Esta sociedad
quiere vivir tan al día que deja a un lado qué es lo importante, lo necesario,
lo urgente. Nos embarcamos en la vacuidad de lo cotidiano con un desparpajo tal
que tendemos a olvidar que debe existir una prioridad en el trazado de los
objetivos. A no ser que no hayan metas en el horizonte. Ocurre con los medios
de comunicación en grado superlativo. Pero los políticos también han decidido
subirse al tren de los despropósitos.
Abdica el
rey. Y llevamos días enfrascados con dialécticas y aspavientos no solo por el
hecho en sí sino por todos los aspectos colaterales que suscita. Como por arte
de magia nos hemos olvidado del órdago catalán, de la Gürtel y de la caótica
situación con un índice de desempleados que raya la inmoralidad. Si por un
casual osase demandar cordura y exigir dedicación plena a lo imperioso, a los
garbanzos que nos aseguren el continuar respirando, lo mismo me tachan de
utópico. O puede que de muerto de hambre, pero se lo callarán.
No coincido
con el parecer de los que aprovechan el debate sucesorio para el consabido
tótum revolútum, para las ganancias de pescadores en los ríos revueltos. Máxime
cuando tales propuestas, extrañamente aparcadas en épocas más propicias,
supondría un extenso período de cambios legislativos de enorme calado. Que no
digo yo que no haya que acometer. Pero entre los lavados constitucionales (incluido
el centrifugado) y dar de comer a los que las pasan canutas, creo tenerlo
meridianamente claro.
Los que yo
mento como sesudos analistas deben estar haciendo su particular agosto con
crónicas, comentarios y vertido de opiniones tan sesgadas como movidas por
oscuros intereses, entre los que no descarto los económicos. Y la clase
política, sobre todo esa casta nueva (¿duele?), o advenediza, que se ha
hinchado de soplar (debe tener varios millones de botellas acumulados) desde
que los electores tomaron las europeas como banco de pruebas, sigue dando vivas
muestras de su total inopia y de una falta de empaque sin precedentes.
Edulcorantes nos sobran, creo, como para más aditamentos. Este país requiere
otros mimbres, menos remilgos y más arrestos. Y de teorías estamos hasta la
coronilla.
A medida que
pasa el tiempo no atisbo sino demasiada paja en los que asoman el hocico
(acepción coloquial; no se enfaden… los animales). La mayoría de los cuales no
son nuevos. Lo más, lavados con Perlán, que se decía tiempo atrás. Transforman
sus mensajes según brincan los vientos. Bueno, los susodichos sostienen que los
adaptan a los tiempos. Y cuando no se vislumbran avances, caen en el recurso
fácil de la ofrenda imposible de cumplir. Y lo mismo nos prometen 650 euros
(nada importa que se haya cuestionado hasta la saciedad las políticas generosas
de Zapatero) a modo de sueldo que nos caerá del cielo cual maná en el desierto.
Para todos. Tabla rasa. Ya yo me apunté. No, el bobo.
Cuando nos
hemos hartado de criticar los desvíos de atención para que los opios del pueblo
sigan surtiendo efecto por parte de los gobernantes de turno, llega esta
hornada y a las primeras de cambio cae en más de lo mismo. Tendremos
entretenimiento para buen rato. Mientras, las colas en las oficinas de empleo,
la corrupción galopante, los bancos rescatados ayer que hoy se jactan de
millonarias ganancias, el ahondamiento de diferencias entre ricos y pobres… son
aspectos asimismo marginados por los valedores de los cambios. Porque acaban
jugando con las reglas que en sus alegatos pretenden modificar.
Echo en el
caldero los ingredientes anteriores, le añado las peripecias de Luismi, ese
portento de concejal popular, los tics fascistoides de Benicio y una pizca de
sal, remuevo bien…
Dejo el
extractor apagado para que el humo y el vapor hagan tintinear la tapa. Y la
cancioncilla parece indicarme muy a pesar de los pesares: Qué oportunidad
sigues perdiendo PSOE. No cojo el viejo laúd –cómo estará el pobre– con el que
darte la nota. Vámonos con la música a otra presentación fotográfica de la
maravillosa y florida primavera que nos brinda la cumbre tinerfeña. Hasta
mañana.
POR LOS ALTOS (IV)
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