De tal guisa
los conocen. Son los matones laguneros. Que avasallan, atropellan y escachan. Y
no en un ring preparado al efecto. No, en el Camino de Las Peras. Lugar elegido
por muchos deportistas para pasear, caminar o correr. Que cada cual es dueño de
hacer ejercicio como mejor crea conveniente. O se adapte a sus posibilidades, a
sus ritmos.
Eran tres
valientes. Y ella una indefensa mujer. En la primera vuelta, un ligero toque de
atención –en plan aquí estamos nosotros–, para en la segunda, y en represalia
al reproche por el comportamiento inadecuado anterior, un buen sopapo (o te
quitas o te quito) y pa´l piso. Un pimiento se le importó al “Rambito”, y mucho
menos a los dos acompañantes que se limitaron a saltar por encima de la
accidentada. Y cállate, que te piso.
De las
hazañas atléticas había constancia. No era la primera vez en que las normas de
urbanidad (circular por la derecha y adelantamientos por la izquierda) eran
pisoteadas (y nunca mejor escrito) con total impunidad. Pero el miedo a los
bravucones pudo más e imperó el mutismo. Las avasalladas, siempre mujeres. Se
sabía, pero el silencio, el acatar hechos incívicos, concedía generosamente el
sentido de propiedad más abyecto en un lugar público de uso deportivo
compartido.
El atletismo,
en sus diversas modalidades, es la más noble de las disciplinas deportivas.
Diría que el compendio de todas ellas. Como practicante que fui en mis años
mozos (ahora solo camino y menos mal que no por el campo de acción de los
musculitos de turno), me cuesta un soberano esfuerzo el intentar comprender la
actitud de estos desalmados, de estos gamberros, de estos sinvergüenzas.
No obstante,
en esta ocasión se hicieron algunas averiguaciones. Y se presentó la pertinente
denuncia. Ya se ha dictado sentencia condenatoria para el autor material de los
hechos. Para el otro par de energúmenos, el reproche de la juez por no ser
capaces de prestar auxilio a la agredida. Son, o deben ser, las segundas partes
de la Justicia
que no se comprenden. Mas el fallo sienta un importante precedente. Por algo se
empieza, que se colige.
El
Consistorio de la Ciudad
de los Adelantados (paradojas de la vida, ¿no?) ha tomado cartas en el asunto.
Y ha plasmado por escrito unas normas de uso para los que utilizan este
circuito. Al que parecen haber renunciado, por ahora, los bizarros y osados…
¡policías municipales!
Sí, tres miembros
de la plantilla de guindillas laguneros fueron los protagonistas de esta
película. Quienes estimaron que lo de velar por la seguridad y protección
ciudadana era mera cuestión formal, algo plasmado en un manual de instrucciones
que ellos, cuando se dedicaban a machacar su cuerpo, se pasaban por el palo del
Padre Anchieta. O por el Arco de Hoya Fría.
Generalizar
no procede. En ningún caso y bajo ninguna circunstancia. Qué ejemplo para tan distinguida
profesión. Máxime cuando no cabe en mente normal este tipo de actuaciones que
deterioran el buen hacer generalizado del cuerpo policial. Son las excepciones,
sí, pero el señor Clavijo debe cortar por lo sano, más que tomar medidas, para
frenar las proezas de quienes inflados por el uniforme que deshonran,
matasietes y fanfarrones, manchan y denigran uno de los más encomiables
quehaceres que a ser humano pueda confiarse. Contundencia sin paliativos contra
los que intimidan y coaccionan.
La casualidad
ha querido que estos ‘ejemplares’ funcionarios en su alocada carrera se hayan
llevado por delante a otra funcionaria. Que, y me consta, ha seguido una
trayectoria ejemplar. Esta vez sin comillas irónicas. Y los unos y la otra,
llamados a ser directores de una orquesta de buenos modales e íntegras
conductas, han chocado. Porque la vileza, también violencia, machista afloró en
la ciudad universitaria en un aciago día. En el que a tres plataformas
petrolíferas les dio por pinchar a destiempo. Aun en la gravedad que el suceso
entraña, cuánto me alegro de que lo hayan hecho en hueso duro de roer. Y que
hayan dado con los suyos (huesos) en un juzgado. Por abusadores. Iba a escribir
de mujeres indefensas, y me arrepentí porque no ha lugar.
Lo que no se
puede callar no se debe callar. Con procederes así (audaces por ahora y que
espero sean normales en un futuro cercano) contribuimos a erradicar maneras
indeseables. A tomar ejemplo. Aquí tampoco cabe corporativismos mal entendidos.
Por el bien y el prestigio de los propios colectivos. Máxime cuando son, deben
ser, garantes de la convivencia, de la educación, de la armonía, de la
concordia, en suma, del buen trato. Sobran ‘Rambos’, pistolas y tipos
intimidatorios. Buen porte y nobles modales abren puertas principales. Tomen
debida nota los políticos. Este no es el modelo de policía de cercanía o
proximidad que los ciudadanos demandamos.
Hasta la
próxima.
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