Me fui al
diccionario –qué raro– y busqué las diferentes acepciones del vocablo gesto.
Porque creo a pie juntillas en políticas de gestos. Pero no los del bien
quedar, los de la pose y la sonrisa falsa. No, me refiero a las de la
ejemplaridad, a las modélicas, a las de ideales. Si te atreves, y te felicitaré
por ello, a las utópicas.
De los
significados antes aludidos, me quedé con estos: semblante, cara, rostro; acto
o hecho; rasgo notable de carácter o conducta; aspecto o apariencia. Toma, por
favor, lo de cara o rostro en el concepto de espejo del alma, que se dice,
porque jetas (caras) nos sobran, para nuestra desgracia.
Y hoy me
apetece contar varios hechos que los relaciono con lo anteriormente expuesto. E
iniciamos el recorrido con el temporal de mar habido horas atrás. En todas las
crónicas, la nota se puso en los daños causados por el oleaje. Si contemplaste
alguna imagen, habrás observado que ninguno de los marullos llegó al Belair
(pon tú otro ejemplo, si lo crees oportuno). Los destrozos, al igual que cuando
corren los barrancos, se producen allí donde el hombre estimó conveniente
demostrarle a la naturaleza lo currito que es. Y la susodicha (naturaleza)
cuando se enfada, pasa lo que pasa. Me pregunto si es la marea alta la que
causa pavor o somos nosotros los que le facilitamos la labor.
Un
comentarista televisivo, allá en La
Bombilla palmera, espetó anoche que a las doce iba a subir la
marea y podría ser peor. Es la primera vez en mi vida que escucho que la
pleamar viene de sopetón. Yo pensaba que transcurrían seis horas desde la
anterior bajamar. O aquel vecino de Mesas del Mar, de un tercer piso, que nadó
en su domicilio por dos ocasiones. Y lo contó con pelos y señales. Menos mal
que yo no soy perito de seguros. No entrevistaron a los inquilinos del primero
y el segundo, quiero pensar, porque ya estarían ahogados. Son los gestos:
currito, echado pa´lante, primera línea de costa.
Hasta los
pescadores de ahora son mucho más ‘modernos’. En La Santa (Tinajo-Lanzarote), el
mar rompió incluso sus aparejos. Jolines, vaya conocimiento de la que se
avecina. Con esos no salgo yo a pescar ni en fotografía. Antes los del Puerto
subían las lanchas hasta la
Plaza del Charco. Y mares bravos, toda la vida.
Vamos con
otro. El juez Castro imputa por segunda vez a la Infanta. Miquel Roca, su
abogado defensor, basándose en la oposición del fiscal anticorrupción (el mundo
al revés), recurrirá a la
Audiencia de Palma y… desimputada ipso facto. A su señoría le
queda un suspiro en el caso. Los ciudadanos quedamos estupefactos ante estas
situaciones y desamparados ante una justicia (con minúscula bien chiquita) que
no es igual para todos. El gesto del discurso navideño del pasado año de su
mismísimo padre fue un insulto más para… TODOS. Ya me estoy imaginando las
llamadas telefónicas y presiones que debe estar sufriendo el magistrado desde
todas las instancias de la judicatura. Un día de estos le roban la moto. Este
gesto real y a la patética imagen del monarca el pasado día seis son dignos de
enmarcar.
Un tercero (o
terceros). Los que les pedimos a los políticos para que sean ejemplares en sus
comportamientos, que prediquen en su quehaceres con aquello que imponen al
resto de mortales. Recorten en sueldos, cargos y demás parafernalia en las
instituciones. Eso es demagogia de tu parte y sabes que esas medidas no
solucionan nada porque es una ínfima parte de… y tal y cual. Pero es un gesto.
Que unido a miles de gestos más. Ni caso. Y si echamos a estos, ¿los otros, los
que vengan serán mejores o mangarán más? Y así nos va. Ni de aquí para allá ni
de allá para acá. Todo manga por hombro. ¿Las inversiones? Cuando haya o fluya
el dinero. Y todavía escuchas a más de uno argumentar que en su vida privada
cobraba más. Si eso fuera verdad, lancha rápida, dejabas la política más rápido
que volando.
Concluyo con
el cuarto. El gesto del futbolista del Madrid Di María. Ni lo conozco de nada,
ni sigo este deporte desde hace tiempo, ni es mi misión defender a nadie. Vi
ese instante porque alguien lo colgó en Internet y la curiosidad me picó. Y he
ahí la palabra clave: picar. ¿A ti no te ha picado uno siquiera un par de
veces? ¿O los dos? Pero si a cualquier hombre que se precie si hay algo que lo
caracteriza es estarse echando mano a los cataplines o acomodándose el pantalón
porque se le baja como consecuencia del peso de los mismísimos. Qué falsos
somos. Si al pobre muchacho, como producto de sus andanzas por el campo, se le
salió un fisco del slip, ¿qué tiene de malo que haya intentado devolverlo a su
posición original? Además, si apenas fue un roce casi sin consecuencias. Es
más, creo que el destinatario del supuesto masaje ni se percató. Yo veo más
delito el que se pasen todo el partido echando escupitajos en el césped. Eso si
que es una actitud hedionda (con jota).
Del gesto de La Razón (“El canterano entró
sobrado de lo que adoleció el resto”) prefiero callarme, porque si escribiera
algo, de repente tengo que rascarme si pienso en el significado del verbo
adolecer. ¿Te imaginas dónde? En la cabeza. ¿Otra vez?
Hasta mañana.
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