Me llama
poderosamente la atención el hecho de que puedan coincidir en una misma persona
el sesudo análisis de la situación política con la crónica más pueril del
último partido en el que el equipo de sus amores se vio involucrado. Lo que me
hace pensar hasta qué extremos el fanatismo futbolero –que no afición– hace
mella en el magín humano. Las muestras bien visibles que hallamos desplegadas
por las redes sociales merecen un pormenorizado estudio del comportamiento
humano. O como diría mi abuela: “Hombres como castillos y hablando boberías”.
Por ejemplo, que un culé manifieste, refiriéndose a los merengues, que si
llegan a ser eliminados se van de España, no deja de tener su contrapunto
jocoso. Y más el día en que hubo cierto debate parlamentario. Viva el extracto
de la uva.
Lo más grave
del asunto es que tengo la impresión de que los autores de semejantes sandeces
están plenamente convencidos de que les asiste la razón (y quizás el ABC). Y se
enfrascan en un cruce de acusaciones que en nada desmerecen de las que
acontecen entre las dos formaciones políticas mayoritarias del país. Eso, y tú
más.
Sabido es que
cada españolito lleva grabado a sangre y fuego un dirigente en potencia. Lo que
se traduce, en el deporte que arrastra masas, en un entrenador, seleccionador o
cargo de superior rango. Y como ese músculo llamado lengua suele dispararse sin
necesidad de que nadie pulse el gatillo, el cóctel va debidamente servido. Con
todos los aderezos que menester fueren. Árbitro también, por supuesto.
Tengo calados
unos cuantos en FB. Cuyas intervenciones se suceden a velocidad pasmosa. Y dado
que el tramo final de la liga se nos muestra harto entretenido entre los tres
gallitos cabeceros, qué dominio del lenguaje escrito, cuánta sapiencia de
tácticas y dominios, cuánta gilipollez elevada a mucho más de la enésima (o
décima, a la que alguno aspira). Porque en la competición europea, aunque luego
no acudamos a las urnas el próximo 25 de mayo, destacan, asimismo los equipos
españoles. Esos conformados a base de talonario en una nación azotada por la
crisis y el paro. Spanish is different.
Cuando yo era
joven –hace tanto tiempo– me dio por otras prácticas deportivas. Y en los años
estudiantiles del colegio San Agustín me entretuve con el entonces denominado
balonvolea y con algunas disciplinas del atletismo. No obstante, y mientras
viví en la Casona
de La Gorvorana,
Antonio Oliva, mejor persona a la par que excelente entrenador, me propuso en
varias ocasiones que me cambiara al deporte rey y me fuera a entrenar al Vera.
Debía estar muy ocupado con mis estudios y las faenas que la vida en el campo
exigía porque nunca di el paso. Más tarde sí llegué a practicarlo en equipos
aficionados, pero era malo de solemnidad a pesar de que marcaba goles con suma
facilidad. Había que saber situarse en las cercanías del área contraria. Y
controlar el esférico en los instantes cruciales para galopar por la banda o
por donde se terciara.
Desfilaron
los años sin que me hicieran partido de homenaje alguno y me dediqué a verlo
por la tele porque era mucho menos cansado. Pero he alcanzado tal grado de
hastío –por todo cuanto se mueve alrededor del dichoso balón– que soy incapaz
de aguantar más de cinco minutos sentado, o acostado, delante de la caja tonta.
Puede ser esa la causa de que no se me haya pegado la deficiencia que
caracteriza a mucho entendido que pulula por el basto campo de la Internet. Por cierto, ¿pasó el
Barça o el Atlético? Leeré en un rato las justificaciones de los perdedores.
Ya está. De
fútbol, hasta dentro de varias temporadas. Oye, ahora que me acuerdo, vaya
hipocresía en torno a la muerte de una persona. Qué buenos somos todos un
segundo después de haber estirado la pata. Qué cinismo, qué falsedad, qué
fingimiento, qué doblez. Eso, qué doblez la de algunos escatológicos periodistas
que gustan pensar con la retaguardia y tomarle el pelo a los que siguen yendo a
la barbería de siempre. ¡Ah!, ventajas de las que otros no pueden presumir.
Hace años
murió cierto individuo más malo que la quina. Era ruin de necesidad. Fue
malintencionado durante todos los años de su existencia. Y le amargó la ídem a
cuanto bicho tenía a su alrededor. Aunque a ustedes les parezca mentira, visto
el particular desde la distancia, hubo alabanzas estando el caballero de cuerpo
presente (y de alma ausente). Hasta que una tía de un servidor vino a poner los
puntos sobre las íes con su atinada sentencia: “Ojalá se hubiera muerto antes”.
¿Ya
confirmaste el borrador? A este pensionista le tienen que devolver varios
cientos de euros. Lo mismo me alcanza para el próximo viaje del Imserso. Voy a
tener que levantar el pie del acelerador. Demasiado ritmo para un sexagenario.
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