viernes, 25 de abril de 2014

La fiesta de la rosa

En mis tiempos era un símbolo. Hoy debe estar ajada, pocha y muy desmejorada. Y después de innumerables artículos –en los que no he ocultado que los emito en mi condición de haber sido cocinero antes que fraile, pero que jamás han servido para nada porque la prepotencia de los dirigentes actuales no les permite ver tres dedos más allá de sus narices por sobrados, lumbreras y… cantamañanas– el que me sienta en la obligación de alongarme a Pepillo y Juanillo por enésima elevado a mucho más del cubo, me produce escozor y ganas de rascarme en ciertas partes. Por no decir o hacer cosas más feas.
Hasta qué punto llega la desfachatez humana cuando se lleva adherida la etiqueta de político. Que no sean capaces estos ejemplares, la mayoría antidiluvianos, de quedarse ante el espejo unos segundos más del tiempo que le dedican a tal menester para cantar las excelencias de su belleza, por si surge la voz de la conciencia y son capaces de sacudirse del letargo… No sigas, bobo tieso. No solo son insensibles sino que ya no leen. No van a perder ni un minuto de su apretada agenda en prestar la más mínima atención a los que se han ido quedando por el camino. A los perdedores, que alude la candidata Valenciano. Como si el PSOE tuviera el banquillo como el del Real Madrid. Debemos ser los despojos, que también mentan otros que aluden a las deserciones en Cataluña.
Qué pena. Y qué tristeza que no haya uno que recapacite. Y tenga la valentía de hacerlo en compañía de otro. Por si algo se pega. Aunque me temo –septuagésimo sollozo– que la situación lamentable del enfermo ya no se pueda sanar con tiritas. No valen remiendos. Porque los doctores que recetan las posibles curas están contaminados. No se pusieron los guantes a tiempo y se encuentran igual o peor de afectados. Se precisan nuevos galenos, savia nueva, con instrumental moderno, que diagnostique el mal desde las raíces y no se quede en la hojarasca. No hay que refundar, porque sería iniciar un trayecto con la carcoma latente. Tampoco vale meter a esta pléyade de inútiles en una batidora. Porque de tal mezcla no se podrá aprovechar ni un ridículo porcentaje.
Si alguno de los posibles aludidos, por recomendación de cualquier amigo común, hubiese alcanzado esta línea, estará ahora mismo soltando el discurso que la instrucción número 245 del partido recomienda para contestar las imbecilidades de los que osan cuestionar sus sabias decisiones. Y pensando para su fuero interno, o lo mismo a grito pelado: jódete, pollaboba, por haberte largado en los ochenta; si hubieras permanecido en el redil, obediente y sumiso, ahora estarías ordeñando bien a gustito.
De esa imagen de modernidad, agilidad, prontitud y culmen de reflejos que nos traslada Rubalcaba, máximo exponente del cambio generacional, he escrito hasta la saciedad. Aun así, va la penúltima: lárgate ya.
Del circo catalán, qué contarte. Mas puede que no lleve a cabo su consulta, pero tendrá en el platillo de su haber el contabilizar los muchos muertos que ha dejado por el camino. En las filas socialistas, la mayoría.
Pero vámonos a La Gomera. Isla por la que no he sabido disimular mis preferencias. En la que se está produciendo la erupción más potente de los últimos años y que puede hacer añicos el mismísimo Garajonay. Donde la política se vive de manera diferente. Con el cuchillo al cinto de manera permanente. Cuando no sujeto entre los dientes. De una forma tan sectaria que incluso los aspirantes a ocupar poltronas juegan, sin disimulo, con las mismas armas. Basta leer lo que se ha venido publicando estos días en todos los foros, para comprobar que nadie se recata en atacar utilizando idénticas formas a las esgrimidas por los que pretenden desbancar. Y no cuestiono el que no sean legítimas tales aspiraciones, pero las vehemencias delatan que en el supuesto de producirse no vaya a representar avances significativos.
Los peores gomeros son los que viven en Tenerife, con un porvenir asegurado pero jodiendo la pavana cuando se acuerdan de su procedencia. Me lo dijo uno de allá, de Chipude, hace la tira. Y como tengo la bendita manía de anotar ‘boberías’ cuando me hallo fuera, les aclaro que el 3 de enero de 2006 (martes) hablaba con dos amigos gomeros, mientras dábamos buena cuenta de unas arepas. Y en el transcurso de la conversación, tuve la oportunidad de comentarles que más tarde o más temprano Casimiro, y el imperio que había creado a su imagen y semejanza, caería. Como había acontecido en otros lugares donde de pedestales igual de altos cayeron palmeras orgullosas a barrer el suelo. Y les puse ejemplos tinerfeños.
Ocho años después parece haber explotado lo que los detractores llaman el régimen. Lo malo es que sus procederes los delatan. Tiempo al tiempo. Por viejo, que no por sabio. Estallan voladores –algo de pirotecnia sabemos los realejeros– y surgen crónicas de muertes anunciadas, cazas de brujas, rebelión de lacayos, roturas de gánigos, terremotos, réplicas, traidores devorados por perros hambrientos… E insisto, no creo que sean formas de demostrar valías para erigirse en alternativas. Porque junto a ejercicios de más socialistas que nadie, nos tropezamos con pactos de muy difícil digestión. Pero allá cada cual. En mi etapa jubilosa a nadie nada debo. Mucho menos a Casimiro, como se me espetó en cierto digital, a quien ni siquiera conozco y con el que no he intercambiado una palabra en mi vida.
Pueblo chico, infierno grande, reza el dicho popular. Y en La Gomera se practica sobremanera. Pero este hecho de la desbandada de media ejecutiva no es más que la consecuencia de una política errática, de cerrar los ojos y dejar pasar. Y estos lodos no se limpiarán con otro manguerazo al uso. Porque al forúnculo gomero debemos añadirle la úlcera palmera o el divieso herreño. Porque no puede ser pecado mortal el pacto con el PP en un lugar mientras en otro se perdona con el rezo de cuatro padrenuestros. Hace falta mucha mano izquierda para lidiar esta problemática. Algo de lo que carecen los sepultureros de ahora mismo
Junto a José Miguel, Julio Cruz, Paco Hernández Spínola y demás supervivientes (¿bon vivant?), aunque bien náufragos en el fondo, existen cargos de libre designación. De esos que abundan en las páginas del BOC cada día. A un servidor le gustaría –a lo mejor serían capaces de devolverme una pizca de ilusión– que se olvidaran de la privilegiada situación, que pusieran a un lado sus intereses personales y predicaran con lo que sostienen en la teoría, dieran un moquete en la mesa y soltaran un expresivo: hasta aquí hemos llegado. Y retornaran a sus puestos de trabajo para señalar que no todo es válido, que no todo… ¡Ah!, que algunos no tienen arte ni oficio. Pero otros sí. Sí, que no todos son iguales. ¿O sí?
Qué lindo sería, qué ejemplo darían en esta época de vacas flacas y pulgas en perro flaco que alguien se constituyera en modelo a seguir, a observar, a imitar. Me temo que seguiré mirando para el palomo. A para la mar, por si se  viran las palometas.
Se defienden los que tanto daño están causando que irse significaría una ruptura, una debacle, un acto de cobardía. ¿Más? Cuán de cierta tiene la creencia de que se encierran en una burbuja, se inventan otro mundo y se vuelven ciegos y sordos. Y, además, tontos de remate. Aunque suelo ser bastante respetuoso, me tienen –nos tienen– los (ir)responsables socialistas hasta donde ya te puedes imaginar. Váyanse a freír chuchangas. Entiendo, José Miguel, que estás desempeñando dignamente la función de consejero, pero el cargo orgánico –y lo extiendo, por ejemplo, a la ejecutiva insular tinerfeña– te queda muy ancho. Puede que sea por no tener capacidad para atender dos asuntos de tanta trascendencia. La duplicidad –o más– que yo siempre menciono. Y como ustedes no son conscientes del daño porque están encerrados, me erijo en portavoz de los cientos y cientos que nos hemos ido apartando y de los que no habiendo militado jamás eran simpatizantes y defensores de ideas de progreso y bienestar, y te invito a que lo dejes. No menoscaben lo poco que resta de una siglas. En canario, para finiquitar: Váiganse pa´l carajo.
Y a lo peor vuelvo mañana. Porque una nutrida embajada política se fue a gozar misa en Roma en no sé qué iglesia. Bueno, en el templo oyeron y rezaron, porque donde disfrutaron fue en otros espacios. En este estado aconfesional…

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