Son tantas
ocasiones en las que hemos escuchado la frasecita de marras, que uno piensa si
la cinta métrica de estos particulares (de)sastres se halla necesitada de un
recambio. Y son los políticos quienes recurren a ella con mucha más frecuencia
de lo que menester sería. Célebre es ya la foto que ilustra este post. Pero de
Rajoy ya se sabe que si no es una cosa es la otra. Y se queda tan ancho.
Ha bajado el
paro en este pasado mes de noviembre. En todo el territorio nacional (ignoro si
el dato incluye la zona noroeste peninsular) el descenso ha sido de 14.688
personas. Y a continuación, con sonrisa desbordante de la ministra Báñez
(andaluza ella como los miles y miles que contemplas mano sobra mano en los
bares de los pueblos de aquella comunidad), el añadido de que es la mejor
noticia al respecto desde el lejano 1996. Para remachar la excelencia
informativa: la Seguridad Social
gana 5.232 afiliados.
Obvia
manifestar que las medidas que se vienen adoptando por el Ejecutivo popular han
provocado una cadena de éxitos tales que a este ritmo de crecimiento, nuestro
país se constituirá en modelo a imitar por el resto de miembros de la UE y será la envidia sana de
los mismísimos Estados Unidos. Mientras, mutis por el foro (ños, iba a escribir
por el forro) en la triste realidad de la crisis que, en apenas tres años, se
ha comido la tercera parte de la denominada hucha de las pensiones. Y al ritmo
que vamos, lo mismo se le ocurre a cualquier lumbrera gubernamental darle un
nuevo tajo al capítulo de Mundo Senior para general regocijo de todo el
entramado que mueve en su derredor.
Por Canarias,
todo marcha estupendamente. Nada menos que 406 personas han respirado
profundamente y pasan a engrosar la lista de potenciales consumidores navideños
y asiduos de las colas en las grandes superficies. Solo restan 265.385 que no
pueden hacerlo y tendrán que seguir esperando. Pero no deberían preocuparse
demasiado. Basta efectuar pequeños cálculos de repartos y divisiones y en unos
dos siglos (año arriba, año abajo), el pacto de CC con el otro tendrá el
inmenso honor y el no menos satisfactorio placer de haber finiquitado con tan
pertinaz lacra social.
El optimismo
que no decaiga. Y si acaso algún periodista tuviera la inoportuna ocurrencia de
preguntar algo a contrario sensu (inusual porque peligran sus garbanzos), ya
contestaremos lo que estamos en ello. O no nos conformamos, pero estamos en la
buena dirección. ¿Acaso escuchas tú otra cosa diferente?
Esta adopción
de medidas me recuerda la colocación de vallas en las viejas carreteras de mi
época. En una curva muy famosa por la zona de La Gorvorana se ubicaron
cuando más de cinco coches habían bajado a la huerta, y no a coger plátanos
precisamente. Y también he mentado la ocurrencia de cierto anciano cuando un
camión cargado hasta los topes le atropelló una de sus gallinas que
tranquilamente paseaba con sus hermanas sin darse cuenta de la invasión en
territorios destinados a la circulación. El pobre conductor (en aquel entonces
era más conocido por chófer) pegó un frenazo y se escuchó el peculiar sonido
que emitían entonces. Y el viejillo le espetó: “Primero la matas y después la
jusias”. Te aclaro que jusear se halla incluida en el diccionario de canarismos
y significa ahuyentar, espantar.
En estas
islas se pende de un hilo con una facilidad pasmosa. Los ejercicios de
malabarismo son constantes. Y la prestidigitación turística se nos puede ir al
traste por múltiples razones. Cuando llevamos mucho tiempo con el asunto de las
prospecciones y olvidando que no solo el petróleo puede ser la causa del más
negro porvenir isleño, pasamos la pelota alegremente sin atisbar otros riesgos.
De igual manera que los conflictos en el Norte de África nos brindaron una
coyuntura favorable, mañana es factible el volteo de la tortilla. Un sector tan
sensible a cualquier tipo de acontecimientos no puede seguir al albur de las
bolas de cristal. Y si esta parcela fallara por lazos del demonio (que se dice),
faltarían segundos para comernos los unos a los otros.
La mitad de
los parados han agotado todo tipo de prestaciones. Y las perspectivas
permanecen más bien opacas. La visión de futuro y la diversificación en la
economía no parecen estar al alcance de quienes se apoltronaron décadas atrás.
Este anquilosamiento neuronal no será resuelto con parches y tiritas, con tomar
medidas. Todos hemos conocido grandes negocios que se han ido al barril por
auténticas nimiedades.
Cuando
escucho los cantos de alabanza que salen de las gargantas de nuestro egregios
representantes cada principio de mes, me asusto. Porque habiendo ya vivido los
primeros 65 años de mi vida, pienso que la repercusión que un servidor pueda
sufrir no se podría comparar con la de aquellos cuyo horizonte vital esté unos
kilómetros más allá. Me apena, por supuesto.
Al tiempo, ¿qué
podemos esperar de las promesas de aquellos que incumplen sus compromisos más
cotidianos? En mi pueblo, Los Realejos, el índice del desempleo se halla en
magnitudes insoportables, de escándalo. Pero mi alcalde, y todo su equipo,
cobra, y no poco, de las arcas públicas. Para mayor regodeo, la cantidad de
tiempo que la primera autoridad municipal dedica al cargo por el que le pagamos
los contribuyentes es cada vez más escaso por sus ocupaciones políticas
orgánicas de mayor rango. De aquí al próximo mayo, ni te cuento el límite de la
desvergüenza. ¿Cómo puede un parado de la muy noble Villa de Viera confiar en
quien promete y no sentencia, en quien dice tomar medidas pero se olvida de
anotarlas en un cacho de papel?
El pueblo (va
en sentido general) necesita sastres que tejan con madejas de ilusión enormes
trajes que arropen carencias. Sobran desastres, muñidores y gestores de lo
propio. ¿Será posible que no vuelva a revivir episodios en los que se servía,
en los que la meta era el prójimo? ¿O es, acaso, que se han perdido todos los valores?
Los de ellos se presupone, pero ¿y los nuestros? ¿Todos iguales? Me niego.
Pienso seguir
tomando medidas. A mi manera. Y si mañana compruebas que aquí sigo, es que en
ello estoy.
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