Este pasado
domingo estuve de cumpleaños en La Rambla.
Ni en San Juan, ni en San José, ni en Las Aguas. En La Rambla. El tiempo estaba “de
“bichorno”. Ni la proximidad del mar, aun estando el cielo cubierto, hacía que
la brisa alcanzara plenamente la plaza del pequeño núcleo costero. Por “La Rambla de los Caballos”, el
trajín de gentes en uno y otro sentido, era constante. Atisbé alguna que otra
delicia de esas que dejan los perros que llevan a pasear a sus dueños. Y al
tiempo que me compadecí del animal (el pobre no tiene uso de razón para ir al
baño y mucho menos de alcanzar el papel higiénico), pensé en lo incongruente
del comportamiento de su acompañante, del que dícese ser racional pero que el
pobre (más que el de cuatro patas) no es capaz de demostrar, aunque sea por
equivocación.
Sabemos todos
que en ese tipo de reuniones (súmale bodas, bautizos, entierros y otras
aglomeraciones varias), es cuando somos capaces de arreglar el mundo en menos
que canta un gallo. Y esta vez no iba a ser menos.
Uno de los asistentes
comentó la información que el periódico El Día incluía en su edición dominical
acerca del coste del Parlamento canario. De la que se extraía el sugerente
titular de que cada parlamentario nos salía por más de 400.000 euros anuales.
Eso fue en una rápida visual al móvil del susodicho. Y dado que un servidor no
suele llevar las gafas (de cerca) a esas reuniones, puse en tela de juicio tal
aseveración y que me apostaba otro vaso de vino (de los chiquitos: 50 céntimos,
más o menos) a que ahí habían incluido no solo el presupuesto global (con el
resto del personal, mantenimiento, gastos corrientes..), sino que habrían
añadido el de otras instituciones que rinden cuenta al citado órgano legislativo.
Y que después de sumar cuanto les pareció conveniente, dividieron entre sesenta
y tan felices y contentos.
Ayer por la
mañana iba yo en el coche escuchando la radio. Y entrevistaban a uno de los
sesenta aludidos. Que se quejaba de idéntico mal al que señalé en el párrafo
anterior. Él no lo dijo, pero yo sí: el exceso de alegrías periodísticas solo
conduce a una país cada vez más desinformado. Y la pena es que los culpables
son los que tienen el sagrado deber de ser espejos. Porque el artículo 20 de la Constitución consagra
nuestro derecho a recibir libremente información veraz a través de los medios
de comunicación.
Pero si te
digo la verdad, me quedé con otra copla. Cuando el entrevistador (Juan Carlos
Castañeda, SER) preguntó al diputado en cuestión (Julio Cruz) si trabajaban
mucho en la sede de Teobaldo Power, el socialista se deshizo en elogios y cantó
mil excelencias de su agotadora labor. Y la de sus compañeros, por supuesto.
Que a la hora de echar una mano (como cuando antes se ponía la plancha en
cualquier obra), están prestos para inflarse un fisquito. O un mucho. Pero a la
siguiente pregunta queda todo en entredicho porque se inicia la mezcolanza con
los que yo denomino asuntos partidarios. Y creen, o nos lo quieren vender, que
su labor es un todo. Pues no, don Julio, va a ser que no. Usted, y el resto,
cobra dinero público para ejercer la función que la legislación regula. Y las
horas que eche a su partido –llámelas horas extra, si le place– deberán ser
abonadas por la organización. Espero que no utilice el recurso que esgrimen los
de otra formación algo más a la izquierda (eso dicen), quienes se escudan en
las aportaciones de sus salarios como cuotas ‘revolucionarias’ (y yo me
entiendo).
Esa misma
mañana del lunes –ayer– fue paradigmático el bombardeo con la reunión de la
plana mayor del PP. En la que Rajoy se mostró indignado porque nadie se hallaba
capacitado para darle lecciones de medidas sociales. Pero ese es otro tema. Lo
importante a señalar es que los lunes los señores parlamentarios (¿cuántos hay
en las ejecutivas y direcciones de los partidos?) no trabajan. Los viernes
tampoco, porque el fin de semana inglés fue de rápido contagio. Y con tres días
a la semana van servidos. Mas como estamos en campaña permanente, no dudan en
dejar de visitar la empresa, en dejar vacío el asiento, y estar de garbeo cada
tres por dos.
Al final va a
resultar:
Los lunes, de
los zapateros (todos ellos lo son). Martes, ni te cases ni te embarques, ni de
tu familia te apartes. Miércoles, que la vida es corta. Los jueves, días de
quintos y de mujeres (interpretación a convenir). Viernes, relájate y date un
gusto. Lo de sábado, sabadete, y el polvorete de Pepe Benavente se sobrentiende.
No, señores
parlamentarios, la imagen que están proyectando a la sociedad no es,
precisamente, un dechado de virtudes. Y este país se levanta currando. Muchos
de ustedes ni siquiera saben lo que es eso. Luego se desgañitan para que la
juventud se forme como manera de afrontar el futuro con garantías. Se lo
escuchamos a Rivero unas dieciocho veces cada hora. Menos mal que no pone como
ejemplo a Willy García. Y los socialistas, cállense, que están más guapos. Aquí
se pierde la memoria con pasmosa facilidad. La mía, bien, gracias.
Reconocía
Julio Cruz que en la profesión –mala jugada del subconsciente–, como en otras tantas,
hay de todo. Me temo, estimado parlamentario que en los 18 parlamentos no se
pueda aplicar ese viejo planteamiento. Porque hechos e imágenes se empeñan en
demostrar lo contrario. En resumen: no son las excepciones los vagos.
Y concluyo.
También leí ayer un artículo de Eligio Hernández: ‘La incompetencia del juez
Castro’. Cada vez que echo la vista atrás y rememoro andanzas y actuaciones de
un gobernador civil de la provincia en un atroz incendio forestal allá por la
década de los ochenta del siglo pasado, sigo sin entender (en mí es normal
porque no doy para más) cómo aquel individuo tan “incompetente” pudo llegar a
tanto en la carrera judicial. El pobre Ortega, el de yo soy yo y mi
circunstancia, de vivir aún tendría que cambiar de opinión ante el abogado en
ejercicio. Aunque escasas causas gane.
Hasta mañana.
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