sábado, 24 de mayo de 2014

Los Sabandeños (y III)

Parece que el destino de Los Sabandeños va a seguir ligado a las refriegas. Entre quien entre, y aspirantes sobran, la incompatibilidad de ciertos caracteres será la tónica dominante. Y el grupo no desaparecerá, pero cada mes que pasa es menos sabandeño. Será un conglomerado de intereses, profesionales todos de la música, que devorarán partituras y extraerán notas del aire que respiran, pero que habrán perdido las esencias de La Punta. Se ficha, estilo equipo de fútbol, a los mejores, pero no se puede correr tupido velo cuando las incorporaciones se convierte en algo habitual. Me temo que las palabras de Manolo Mena (“Aunque me digan que ya no tengo derecho a nada, lo que me alegra es haber ayudado con mi granito de arena a lo que se hizo; nosotros creamos patrimonio”) se han ido con él. Y aquí, ese otro patrimonio, mucho más material, será el leitmotiv fundamental.
Los autores se limitan a exponer el parecer de muchos entrevistados. Entiendo que es lo correcto, lo objetivo. Incluso Gonzalo, sabandeño durante largos años, se atiene al guion preestablecido: “No pretendemos arrogarnos la autoridad moral para juzgar y sentenciar”. El libro es, pues, el desahogo de tristezas y frustraciones, pero, asimismo, de éxitos y logros.
Yo deduzco que en todas las crisis habidas siempre ha existido un ganador: Elfidio Alonso. En su línea de hombre de negocios ha seguido siempre adelante. Con férrea disciplina para poder llevar a cabo sus producciones (muchos discos=bolsillo caliente), aunque deba llevarse por delante (Bacallado) los sentimientos de las personas. Que ha sabido atribuirse incluso méritos ajenos (arreglos musicales, verbigracia, algo de lo que no tiene pajolera idea), y bien a su nombre o bajo el barniz disimulado del grupo (su propiedad), ha montado un chiringuito que está abierto todo el año y prolonga la venta de vino nuevo hasta después de haber agotado existencias.
Cuando supieron de la publicación de este libro, y tras escuchar o leer varias de las  postillas que ha suscitado, algunos amigos creen que puede significar un grave perjuicio para las andanzas del considerado grupo señero. Este que les escribe, porque cantar se le da muy mal y tocar, lo que se dice tocar, comme ci, comme ça, escéptico de profesión, siquiera por llevar la contraria, opina que lo mismo les vale de revulsivo. Hablen de uno aunque sea para mal. Como son varios los conocidos, unos más cercanos y los otros menos, que forman parte actualmente de Los Sabandeños y sé de su alegría y satisfacción por la pertenencia al colectivo y el orgullo de acostarse bajo la manta esperancera (“ser sabandeño y cargar con la manta era una medalla: todo el mundo te reconocía por donde quiera que fueras y te llamaban de todos sitios”; ay, la historia repetitiva y machacona), afirmo que la filosofía elfidiana seguirá imperando, continuará el hacer y deshacer a su antojo, ya que el resto de componentes son simples colaboradores. Cuídense mejor aquellos grupos de menores emolumentos, que están dirigidos por esos mentados colaboradores, porque cuando se originen conflictos de simultaneidad siempre habrá quien tiene la sartén bien agarrada por el mango.
Hoy se defiende a Benito Cabrera. No podría esperarse otra cosa. Un nuevo Elfidio, el heredero, achaca a Héctor el no haber sido capaz de entrarle al viejo. “No sé si es que mi padre antes imponía más y ahora impone menos, pero te aseguro que en los últimos años Benito ha hecho con el grupo lo que le ha dado la gana”. Resumen muy ilustrativo. Elfidio senior se hace viejo, pero los modos se heredan. En un futuro, acuérdense, volveremos con otro artículo de opinión que surgirá a partir de este párrafo que termina en el siguiente punto y aparte.
Puede que, paradojas del destino, una cuestión de himnos desencadene otra revolución. Por mucho contrato que se halle firmado. Los Sabandeños avanzan. Con el nombre, que no con el espíritu ni el sentimiento. La excesiva profesionalización (el meter el folclore en una pentagrama, que alguien definiera), mientras haya actuaciones, viajes y grabaciones, puede ser la llave para la persistencia. Mucho más cuando se recorre el barco con un sobre para el reparto de las dietas en un viaje a Gran Canaria. A la vista de todos. Actitud a la que respondí con un taxativo: ‘Yo soy de Los Gofiones’. El nivel de aceptación permanece. Pero el sonido es diferente. Puede que mejor, pero menos sabandeño, menos auténtico, más académico. Para mí eso es malo, perder las señas de identidad significa la muerte. Capto, e intento poner la oreja en la dirección adecuada, que Los Sabandeños han sido sepultados. Pero han surgido otros Sabandeños. A los que deseo larga vida, aunque ya no me gusten. Se me alegará que ópticas y cristales. Cada cual se consuela como mejor crea oportuno. Sin embargo, y algo me muevo, la contestación se ha incrementado. Lo mismo es un acicate. Su inteligente y sagaz director –no el musical– moverá los hilos adecuados. Como el que maneja las marionetas. Es un símil.
Y final: si tienes la oportunidad, léelo. Consejo que doy a los que pudiendo leer estas líneas opinen que Jesús se ha podido cebar. A los autores, mis más sinceras felicitaciones por esa intrahistoria que definiera Unamuno. Intuyo que ha sido válvula de escape para muchos que han quedado liberados. Al menos un poco.
Muchas gracias por su atención (ños, parezco el presentador de un grupo folclórico) y hasta el lunes en que a lo peor corresponde análisis postelectoral.

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