jueves, 14 de agosto de 2014

Supervivencia sin móvil

Me preguntan que cómo puedo vivir si él. Que cómo soy capaz de resistir tentaciones. Que cómo me echo a caminar por esas veredas sin que vaya conmigo. Que cómo me las arreglo para comunicarme con la gente. Que cómo mato el tiempo en los ratos de asueto. Que cómo me entero de la marcha de la economía. Que cómo sé los resultados de las competiciones deportivas…
Sí, sobrevivo. Pero también vivo. Sin sobresaltos, sin sonidos estridentes que me saquen de los ensimismamientos, sin vibraciones. Yo, cuando conduzco, díjome una, lo llevo entre los muslos para sentir… Para, no sigas, insensata, qué osadía, qué falta de recato…
Amigos y estimados todos: Tengo 65 años. Este curso académico concluido ha sido el quinto del nuevo acontecer vital, a saber, la jubilación. He tenido la oportunidad, a lo largo de mi etapa laboral, de soportar varios cambios legislativos relacionados con la educación y la enseñanza. He sido capaz de irme adaptando a los adelantos que iban marcando las nuevas tecnologías. He pasado del manuscrito total al disco duro capaz de guardar hasta lo que no está inventado. De la pluma y el tintero, al cómodo y útil bolígrafo, pasando por la máquina de escribir (una mejora que creíamos insuperable).
Nos fuimos adaptando a lo que la modernidad imponía. Y cuando llegó el primer ordenador a la escuela nos mostramos reacios porque aquel intruso invadía demasiadas intimidades. La aparición de Internet fue un choque brutal con las inteligencias de andar por casa.
Derivamos nuestras actuaciones y nos mostramos abiertos pues atisbamos posibilidades de avance. Y aun con los dos dedos (índices) con que dimos nuestros primeros pasos en aquellas Olivetti de carro largo que nos sacaron de apuros en las famosas ‘sábanas’ con las que la Consejería (antes, el Ministerio) nos deleitaba cada curso, seguimos por los vericuetos de teclados mucho más sofisticados.
Pero todo tiene un límite. Y Jesús se lo marcó desde la aparición de artilugios que sin cables (cosas del demonio) eran capaces de trasladar conversaciones a los otros confines de la Tierra. Permaneció fiel a la promesa y te juro que no malvive. Se mantiene. Le basta con el conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas que utilizan la familia de protocolos TCP/IP, lo cual garantiza que las redes físicas heterogéneas que la componen funcionen como una red lógica única, de alcance mundial. ¿Lo han comprobado, no? Sí, soy adicto a Internet. Lo confieso. Y a la par digo que me ha servido de bastante. El manejo adecuado de la herramienta supone una ayuda inconmensurable.
El blog este que lees ahora mismo y los perfiles o cuentas de Facebook y Twitter son instrumentos debidamente atendidos desde mi viejo, casi obsoleto ordenador. Tanto que sigue con un sistema operativo (Windows XP) que se halla como un servidor: jubilado. Con una memoria RAM que como abra el Photoshop para retocar una foto me puedo ir a La Gomera un par de semanas y cuando retorne lo mismo ya consiguió abrirla. Pero como la prisa ya no me agobia, aquí sigo. Y de mis andanzas, tú, estimado seguidor, fisgoneador o como te consideres, eres testigo directo. Como yo no te cuento qué tiempo he dedicado a esta entrada, por ejemplo, lo mismo llegas a pensar que dispongo de un cachivache estilo Regreso al futuro.
Pero móvil, no. Esclavitudes ya tengo bastantes. ¿Que es necesario? No lo pongo en duda. Pero que hay un demasiado de novelería, tampoco. ¿Te has fijado en los que esperan la guagua? ¿Y en los que van por los pasillos de cualquier zona comercial? ¿Y en los tres chicos con los que te tropiezas mientras das una caminata y van muertos de risa cada uno delante de su pantalla sin haber cruzado una palabra desde que se encontraron varios kilómetros antes? ¿Y en el tolete que llama a la parienta (o novia, o conocida, o amiga íntima o no) y esta al tiempo que le responde le abana con la mano porque está a cinco metros delante de él? ¿O al imbécil que llama a la madre para que le abra la puerta porque se olvidó de las llaves en lugar de tocar en la susodicha como se ha hecho toda la vida? ¿O al guanajo que incordia las 24 horas del día porque consiguió una oferta inmejorable? Y todos, fieles seguidores del darwinismo, contribuyendo a la evolución de las especies con el desarrollo de los dedos pulgares.
Me niego a fomentar la idiotez. Pienso, asimismo, en los selfies. Y a ti que intentarás rebatir esta postura, te invito a recapacitar unos minutos y te propongo que anotes cada día en qué número de usos del aparatejo te has excedido, que no hubieses muerto de no haberlo hecho. Me apuesto que en más del 90% de los casos. Si en mi particular soy capaz de suprimir el 100% de lo que tú lo ejercitas y sigo tan campante, ¿cómo es posible que el abuso se haya convertido en regla? Las operadoras se frotan las manos y no se recatan en poner en práctica campañas de acoso, ya que saben que el personal es demasiado goloso. Casi, casi, casi me atrevería a pensar que tonto.
El acomodo y el vicio juegan a favor de los que obtienen dividendos. Aunque esta es una guerra que tengo perdida. Seguiré no entendiendo a los que se les cuelga el Whatsaap y a los quince segundos ya lanzan preguntas en demanda de respuestas urgentes porque les puede el mono. Cuando leo propuestas para no poner gasolina en tal o cual distribuidora, me apeno por no ser capaces de enmudecer a las Jazztel, Vodafone, Orange, Movistar, Yoigo, Simyo, Mas, Blue… durante al menos medio día.
Sí, no tengo móvil. Y a mucha honra. En vez de hacerme un monumento, el calificativo más cariñoso que me he ganado tras la lectura de hoy es la de gilipollas. Muchísimas gracias y hasta mañana.
Resetea: No puedo vivir sin ti. Contigo al fin del mundo. Hasta que la muerte nos separe (salvo que encuentre otro mejor)… Mira tú el bobo este, perdiendo el tiempo con la escritura. Cultivándose a la antigua usanza. Anacrónico, vetusto, arcaico, carca, pureta, provecto…

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