martes, 1 de julio de 2014

Parlamentarios

Este pasado domingo estuve de cumpleaños en La Rambla. Ni en San Juan, ni en San José, ni en Las Aguas. En La Rambla. El tiempo estaba “de “bichorno”. Ni la proximidad del mar, aun estando el cielo cubierto, hacía que la brisa alcanzara plenamente la plaza del pequeño núcleo costero. Por “La Rambla de los Caballos”, el trajín de gentes en uno y otro sentido, era constante. Atisbé alguna que otra delicia de esas que dejan los perros que llevan a pasear a sus dueños. Y al tiempo que me compadecí del animal (el pobre no tiene uso de razón para ir al baño y mucho menos de alcanzar el papel higiénico), pensé en lo incongruente del comportamiento de su acompañante, del que dícese ser racional pero que el pobre (más que el de cuatro patas) no es capaz de demostrar, aunque sea por equivocación.
Sabemos todos que en ese tipo de reuniones (súmale bodas, bautizos, entierros y otras aglomeraciones varias), es cuando somos capaces de arreglar el mundo en menos que canta un gallo. Y esta vez no iba a ser menos.
Uno de los asistentes comentó la información que el periódico El Día incluía en su edición dominical acerca del coste del Parlamento canario. De la que se extraía el sugerente titular de que cada parlamentario nos salía por más de 400.000 euros anuales. Eso fue en una rápida visual al móvil del susodicho. Y dado que un servidor no suele llevar las gafas (de cerca) a esas reuniones, puse en tela de juicio tal aseveración y que me apostaba otro vaso de vino (de los chiquitos: 50 céntimos, más o menos) a que ahí habían incluido no solo el presupuesto global (con el resto del personal, mantenimiento, gastos corrientes..), sino que habrían añadido el de otras instituciones que rinden cuenta al citado órgano legislativo. Y que después de sumar cuanto les pareció conveniente, dividieron entre sesenta y tan felices y contentos.
Ayer por la mañana iba yo en el coche escuchando la radio. Y entrevistaban a uno de los sesenta aludidos. Que se quejaba de idéntico mal al que señalé en el párrafo anterior. Él no lo dijo, pero yo sí: el exceso de alegrías periodísticas solo conduce a una país cada vez más desinformado. Y la pena es que los culpables son los que tienen el sagrado deber de ser espejos. Porque el artículo 20 de la Constitución consagra nuestro derecho a recibir libremente información veraz a través de los medios de comunicación.
Pero si te digo la verdad, me quedé con otra copla. Cuando el entrevistador (Juan Carlos Castañeda, SER) preguntó al diputado en cuestión (Julio Cruz) si trabajaban mucho en la sede de Teobaldo Power, el socialista se deshizo en elogios y cantó mil excelencias de su agotadora labor. Y la de sus compañeros, por supuesto. Que a la hora de echar una mano (como cuando antes se ponía la plancha en cualquier obra), están prestos para inflarse un fisquito. O un mucho. Pero a la siguiente pregunta queda todo en entredicho porque se inicia la mezcolanza con los que yo denomino asuntos partidarios. Y creen, o nos lo quieren vender, que su labor es un todo. Pues no, don Julio, va a ser que no. Usted, y el resto, cobra dinero público para ejercer la función que la legislación regula. Y las horas que eche a su partido –llámelas horas extra, si le place– deberán ser abonadas por la organización. Espero que no utilice el recurso que esgrimen los de otra formación algo más a la izquierda (eso dicen), quienes se escudan en las aportaciones de sus salarios como cuotas ‘revolucionarias’ (y yo me entiendo).
Esa misma mañana del lunes –ayer– fue paradigmático el bombardeo con la reunión de la plana mayor del PP. En la que Rajoy se mostró indignado porque nadie se hallaba capacitado para darle lecciones de medidas sociales. Pero ese es otro tema. Lo importante a señalar es que los lunes los señores parlamentarios (¿cuántos hay en las ejecutivas y direcciones de los partidos?) no trabajan. Los viernes tampoco, porque el fin de semana inglés fue de rápido contagio. Y con tres días a la semana van servidos. Mas como estamos en campaña permanente, no dudan en dejar de visitar la empresa, en dejar vacío el asiento, y estar de garbeo cada tres por dos.
Al final va a resultar:
Los lunes, de los zapateros (todos ellos lo son). Martes, ni te cases ni te embarques, ni de tu familia te apartes. Miércoles, que la vida es corta. Los jueves, días de quintos y de mujeres (interpretación a convenir). Viernes, relájate y date un gusto. Lo de sábado, sabadete, y el polvorete de Pepe Benavente se sobrentiende.
No, señores parlamentarios, la imagen que están proyectando a la sociedad no es, precisamente, un dechado de virtudes. Y este país se levanta currando. Muchos de ustedes ni siquiera saben lo que es eso. Luego se desgañitan para que la juventud se forme como manera de afrontar el futuro con garantías. Se lo escuchamos a Rivero unas dieciocho veces cada hora. Menos mal que no pone como ejemplo a Willy García. Y los socialistas, cállense, que están más guapos. Aquí se pierde la memoria con pasmosa facilidad. La mía, bien, gracias.
Reconocía Julio Cruz que en la profesión –mala jugada del subconsciente–, como en otras tantas, hay de todo. Me temo, estimado parlamentario que en los 18 parlamentos no se pueda aplicar ese viejo planteamiento. Porque hechos e imágenes se empeñan en demostrar lo contrario. En resumen: no son las excepciones los vagos.
Y concluyo. También leí ayer un artículo de Eligio Hernández: ‘La incompetencia del juez Castro’. Cada vez que echo la vista atrás y rememoro andanzas y actuaciones de un gobernador civil de la provincia en un atroz incendio forestal allá por la década de los ochenta del siglo pasado, sigo sin entender (en mí es normal porque no doy para más) cómo aquel individuo tan “incompetente” pudo llegar a tanto en la carrera judicial. El pobre Ortega, el de yo soy yo y mi circunstancia, de vivir aún tendría que cambiar de opinión ante el abogado en ejercicio. Aunque escasas causas gane.
Hasta mañana.

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