Suelo
intercambiar opiniones con aquellos que un día estuvimos pero ya no estamos.
Los que decidimos dar un paso a un lado por diferentes motivos y hoy vemos la
actualidad política con demasiado escepticismo. Que nos levantamos cada día a
realizar cualquier actividad, porque de ociosos no pecamos, y no es necesario
esperar a la hora del cortado (alrededor de las once) para que cualquier medio
a tu alcance te bombardee con la penúltima. Como ya te creo al tanto, me ahorro
unas líneas con la exposición de lo de ayer por la mañana. En que un ‘granado’
y selecto grupo de patriotas desinteresados acudió al juzgado por ciertos
deslices sin mayor importancia. Unos cientos de millones apenas. Calderilla.
Rajoy estuvo
el pasado fin de semana leyendo los consabidos papeles ante un numeroso
colectivo de cargos públicos de su partido. Y vino a decir que en manera alguna
estos casos de corrupción que afloran pueden generalizarse. Ni mucho menos los
46 millones de españoles lo son. Faltaría más, don Mariano. Eso significaría
que estuviéramos todos afiliados al PP y esas mayorías murieron con Franco allá
en la década de los setenta del pasado siglo.
Mi tocayo y
presidente del Congreso de los Diputados no quiso ser menos y consideró que los
corruptos del PP no son excesivos. Puede que cuando soltó la guinda todavía no
había tenido tiempo de sumar los de la Operación Púnica.
Que por lo que vamos conociendo puede ser asunto tan entretenido como me lo
parecieron en mis años mozos las denominadas Guerras Púnicas, con las peripecias
de Asdrúbal, Amílcar Barca y Aníbal. El señor Posada, como su propio apellido
indica, no ‘alberga’, al parecer, mucha desconfianza de estos pocos presuntos
implicados y abre el abanico para que tengan cabida los que en días sucesivos
irán apareciendo. Precavido que es el hombre.
Todo ello
acontece con una naturalidad que raya el desparpajo. Porque al tiempo que
Pujalte pone la mano en el fuego por todos sus honorables compañeros, los
populares contrarrestan las acometidas judiciales echando mano (esta vez sin
dobles) de la instrucción trescientos treinta y tres del manual: código ético.
Chúpate esa, mi amol. Menudos morros.
Cuando ya
llevamos recorrido el 29% de la centuria actual (siglo XXI), el que nos vengan
con lecciones moralistas da norte de la calaña de algunos regidores de la cosa
pública. Da la impresión de que no tienen reparo en darte un abrazo, mientras
esconden afilado puñal en la bocamanga por si se tercia la ocasión. Y lo
adornan, además, con la moraleja de abrir el partido a la sociedad. A buenas
horas.
Cuando yo
decidí (nadie me empujó) formar parte de la candidatura del PSOE a las
elecciones municipales (Los Realejos) en 1983, firmé un papel en blanco (como
lo lees) para que me pusieran de patitas en la calle cuando cometiera un desliz
de los llamados imperdonables. Y ya en el ayuntamiento, una vez tomada
posesión, se creó lo que ahora proclaman pomposamente como registro de
intereses. Y cada uno de nosotros, ante el secretario, declaró solemnemente
aquellos bienes que poseía. Que eran tan escasos, de otra parte, que de
publicarse la hoja en cuestión en la actualidad, las risas de los beneficiarios
de las tarjetas opacas armarían tanta escandalera que, con casi total
seguridad, morirían asfixiados.
Jesús, con 34
años, era casi rico. Una plaza de maestro en propiedad, un piso en La Longuera y un coche (Fiat
128, matrícula TF-5236-C) que compró en 1973 cuando hizo las prácticas de
alférez de milicia en Hoya Fría. Recuerdo que, casi concluyendo el mandato,
compré al amigo Juan Pedro Escobar (regentaba una concesión de Peugeot en Los
Barros, justo al lado de donde se hallaba la sede la agrupación local
socialista. ¿Tráfico de influencias? Por supuesto, ustedes ignoran cómo corría
el dinero negro por el barranco que discurría justo por detrás del edificio) un
205 GTX, de dos puertas, TF-5608-X (que todavía pueden vislumbrar por la zona
de El Jardín, en los aledaños del local de la Asociación de Vecinos).
Y le hice modificar a Carlos (el secretario) mi inmaculada relación (la hoja,
que te menté antes) para que cambiara el Fiat (se lo vendí por cuatro perras a
mi hermana) por el Peugeot (buen motor tenía el condenado). Ahí los tienen los
dos en las fotos.
¿Incardinarse
en el tejido social? ¿Contar o gobernar con la gente? ¿Ser receptivo y
transparente? Pero bueno, ¿de qué estamos hablando? ¿A qué jugamos? ¿Qué
lecciones me vas a impartir si ya me jubilé con la conciencia bien tranquila? O
como se estilaba antiguamente: con la satisfacción del deber cumplido. Ahora,
tras varias décadas de mamoneo persistente, ¿pretendes convertirte en adalid de
las buenas prácticas? Sostiene Clavijo, alcalde lagunero y candidato de CC, que
se debe escuchar las inquietudes sociales. Y, si puede saberse, ¿cómo han
gobernado hasta ahora en este cortijo canario con los unos y con los otros? No
escucha al que pretende sustituir cuando desde su blog nos suelta lindezas como
esta: “Canarias está creciendo y creando empleo”. ¿Puede haber mayor cinismo?
Nos quieren
vender modernidades que llevan inventadas la tira. ¿A qué jugamos? Lo dicho:
incierto panorama.
Mañana más,
si a bien lo tienen.
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