En mis
tiempos era un símbolo. Hoy debe estar ajada, pocha y muy desmejorada. Y
después de innumerables artículos –en los que no he ocultado que los emito en
mi condición de haber sido cocinero antes que fraile, pero que jamás han
servido para nada porque la prepotencia de los dirigentes actuales no les
permite ver tres dedos más allá de sus narices por sobrados, lumbreras y…
cantamañanas– el que me sienta en la obligación de alongarme a Pepillo y
Juanillo por enésima elevado a mucho más del cubo, me produce escozor y ganas
de rascarme en ciertas partes. Por no decir o hacer cosas más feas.
Hasta qué
punto llega la desfachatez humana cuando se lleva adherida la etiqueta de
político. Que no sean capaces estos ejemplares, la mayoría antidiluvianos, de
quedarse ante el espejo unos segundos más del tiempo que le dedican a tal
menester para cantar las excelencias de su belleza, por si surge la voz de la
conciencia y son capaces de sacudirse del letargo… No sigas, bobo tieso. No
solo son insensibles sino que ya no leen. No van a perder ni un minuto de su
apretada agenda en prestar la más mínima atención a los que se han ido quedando
por el camino. A los perdedores, que alude la candidata Valenciano. Como si el
PSOE tuviera el banquillo como el del Real Madrid. Debemos ser los despojos,
que también mentan otros que aluden a las deserciones en Cataluña.
Qué pena. Y
qué tristeza que no haya uno que recapacite. Y tenga la valentía de hacerlo en
compañía de otro. Por si algo se pega. Aunque me temo –septuagésimo sollozo– que
la situación lamentable del enfermo ya no se pueda sanar con tiritas. No valen
remiendos. Porque los doctores que recetan las posibles curas están
contaminados. No se pusieron los guantes a tiempo y se encuentran igual o peor
de afectados. Se precisan nuevos galenos, savia nueva, con instrumental
moderno, que diagnostique el mal desde las raíces y no se quede en la
hojarasca. No hay que refundar, porque sería iniciar un trayecto con la carcoma
latente. Tampoco vale meter a esta pléyade de inútiles en una batidora. Porque
de tal mezcla no se podrá aprovechar ni un ridículo porcentaje.
Si alguno de
los posibles aludidos, por recomendación de cualquier amigo común, hubiese
alcanzado esta línea, estará ahora mismo soltando el discurso que la
instrucción número 245 del partido recomienda para contestar las imbecilidades
de los que osan cuestionar sus sabias decisiones. Y pensando para su fuero
interno, o lo mismo a grito pelado: jódete, pollaboba, por haberte largado en
los ochenta; si hubieras permanecido en el redil, obediente y sumiso, ahora
estarías ordeñando bien a gustito.
De esa imagen
de modernidad, agilidad, prontitud y culmen de reflejos que nos traslada
Rubalcaba, máximo exponente del cambio generacional, he escrito hasta la
saciedad. Aun así, va la penúltima: lárgate ya.
Del circo
catalán, qué contarte. Mas puede que no lleve a cabo su consulta, pero tendrá
en el platillo de su haber el contabilizar los muchos muertos que ha dejado por
el camino. En las filas socialistas, la mayoría.
Pero vámonos
a La Gomera. Isla
por la que no he sabido disimular mis preferencias. En la que se está
produciendo la erupción más potente de los últimos años y que puede hacer
añicos el mismísimo Garajonay. Donde la política se vive de manera diferente.
Con el cuchillo al cinto de manera permanente. Cuando no sujeto entre los
dientes. De una forma tan sectaria que incluso los aspirantes a ocupar
poltronas juegan, sin disimulo, con las mismas armas. Basta leer lo que se ha
venido publicando estos días en todos los foros, para comprobar que nadie se
recata en atacar utilizando idénticas formas a las esgrimidas por los que
pretenden desbancar. Y no cuestiono el que no sean legítimas tales
aspiraciones, pero las vehemencias delatan que en el supuesto de producirse no
vaya a representar avances significativos.
Los peores
gomeros son los que viven en Tenerife, con un porvenir asegurado pero jodiendo
la pavana cuando se acuerdan de su procedencia. Me lo dijo uno de allá, de
Chipude, hace la tira. Y como tengo la bendita manía de anotar ‘boberías’
cuando me hallo fuera, les aclaro que el 3 de enero de 2006 (martes) hablaba
con dos amigos gomeros, mientras dábamos buena cuenta de unas arepas. Y en el
transcurso de la conversación, tuve la oportunidad de comentarles que más tarde
o más temprano Casimiro, y el imperio que había creado a su imagen y semejanza,
caería. Como había acontecido en otros lugares donde de pedestales igual de
altos cayeron palmeras orgullosas a barrer el suelo. Y les puse ejemplos
tinerfeños.
Ocho años
después parece haber explotado lo que los detractores llaman el régimen. Lo
malo es que sus procederes los delatan. Tiempo al tiempo. Por viejo, que no por
sabio. Estallan voladores –algo de pirotecnia sabemos los realejeros– y surgen
crónicas de muertes anunciadas, cazas de brujas, rebelión de lacayos, roturas
de gánigos, terremotos, réplicas, traidores devorados por perros hambrientos… E
insisto, no creo que sean formas de demostrar valías para erigirse en
alternativas. Porque junto a ejercicios de más socialistas que nadie, nos tropezamos
con pactos de muy difícil digestión. Pero allá cada cual. En mi etapa jubilosa
a nadie nada debo. Mucho menos a Casimiro, como se me espetó en cierto digital,
a quien ni siquiera conozco y con el que no he intercambiado una palabra en mi
vida.
Pueblo chico,
infierno grande, reza el dicho popular. Y en La Gomera se practica
sobremanera. Pero este hecho de la desbandada de media ejecutiva no es más que
la consecuencia de una política errática, de cerrar los ojos y dejar pasar. Y
estos lodos no se limpiarán con otro manguerazo al uso. Porque al forúnculo
gomero debemos añadirle la úlcera palmera o el divieso herreño. Porque no puede
ser pecado mortal el pacto con el PP en un lugar mientras en otro se perdona
con el rezo de cuatro padrenuestros. Hace falta mucha mano izquierda para
lidiar esta problemática. Algo de lo que carecen los sepultureros de ahora
mismo
Junto a José
Miguel, Julio Cruz, Paco Hernández Spínola y demás supervivientes (¿bon
vivant?), aunque bien náufragos en el fondo, existen cargos de libre
designación. De esos que abundan en las páginas del BOC cada día. A un servidor
le gustaría –a lo mejor serían capaces de devolverme una pizca de ilusión– que
se olvidaran de la privilegiada situación, que pusieran a un lado sus intereses
personales y predicaran con lo que sostienen en la teoría, dieran un moquete en
la mesa y soltaran un expresivo: hasta aquí hemos llegado. Y retornaran a sus
puestos de trabajo para señalar que no todo es válido, que no todo… ¡Ah!, que
algunos no tienen arte ni oficio. Pero otros sí. Sí, que no todos son iguales.
¿O sí?
Qué lindo
sería, qué ejemplo darían en esta época de vacas flacas y pulgas en perro flaco
que alguien se constituyera en modelo a seguir, a observar, a imitar. Me temo
que seguiré mirando para el palomo. A para la mar, por si se viran las palometas.
Se defienden
los que tanto daño están causando que irse significaría una ruptura, una
debacle, un acto de cobardía. ¿Más? Cuán de cierta tiene la creencia de que se
encierran en una burbuja, se inventan otro mundo y se vuelven ciegos y sordos.
Y, además, tontos de remate. Aunque suelo ser bastante respetuoso, me tienen
–nos tienen– los (ir)responsables socialistas hasta donde ya te puedes
imaginar. Váyanse a freír chuchangas. Entiendo, José Miguel, que estás
desempeñando dignamente la función de consejero, pero el cargo orgánico –y lo
extiendo, por ejemplo, a la ejecutiva insular tinerfeña– te queda muy ancho.
Puede que sea por no tener capacidad para atender dos asuntos de tanta
trascendencia. La duplicidad –o más– que yo siempre menciono. Y como ustedes no
son conscientes del daño porque están encerrados, me erijo en portavoz de los
cientos y cientos que nos hemos ido apartando y de los que no habiendo militado
jamás eran simpatizantes y defensores de ideas de progreso y bienestar, y te
invito a que lo dejes. No menoscaben lo poco que resta de una siglas. En
canario, para finiquitar: Váiganse pa´l
carajo.
Y a lo peor
vuelvo mañana. Porque una nutrida embajada política se fue a gozar misa en Roma
en no sé qué iglesia. Bueno, en el templo oyeron y rezaron, porque donde
disfrutaron fue en otros espacios. En este estado aconfesional…
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