Pero antes, a
modo de exordio, el agradecimiento a todas las visitas al post de ayer. Fueron
muchos los que se alongaron a sus párrafos. Entiendo que lo que sucede en San
Juan de la Rambla
es de tal enjundia que el sentimiento de rabia, hastío y asco (rayando la
porquería) cunde en la población. De lo que me alegro, porque buena falta está
haciendo señalarles a los innombrables que ya está bien.
El señor
González Pons no se prodiga actualmente demasiado. Han debido advertirle al
personaje desde la dirigencia popular que en boca cerrada no entran insectos
alados. Aunque siempre deja alguna que otra perla. Como esta: “Una vez salvada
la prima [de riesgo] tenemos que salvar [del riesgo] a las personas [los
primos]”. Las aclaraciones entre corchetes son mías. Porque hacen falta muchos
Gamonales para dejar de hacer el primo siempre los mismos. Y ya se me está
rebosando la cachimba. No contentos los señores políticos de alto copete con
tener libres sábados y domingos, se permiten el lujo de trabajar solo martes, miércoles
y jueves. Te pongo el ejemplo de los parlamentarios. Como todos ellos se
encuentran bien ubicados en el engranaje orgánico de sus respectivas
formaciones políticas, los lunes acuden a comités y demás zarandajas para
tocarnos las narices con declaraciones como la anteriormente señalada. Y los
viernes ya están de vuelta en casa para visitar a sus correligionarios e
indicarles que todo va bien. Para ellos. Porque tú y yo seguimos fastidiados.
Como me sigan calentando, pago los dos euros, firmo el documento sin leerme la
letra pequeña y participo en la elección de candidato. A ver si me nombran
asesor de algo. Qué ilusión. ¿Y qué quieres? Yo sí puedo decir que no voté a
Rajoy.
El juez
Emilio Calatayud, el de las ejemplares sentencias a menores, ha manifestado por
enésima vez que menos leyes y más sentido común. Que hablamos mucho de derechos
y bien poco de deberes. Mira que he escrito de ese particular. Regados por
periódicos y otros medios deben estar decenas de artículos al respecto. Que se
entremezclan con actuaciones en el ámbito docente. Tanto que sugerí al entonces
consejero de Educación del gobierno canario, José Antonio García Déniz, que
cambiara el título del decreto que regulaba esta faceta para el alumnado. Que
consistía, simplemente, en ubicar primero los deberes (muy pocos) y luego los
derechos (amplio elenco). Maldito caso. Porque un servidor entiende, y así se
lo manifesté siempre a los chavales, que estaré en condiciones de ‘exigir’
derechos cuando se halle cubierta la cuota de mis obligaciones. Y que solo
aquel que se encuentra con la pertinente hoja de servicios bien completa, se
deberá sentir legitimado para las reivindicaciones de rigor. Lo malo es que el
mundo de la escuela sigue o marca derroteros bien distintos que los que la
calle ofrece a cada vuelta de la esquina. Y a río revuelto, ya se sabe.
La sociedad
necesita espejos, modelos. Porque las carencias son harto notorias. Creo que la inmensa mayoría de docentes está
por la labor. Tíldame, si te place, de sectario. Pero si establezco la debida
comparación con los políticos (muchos de ellos desertores de tizas y pizarras),
la carcajada surge sonora. Solveida Clemente es alcaldesa de un bello pueblo
gomero. Ni corta ni perezosa (es frase hecha) ha soltado esta prenda: “Es
preciso que repita candidatura, queda mucho por hacer en Hermigua”. Y se quedó
tan ancha. Y relajada. Si no lo hace ella, nada que rascar. No hay en el bonito
paraje de aquel valle personaje alguno que pueda llevar a cabo la tarea. Solo
Solveida, la más bella y capacitada del lugar, se siente con los arrestos
suficientes para tan duro quehacer. ¿De qué partido es la susodicha? ¿Y qué
importa eso? ¿Cambia en algo la situación? Siempre quedará mucho por hacer,
angelito. Así se perpetúan. Y nosotros, los imbéciles, los votamos. Con lo
fácil que es cambiar una letra. Por la be grande de antes.
Parece que un
tal Fernando Sebastián es cardenal recién nombrado. Ignoro cuáles son los
méritos para ocupar esa posición en la jerarquía eclesiástica. Pero este
representante del colectivo más numeroso de ‘hombres solos’ (o de mujeres
solas), ha venido a reconocer que la homosexualidad es una deficiencia, una
enfermedad, pero que se puede tratar, que tiene cura. Ya tú ves, lo de cura lo
entiendo perfectamente. Es, por ejemplo, como la hipertensión. Este tío (lo
siento, no puedo llamarlo padre) está colocado. Y lo mismo no es del vino de la
consagración ni del incienso. Con los centenares de casos de pederastia que
tienen en su gremio, se permite, el muy osado, inmiscuirse en vericuetos tan
resbaladizos. Es que no tienen solución. En vez de dejar trabajar a tantos
curas jóvenes e involucrados y permanecer callados en la soledad de un
convento, lanzan diatribas que hieren hasta el mismísimo Papa. Que se cuide o
no va a durar un suspiro. Deben ser los herederos directos (por vía paterna) de
aquellos que nos confesaban en nuestra etapa colegial y que te pedían pelos y
señales de cómo habías pecado contra el sexto mandamiento. Sí, el de los actos
impuros, más de obra que de pensamiento. ¿Qué receta tendrá preparada el
angelito para que sanen los pecadores? No deberá contener oración alguna. Lo
mismo piensa reunirlos en una habitación con revistas de chicas en traje de
Eva. O al revés, que tanto monta (esta vez sin dobles).
Voy a dar una
vuelta a ver si me pasa este sofoco. Quedamos para mañana. Sean felices y no se
informen demasiado.
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