¿Te suena de
algo? Y entre ronquido y ronquido, me vi militando en un partido. Unos nervios…
En uno de los
días que no tenía reunión ni nada parecido, hablaba con unos amigos en un sitio
conocido. “Me gustas más cuando no escribes de política, eres más divertido”.
“Me es imposible, la ansiedad puede conmigo”. “Pues tú te lo pierdes, menos
visitas por aburrido”. Seguimos un rato. Luego nos fuimos.
Pero yo soñaba,
no te olvides. Daba vueltas en la cama. La intranquilidad se había apoderado de
los momentos plácidos de las victorias electorales. Me debatía en terrible
dilema. Habiendo sido testigo en mi juventud de un pasado glorioso, me peleaba…
Sí, con la sábana
que se había enganchado debajo de la almohada. Me desperté. Fui al baño. Hice
aquello. No tiré por la cisterna, pero me lavé las manos. Me mojé la cara. Se
fue la luz. Casi no encuentro la toalla. Al fin, al tiento, lo consigo y la
atrapo. Volví a la cama. Tropecé con la alfombra. Casi me como el sillón…
Ya estoy en
el catre. Tendido boca arriba (¿supino no?). Se signa una sombra en el techo.
Yo no me asusto porque todos no somos del mismo gusto. Unos resquicios de la
cortina dejan pasar de manera tenue el alumbrado público. Tuvo que bajarse la
palanca. A ver si el ratón del patio se comió un enchufe.
Vuelvo a
dormir. Vuelvo a soñar. Se aproximan elecciones. Ocupo el décimo lugar. De 21.
Me hallo en la sede cuando llegan los resultados del escrutinio de las
diferentes mesas. A las tantas de la madrugada, en un ambiente cargado de humo
y olor a tabaco, aplicada la Ley
D´Hondt, sacamos nueve. Quedé en puertas, que se dice. Y se
disculpa.
Pasa el
camión de la basura. Me sobresalto. Vuelvo a dormir. Vuelvo a soñar. No es
posible, elecciones nuevamente. Me han ascendido al sexto puesto. Y ahora
salgo. Qué suerte. Debe ser mi enorme capacidad de conectar. Sin duda. Pero
hemos descendido de nueve a seis concejales. Qué malo. Supliré las carencias
con mi aplomo y arrojo.
Cómo pasa el
tiempo. Cuatro años y las urnas otra vez. Me han premiado. Ya ocupo el tercer
lugar. Soy casi jefe. La vecina abre la puerta del garaje. Deja el coche
arrancado mientras espera la llegada de la compañera de trabajo. Otro vehículo
motorizado que aparca. Acelerón para que se destupa. Pasan cinco minutos.
Me doy la
vuelta. Vuelvo a dormir. Vuelvo a soñar. Hemos progresado. Internet ha desbancado
mítines y contactos directos. Es una ventaja. Te evitas coñazos. Fotos y poses.
Comentarios laudatorios de amigos excelentes. ¿Estarán buscando algo? Qué
generosos.
Día de
reflexión. Ya soy el número tres. Lo dije antes, pero me enorgullezco. ¿Cómo?
¡No es posible! ¿Que solo sacamos tres? ¿Por qué me preocupo? He tenido suerte.
Soy cargo público de nuevo. Toca (re)demostrar mi crédito. Qué feliz me siento.
Toda una autoridad.
Se levanta mi
mujer. Ya yo no tomo café. Lo más, un agüita. Hoy es fiesta. Cierra la puerta.
Le toca al vecino del otro costado ir a comprar los churros. Este no se anda
con chiquitas y emite decibelios estilo batería de orquesta. Logro embelesarme.
Vuelvo a soñar.
En mi partido
se han convocado primarias. Qué democrático es. ¿Por qué no aspirar a encabezar
la lista? Mi trayectoria es toda una garantía. Hago pública mi apuesta.
Contrato un asesor que me conduzca a la victoria, me saque las fotos y me
redacte los textos por si el baifo ortográfico hace de las suyas…
Me despierto.
La cabeza me da vueltas. Siento inmenso dolor desde el occipital hasta el
mismísimo frontal. Me levanto. Voy al baño. Hago lo otro. El agua se lo lleva.
Medito. ¿Metáfora?
Enciendo el
ordenador. Relleno el formulario. ¿Avales? En manos de mis consejeros.
¿Electores? En manos del face. Qué
guapo quedé. A mi imagen y semejanza.
Bajo a
desayunar. Tropiezo en el último escalón. Me quedo a cuatro patas. A duras
penas logro sentarme en una banqueta de la cocina. Nadie, qué fortuna en medio
de tanta desgracia, sintió el escorrozo.
Estoy solo.
Qué felicidad. Y, además, puedo ser el number
guan. Y el único. ¿El único?
“¿Tienes
cambio?”, escucho a mis espaldas. Giro la cabeza apenas 45º. ¿Ya no te acuerdas
que me dolía? Me muestran un billete de 50 euros. “Cambio, cambio, siempre
cambio. Te asemejas a las bases sublevadas. Acaso no podemos los mismos
redactar otros postulados y defender a ultranza un programa renovado…”.
“Chacho, tú
dormiste con el culo destapado. Yo solo quería billetes más pequeños…”.
Hay cuentos
de final raro. Y sueños de rabiosa actualidad. ¿Saldré?
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