“Tras un
verano eminentemente seco, infrecuente por estos lares, le sucedió un comienzo
de otoño más seco aún si cabe.
El mes
de septiembre ha venido en constituirse, en estos últimos años, como una
prolongación generosa del período vacacional. Incluso ha habido ocasiones en
que tal generosidad ha colmado sobradamente todas las previsiones.
No creo
sea menester ahondar en los tristes recuerdos de incendios forestales
acaecidos en años de ingrata memoria, como consecuencia de altas temperaturas
y, cómo no, de la posible negligencia de los desalmados de turno. Calores que,
algunas veces, han venido a mostrar el regodeo de la Naturaleza. Algo
así como cuando tras una semana de tiempo espléndido aparece un final desapacible
que nos hace permanecer en casa a disgusto.
¿No será
que el tiempo se está tomando debida revancha ante tanto desaguisado que el
homo sapiens está efectuando?
¿No será
que nuestra madre Naturaleza nos está tomando el pelo miserablemente y pone la
panza de burro cuando estamos de vacaciones y nos ataca a traición cuando
comenzarnos la lucha por la supervivencia?
¿No
será, como dicen nuestros viejos, que el tiempo está cambiado?
Lo
cierto es que, balbuceantes, han comenzado a caer unas ligeras gotas por estos
contornos, pero no acaba de cuajar la cosa. Las primeras, como casi siempre,
acompañadas de un tremendo tierrerío
que pone color chocolate cuanto agarre a su paso.
Mientras,
las miradas se dirigen al horizonte, a nuestro océano, por el que viene casi
todo lo bueno, a ver si el alisio puede traer alguna que otra corriente de
masas nubosas y echar mano, de una vez, del chaleco que ha permanecido
guardado más meses de los reglamentariamente establecidos. Pero nada, no hay
manera. Por otra parte, el paraguas, comprado en el verano –para que salga más
barato–, permanece impertérrito. Aguarda en la esquina –iluso– por si un alma
caritativa viene a acordarse de él. ¿El arpa, de Bécquer?
Recuerdos
de los tiempos de antes, recuerdos de cuando era normal que corrieran los
barrancos, recuerdos, sin ir más lejos, de un octubre del pasado año que se
mostró generoso en la cantidad de lluvias habidas, recuerdos...
Intentos
vagos, balbuceantes, dos, pero vanos.
Y
seguimos mirando hacia la mar por aquello de cumbre clara, mar oscuro, agua seguro.
Claman
nuestras tierras por el frescor y la verdura. Resecas nuestras plantas,
suspiran por la caricia de la lluvia.
Ha
transcurrido este mes de octubre y la deseada lluvia no quiere arrancar. Hasta
los cuerpos se ponen impertinentes, jaquecosos, mimosos, como queriendo una
pasada por agua.
El
Servicio Meteorológico, queriendo aliviar la papeleta, se atreve a dar
pronósticos un tanto osados, atrevimiento que luego no llega a cumplirse porque
el frente nuboso –qué tramposo él– termina por disolverse o se desvía antes de
llegar a estos peñascos. ¿Vuelve a correrse el tiempo?
La
verdad es que para curar un montón de cosas nos está haciendo falta unas buenas
agüitas. Pero no acaban de arrancar”.
Pasan los años. Veintiséis, con total exactitud. Porque
fue el 30 de octubre de 1988 cuando el anterior texto salió publicado en El Día
(Desde La Corona).
Creemos que hemos mejorado en las predicciones. Bastante, entiendo. Pero
aquellos que ni siquiera pintamos canas, salvo que las rotulemos en la
calvicie, nos hemos percatado de que los pretéritos tiempos de Sur, que
constituían la excepción, se han tornado en asiduos visitantes de estas islas.
Y los del Norte estamos hartos de tanta gota gorda que apenas roza el suelo
porque se seca por el camino. Y aquí en este Valle seguimos sin habituarnos al
sofoque que no nos deja ponernos una sabanita por encima en las noches de un
otoño veraniego. Y das más vueltas que un trompo. Te despiertas de madrugada y
cuentas los escupitajos de Messi en cualquier partido unas cuatrocientas veces.
Porque te da un no sé qué hacerlo con ovejas. Las pobres no estarían en
condiciones de triscar por ese césped nauseabundo. El club debería multarlo.
Como Hacienda. Por evadir saliva, sacándola ilegalmente de la cavidad bucal
para depositarla en terrenos de difícil localización.
Pues sí, al igual que hace un montón de años, la lluvia
no quiere arrancar. Y ya la necesitamos. Por lo menos yo, sí. Y mañana se acaba
octubre.
Vuelvo a ‘robarle’ una foto a Carlos, pero como las
cuelga en Facebook me aprovecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario