desde La Longuera,
hallas una señal que te indica que Puerto de la Cruz queda hacia la derecha, en dirección a El
Bosque y la antigua autovía. Mientras que los que conocemos los contornos
sabemos que hacia el otro lado, El Toscal, llegamos antes si bajamos por el
Maritim. O cuando desde Los Realejos queremos ir a Los Cristianos, ¿por qué no
podemos hacerlo por Erjos? Son meras ópticas, para los más, pero que al
gracioso le parece sandunguero.
Aquí se trata,
lisa y llanamente, de vilipendiar al operario que siguiendo las instrucciones
de un superior ha ubicado los carteles donde se le ha indicado. Pero el
arquitecto, el ingeniero, el aparejador y demás especímenes que han transitado
por aulas universitarias (incluyan los periodistas) no son magos, son
excelentes personas, merecedoras de un respeto y una consideración. De ellos no
podremos jamás sacar el chiste fácil. Es el otro, el que jala por la guataca,
el jodido mago y miserable, el que lo hace adrede, por malquerencia, por joder.
El que tiene un don especial que le sale de dentro. Y lo realizan al trancazo.
Mucho jugo se
puede extraer, y a los hechos me remito, de las boladas del mago. Lo que alegra
sobremanera al boludo de turno (versión mexicana). Y ha creído conveniente
estimar, tras la contemplación de la foto, pensar que es el humilde trabajador
el culpable del posible desaguisado. Al que le hemos conferido, eso escribe, la
potestad de dirigir el tráfico. Por lo que “la ley de Seguridad Vial en sus manos
es un instrumento mortífero”.
El velillo es
el nieto del mago. Y el comemierda es el descendiente directo del mono que
acompañaba al director-editor-propietario de cierto medio de comunicación
cuando las piedras rodaban en sentido contrario al que lo hacen en la
actualidad. Mi abuelo fue mago de la platanera. En el oficio le siguió mi
padre. Mago fue, igualmente, el gran don Antonio González, premio Príncipe de
Asturias. Y yo lo fui a tiempo parcial porque el maestro de la escuela de La Longuera (don Andrés
Carballo Real) creyó conveniente que siguiera estudiando en aquella época
difícil, de penurias y miserias. Por todo ello, me duele enormemente que un vil
y arrastrado personaje haga ascos de quien le está dando de comer. Vaya para él
mi desprecio más absoluto. La culpa, como en política, la tenemos los que
pasamos, los que callamos y los que argumentamos qué le vamos a hacer, déjalo
estar
Concluyo. Los
comportamientos rastreros, mezquinos, ignominiosos de opinadores tarambanas,
veletas y anemómetros (para medir los otros vientos) no son una filosofía, son
una desgracia. Que aún soy capaz de tomar en préstamo frases o expresiones de
buenos escribidores (sin connotaciones coloquiales). Aunque no lo comparta,
justo es reconocer que se puede hacer buena literatura con untaduras
escatológicas. Lo cortés no quita lo valiente. Que usted lo disfrute bien. A
los postres, a ser posible.
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