Sí, casi
están al alcance de la mano. Basta con echar una visual a cualquier medio de
comunicación para percatarse de que este próximo año llevará el entretenimiento
añadido de varios procesos electorales. Y el incremento en el número de
tertulianos especialistas guarda proporcionalidad directa con el de nuevas
formaciones que ingresan en la santa orden del cambio necesario. Y sagrado.
En la
televisión pública han entrevistado al secretario general del partido Podemos.
Para los que han considerado que fue demasiado incisiva, las redes sociales no
dieron abasto. No entiendo la causa de los desencuentros. No es necesario ser
un lince para colegir que cualquier cita con Pablo Iglesias va a traer cola. Y
pónganse del lado que gusten, da lo mismo. Cuando se agregan al capítulo de las
críticas –todas legítimas, por supuesto– muchos periodistas cuyo único oficio
conocido en deambular por teles y radios emitiendo opiniones al menos tan
disparatadas como las mías en este blog, ya sí se me ponen los nervios de
punta. Porque a lo peor, en el fondo, es mera envidia de audiencias. Al
responsable y dueño de la patente de Pepillo y Juanillo ningún temor le acecha
cuando cada mañana publica un comentario de cualquier aspecto o circunstancia
que le haya llamado la atención y despertado el correspondiente interés. Ni
debe ni se debe. Otros, por simple lógica, deberían tener mucho más tacto. Y
tan periodista puede ser un servidor como mucho atrevido suelto por esos
mundos. Lo que a mí no me gustó: la indefinición ideológica. Eso de que el
programa tiene que ser aséptico e independiente de lo que sus mentores piensen
es pura entelequia. Y si se pretende justificar saltos en el vacío desde
ópticas comunistas a las no menos comprometidas electoralmente
socialdemócratas, pregunto con cierta ingenuidad si la travesía no la han
venido realizando con anterioridad otros partidos de la denominada casta. Por
cierto, claro que hay que atribuir los yerros al PP y al PSOE de lo mal que se
ha hecho de aquí para atrás. No, mira a ver si van a ser culpables los que
jamás han gobernado. Extravagancias, las justas.
Hemos
celebrado días atrás el 36º aniversario de la Constitución. Cada
vez que alcanzamos estas fechas del mes de diciembre nos enfrascamos en la
discusión de si ha llegado la hora de reformarla, de dotarla de un nuevo traje
porque el anterior ya le va un tanto anticuado y un mucho estrecho. Fíjense si
ha pasado el tiempo que casi el 70% de los españoles que aún respiramos no
acudió a las urnas aquel 6 de diciembre de 1978. Y si este fuera un país serio,
ya nos hubiésemos puesto de acuerdo para tal hecho. Pero no, alcanzaremos el
siglo XXII y la canción del y tú más seguirá ocupando el primer puesto de la
lista de los éxitos ‘políticos’. Nuestro estimado presidente cree que hay cosas
más importantes que atender. Lo malo es que esa entrega prioritaria de bien
poco ha valido. Y la muestra de lo bien avenidos la hallamos en las ausencias
significativas en los actos que pretenden homenajearla. Y el pueblo parece
estar más preocupado en mirar si el enlace con el día 8, también festivo, puede
concederle un periodo extra de asueto, que en meditar si merece la pena
romperse el coco desde ya en los malos pensamientos que suponen los quebraderos
de cabeza de papeletas y urnas.
Quizás donde
más se palpe la cercanía aludida al principio de este relato es en la
generosidad (y no la navideña, precisamente) que demuestran los diferentes
gobiernos cuando corresponde elaborar los últimos presupuestos de sus mandatos
o legislaturas. Destaca sobremanera la bajada generalizada de impuestos y, a la
par, el aumento de las consignaciones para obras y remiendos. Practican lo
contrario de lo que sostienen los tres ejercicios económicos anteriores y no se
te ocurra discutirle la aparente contradicción porque lo mismo te llaman
idiota. Como el ejemplo más significativo lo encontramos en mi pueblo (fotos y
piche), yo creo que disponen de una hucha, tipo cochinito de oro, en la que van
guardando durante treinta y seis meses todas las monedas de dos euros que
puedan agenciar concejales y alcalde (y sus respectivos equipos). Y cuando
queda medio año, o por ahí, le meten fuerte estampido a la susodicha y allí los
ves saltando y brincando de alegría alrededor del montón. Tras el recuento, el
responsable de hacienda saca la relación de proveedores de materiales de la
construcción y productos anexos, comprueba a cómo están los precios del
alquitrán, realiza un cálculo aproximado y exclama a voz en grito: ¡Para veinte
camiones! El concejal de obras llama al gerente y este al encargado… El resto
del sumario te lo puedes imaginar. Hasta el pobre Adolfo, más dado a menos
rebumbio y más selección, debe tragar con las disciplinas de partido y acaba,
asimismo, todo empichado.
Señores y
señoras, amigos y amigas, fisgoneadores y fisgoneadoras, hasta mañana.
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