Nadie mejor
que Paulino Rivero para hablar de reformas constitucionales. Porque el haber
sido protagonista, testigo directo, de los avatares políticos desde 1978
(quizás antes), le lleva a sentenciar que es menester una segunda transición.
De la que él, igualmente, será partícipe desde el cargo que el destino le tenga
asignado para ese futuro inmediato. Bueno, sin exageraciones, porque mientras
el cuerpo aguante, leña al mono que es de goma. Pactemos.
El país ya no
es lo que era. Hay que adaptarse a las nuevas situaciones. Si el legislador me
pusiera de modelo, estas disquisiciones sobre innovaciones, transformaciones y
evoluciones (con dos…) no tendrían cabida en el discurso de la grey
apoltronada. Es más, yo sería el candidato ideal (y quítense los Sánchez, los
Iglesias, los Garzones –en todas sus versiones– y otros de mayor o menor porte)
para liderar la ardua tarea de reflotar esta nave a la deriva.
Y valga
Canarias (sin pasodobles ni arrorrós) de paradigma. Hemos sabido salir de la
crisis antes que ninguna otra comunidad. Ya nos habíamos adelantado y hecha la
pertinente previsión cuando el resto despilfarraba a mansalva. Lideramos la
recuperación, nuestros hoteles están a reventar, la contratación de camareros y
camareras alcanza límites de escándalo, los servicios de restauración han
colapsado el mercado de productos autóctonos, las plataneras no dan abasto para
cubrir las demandas, las papas deben ser recogidas un mes antes para saciar a
tanto visitante…
Corren los
millones, cual si de una banca suiza o andorrana se tratara, y la economía
doméstica ha dado un vuelco radical, un giro de 180º (y si me apuran, el doble).
Aquellos parados de larga duración que veíanse desesperados y abocados a la
conmiseración ciudadana, entonan alegres los aires de nuestra querida y mejor
estimada tierra para demostrar su general regocijo. Y de todo ello me siento
culpable. Por lo que cada domingo, después de los kilómetros mañaneros, resto
unos minutos de mi muy merecido descanso para alongarme al blog presidencial y
lanzar la homilía que supla aquellas excelentes encíclicas wladimirianas.
Claro que el
Senado es una cámara inútil. Si lo sabré yo. Su funcionamiento es completamente
inadecuado y el gasto que acarrea no compensa. No, cuidado, no abogo por la
supresión. Aquí no sobra nadie (discurso recurrente de todas y todos).
Cambiemos su enfoque, permutemos sus competencias para que sea verdaderamente
un órgano de representación territorial. Porque en política la veteranía es un
grado. Y no conviene jubilar, como si de un vulgar oficio se argumentara, a
tanto conocimiento acumulado, a tanto valor atesorado. Imagínate que Clavijo se
empeñe en seguir pa´lante y me gane. ¿Me van a arrimar cuando soy un saco bien
repleto de luces y discernimiento, andariego, transeúnte y ambulante? No, y mil
veces no, me tomaré un bien justo y adecuado retiro en Madrid –qué mejor sitio–
para mis penúltimas clases magistrales…
Tan en el
papel de Rivero hallábame que casi me caigo del susto cuando sonó el teléfono.
Era un amigo que demandaba mi parecer acerca del pacto que se ha firmado entre la Nueva Canarias de Román
Rodríguez (médico él, de La
Aldea, pero que no ejerce en ambos casos) con los escindidos
del PP, los que se pelearon con Milagros en Santa Úrsula, y que ahora compraron
otro chiringuito pero no saben explotarlo en solitario. Solo se me ocurrió
espetarle: El susodicho ejercita lo que mucho ha practicado otro tahúr de la
cosa pública, el tal Nacho González, más conocido por el hijo del papá que fue
obsequiado en un cumple cualquiera con un juguete especial llamado CCN: nadar
en la mierda y nutrirse de los desperdicios.
Y ahora otra
remesa de mi adorada Gomera. Primera parte de una caminata que me llevó a un
lugar encantador de Alajeró: Imada. En anteriores ocasiones de Tajaqué, ahora
de Pajarito.
DE SILBOS, OTRA VEZ (V)
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