Tengo la
manía de anotar, a remedo de diario, aquellos aspectos que considero de
interés. Hay regadas por gavetas y estantes libretas, cuadernillos y folios
mecanografiados. Ayer tarde, en una de esas revisiones que solemos hacer en
época veraniega, me tropecé con las “Memorias de un viaje a La Palma”. Fue el primero de
los dos que llevó a cabo un grupo de amigos del barrio, todos ellos jóvenes,
que adoptaron el nombre de Oropesa, por lo que luego te contaré. Establecieron
en aquel entonces una cuota de 25 pesetas semanales, con lo que recaudaban,
grosso modo, unas mil pesetas por cabeza (éramos seis), que complementábamos
con alguna rifa (clandestina) que nos permitía un pequeño suplemento.
Y del 29 de
julio al 6 de agosto de 1967 nos fuimos a la Isla Bonita. Y del recuerdo
extraigo:
Sábado 29.
Concentración y salida desde El Toscal a las 6 de la tarde en dirección al
Puerto de la Cruz.
Cogimos allí otra guagua hacia Santa Cruz. Compramos allá
unos rollos fotográficos (chiquitos
inventos aquellas Kodak último modelo) y nos fuimos al muelle. Allí estaba
pescando un tío de (uno de nosotros) que tenía un sargo.
Embarcamos en
el Santa María de la Caridad
a las diez de la noche. Barco muy ligero y movible (sic), con camarotes
separados de tres butacas, malísimos. Vimos el norte de la isla, sobre todo la
costa de El Sauzal y Tacoronte y el Valle de La Orotava. Bueno, algunos lo
vimos; otros estaban muriéndose abajo, como uno que me pidió una bolsa de mareo
y cuando se la fui a dar estaba con bastante cantidad de ‘aquello’ en las
manos.
Domingo 30.
Llegamos sin novedad a La Palma
a las 6 de la mañana. Desembarcamos y dijo el de los recados: Espérenme aquí
que yo voy un momento a Barlovento a llevarle este paquete a Pepe. Y Barlovento
está por lo menos a 40
kilómetros de la ciudad, como dicen allá. Y a las 8
salimos en una guagua todos juntos. Son, efectivamente, 40 kilómetros y nos
costó 25 pesetas por cabeza. Pasamos por Puntallana y San Andrés y Sauces.
Fuimos hasta arriba, hasta el mismo pueblo. Se pasan dos túneles, uno de ellos
bastante largo. Asimismo, el Barranco de La Galga, profundo a más no poder.
Luego tuvimos
que bajar unos cuantos kilómetros, pues íbamos a casa de Pepote y era más
abajo. Por la carretera, y en una venta que encontramos, compramos unos panes
de 3 pesetas. Después cogimos unos higos que estaban colgando hacia el camino.
Más bien diría que fueron robados. Pero había tantos.
Camina que te
camina llegamos a la finca de los Cullen, en Oropesa, por el camino (no
existían aún sinónimos como vía, calle, travesía…) que baja al Faro de Punta
Cumplida. Se llevaron una gran alegría y nos trataron como marqueses. Almorzamos
papas blancas con un mojito delicioso y una sardinas cojonudas. Estuvimos
recorriendo la finca, comiendo fruta y viendo el litoral. Descansamos en un
montón de pinocho: la gloria. Nos mandaron a coger unas piñas de millo que nos
sirvieron de cena, junto con un buen pedazo de tortilla y un vaso de leche. Al
más pequeño de la expedición, don Pepe decía: Come más, muchachito. Y su hijo,
el aludido Pepote, le corregía: No comas mucho que te va a hacer daño. Cuando
nos íbamos a acostar al montón de pinocho que ya teníamos acomodado, nos
llevaron a la casa del médico y dueño de la finca y en aquella mansión, en unas
camas que envidiamos para nuestras casas, dormimos como benditos.
Lunes 31. Nos
despertamos temprano y ya nos tenían preparado el desayuno. Recogimos todo y
salimos en un micro para Los Sauces y seguidamente una guagua hasta Santa Cruz.
Estuvimos un rato en la playa. Después compramos unos panes y comimos algo de
lo que trajimos de Tenerife. Fuimos a la estación y cogimos la guagua de Los
Llanos. Son 52
kilómetros y cuesta 30,50 pesetas a cada pasajero.
Pasamos por Breña Baja, Breña Alta, Mazo, donde se está haciendo el nuevo
aeropuerto, Fuencaliente, que tiene muchas montañas de arena negra, El Paso y,
por fin, llegamos a Los Llanos. Una ciudad bonita y llena de plataneras. El
terreno bastante verde, con frutales y pinos.
Al bajarnos
de la guagua lo primero que hicimos fue ir a saludar a Nélida; le sacamos una
foto con los chicos y luego compramos algo de comida.
La gente nos
había dicho que el camino para La
Caldera era malo y ya era muy tarde (las seis), pero nos
echamos a caminar por un terreno siempre pendiente y luego entramos por un
canal de un metro, más o menos, con una borda de un cuarto de metro, o menos. A
la entrada del mismo nos encontramos con unos chicos que salían y nos indicaron
que era como una hora y cuarto de camino. Un guarda que venía con ellos nos
pidió el nombre. El canal va bordeando el barranco que sale de La Caldera y llega al mar por
el Puerto de Tazacorte. Tiene desfiladeros preciosos, por la atura, lo que hace
que mucha gente no se atreva a pasar por el vértigo. Lo atravesamos deprisa
pues estaba oscureciendo. Nos paramos en un lugar llamado Dos aguas y en una
casita de un guarda acampamos. Por fuera, claro. Freímos unas papas y un poco
de carne…
Éramos gente
sana. ¿O no? Qué recuerdos. No había tiendas. Solo una manta y al raso. Y
después de eso, en cada viaje siempre hay unos apuntes. Claro que es una rareza.
Pero agradable. Del presente no conservo las notas de los gastos, pero del
siguiente sí. Qué barato todo en aquellos años. En los que conseguir un duro
era harto complicado. En fin, tiempos idos, de ilusión.
Bueno, Jesús, parece el relato de un viaje casi "prehistórico". ¿Íbais calzados con alpargatas, verdad?; ¡porque tenis en esos tiempos..., hummm! Y los sacos de dormir más canarios no podían ser... Un abrazo.
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