He visto
reflejada en estos días pasados una de las tantas genialidades de Groucho Marx:
“Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas”.
Y quien tiene la osadía de plasmar por escrito, al menos de lunes a viernes,
sus pareceres, que sopesa y medita cada una de las expresiones por los riesgos
evidentes que implica la actividad, cree a pie juntillas que la frase de marras
viene como anillo al dedo para definir el comportamiento de los atrevidos o
lanzados de turno. Entre los que se podría encuadrar perfectamente los
seguidores acérrimos de los grandes clubes de fútbol, verbigracia, Barça o
Madrid. Mira que sueltan tonterías en aras de la defensa numantina del equipo
de sus amores.
Pero no deja
de ser menos llamativo el quehacer de los que yo mento como mercaderes
políticos. Y que si las formaciones de tal índole tuviesen un mínimo de sentido
común, habrían desterrado tiempo atrás. Porque flaco favor están haciendo a que
los ciudadanos volvamos a confiar en tal noble actividad. Y de ahí el auge de
los agoreros y advenedizos. Puede que más trepas todavía.
Lo de doña
Esperanza Aguirre merece todo un tratado de mayor enjundia que este sencillo
post bloguero. Y es que, como manifestamos por estos lares, a la susodicha hay
que echarle de comer aparte. Ha decidido postularse para el retorno. Algo así
como el caso de los toreros. Dijo en septiembre de 2012 que entendía el
ejercicio de un cargo público como una actividad temporal. Y que había llegado
la hora de dedicarse a su familia. Consecuencia de un proceso de profunda
reflexión, por lo que era la suya una decisión muy meditada.
Ahora,
aburrida de atender a nietos, sobrinos y demás parientes, ha cambiado de
parecer. Y lanza nuevo órdago al gallego. Pretende demostrarle que su inglés es
mucho más fluido que el de la
Botella y su hazmerreír del café con leche. Algo que no
entraña demasiadas complicaciones, por cierto. Lo que no tengo tan claro es que
los madrileños, que se las dan de tan inteligentes, se hallen por la labor.
Desde la distancia lo que intuyo es que el envite de la señora tiene un
recorrido bastante más amplio. Y que su horizonte se vislumbra más allá de las
márgenes del río Manzanares. Pues si superar la gestión de la sustituta de
Gallardón no se antoja tarea complicada, hacerlo con la de Mariano tampoco supone
dificultad añadida. Y si le va mal, se cambian las siglas.
Por
territorios más cercanos no mejora el enfermo. Tras la fiebre reconquistadora
de Nacho González, toma el testigo el chiquito de La Aldea. Médico él, aunque no
haya recetado una aspirina en su vida. Ni en bajada. La frenética campaña de
captación de socios que ha emprendido don Román Rodríguez (alias, un mechón de
tu cabello) no guarda parangón en la historia reciente. El parlamentario
canario (muy de izquierdas y de los que se alojan en el Mencey) no para la
pata. Con la que duerme a ídem suelta en los mullidos colchones del recinto
hotelero. Viva la sufrida clase obrera.
La última,
venirse a El Tanque para rescatar a otro médico, Pablo Estévez, un fisco más
activo, y subirlo al carro triunfador. Tanto que antes de firmar el contrato,
ya se ve gobernando, nuevamente, el municipio y de camino “cagarle en la oreja”
al partido socialista. Y de ejemplos saltimbanquis (por no escribir payasos)
está bien surtida la geografía insular. Son los modelos que enorgullecen el
gremio. Los mismos que no se recatan en demandar tu voto para dignificar… la
profesión. Porque ya nadie se va, como antes, para entretenerse en otra cosa.
Puede que no sepan.
Voy a cometer
otro pecado imperdonable: me pongo de ejemplo. Me fui, y me fui. Abandoné,
incluso, la afiliación (que no militancia: Haber o concurrir en
una cosa alguna razón o circunstancia particular que favorece o apoya cierta
pretensión o determinado proyecto) y me consagré a mis labores. Otros
–eso ocurría décadas atrás– hicieron tres cuartos de lo mismo, aunque
persistieron en su pertenencia a la formación. Y no hemos vuelto. Ni hemos
recalado en otros brazos. Ni hemos aspirado a nada. Ni nos hemos dejado
convencer para los retornos. Consideramos, simplemente, que nuestro tiempo
había pasado. Y aquella etapa de servicio, que sigue siendo parte importante de
nuestro haber, constituyó un jalón más en nuestra existencia. Algunos, ahora,
puede que los menos valiosos, entienden que son indispensables. Y son capaces
de agarrarse a un clavo ardiendo (o tacha incandescente). En un ejercicio de
cinismo y desfachatez que raya lo grotesco.
La avalancha
del próximo 24 de mayo será la prueba inequívoca de cuánto valor concedemos a
ostentar un cargo público. Y fíjense bien, electores, para que separen la paja
del grano. Antes de, muchas promesas de limitar los mandatos (antes no hacía
falta). Después de, si te vi no me acuerdo o aquí se pasa de la pe de la eme.
Si acaso, a cuentagotas. Como el popular Manuel Fernández, quien piensa
dedicarse a sus negocios, como si no lo hubiese simultaneado con sus
larguísimas estancias parlamentarias. Y sus declaraciones (al menos las que
escuché en la Cadena Ser),
de lástima. Se reenganchaba porque debido a su estimación lo iban siempre a
buscar. Siento contradecirle porque aún restan otros fósiles. Y si argumentan
idéntica canción, deben valer su peso en oro. Como la leyenda de la hija de
Almanzor. Pero eso ya es historia. Como ellos mismos, sin ir más lejos.
Sigan
disfrutando de las fiestas. Y coman. Y beban. No sean bobos. Hasta la próxima.
Aquí seguiremos leyéndolo mientras usted siga escribiendo. Esto de mirar el blog es como el café matutino, necesario. Un abrazo
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