Dijo años ha
cierto alcalde andaluz que la justicia era un cachondeo. El susodicho está
ahora en la cárcel. Y no fue aquel el motivo por el que ingresó en prisión,
sino porque en el ejercicio de sus funciones de gestión municipal no tuvo en
cuenta que debía actuar conforme a unas normas y directrices. En fin, que se
tomó la política con el mismo rigor que él había aplicado a la encargada de
supervisar sus andares jerezanos. Y es que en aquellas tierras, los vinos y los
tablaos han provocado sonados espectáculos circenses.
Fue el
preámbulo de tal guisa para que ustedes, estimados lectores, sepan que en estos
momentos de mi existencia no sé a ciencia cierta cuál de las dos modalidades
(justicia o política) es más desbarajuste, desorden o guirigay. Cualquiera se
atreve a formular otra vez lo de cachondeo.
A ese
individuo (persona perteneciente a una clase o corporación; aunque también cada
ser organizado, sea animal o vegetal, respecto de la especie a la que
pertenece; y además persona cuyo nombre y condición se ignoran o no se quieren
decir) de la foto, y al que Ana y Paulino ríen las gracias, lo han condenado
(Tribunal Supremo) por el denominado caso García Cabrera a ocho años de
inhabilitación para el desempeño de cargos públicos electos.
Como el aludido
perdió la vergüenza en el ejercicio de su frenética actividad (pasarse los reparos
del Interventor de Fondos por sus mismísimos ‘mamotretos’ en multitud de
ocasiones, y eso cansa, vaya que agota) y no quiso esconderse en la
desembocadura del Barranco de San Andrés, decidió que no podía renunciar al
sueldo de diciembre (lleva extra adherida). Pensó que lo mismo antes del 31 de
diciembre podría concluir la pregunta que viene redactando desde el instante
que tomó posesión en el Senado por obra y gracia del Parlamento de Canarias.
Para una cámara inútil, qué mejor que un ídem. El nota, ni aparece. Es más,
allí haces –es un decir– lo que te sale de tus partes pudendas. Ocupa el sillón
menos desgastado de todo el edificio. ¿Que dónde se mete? Lo preguntaré. Ve tú
haciendo lo mismo.
Algunos
senadores habían solicitado que abandonara su puesto desde ya porque es lo
mínimo que puede exigirse de quien ha sido condenado con sentencia firme. Pero
en un ejercicio de cinismo tan grande como el demostrado por el que fuera
alcalde santacrucero, los servicios jurídicos han desestimado la petición alegando
que la inhabilitación se limita a cargos de gobierno municipal. Y que aceptar
tal demanda supondría un agravio de difícil reparación. Condecórenlo y háganle
un monumento.
No escribo lo
que estoy pensando pero me dan ganas enormes de expresar una burrada en la que
los principales perjudicados iban a ser los familiares más directos del gandul.
Al que yo le estoy pagando para que se rasque vete a saber dónde o en qué lugar
de la capital nacional. No ha sido capaz de agarrar un bolígrafo para
garabatear una cuartilla y todavía va a salir como un héroe del palacio de la Plaza de la Marina. Ha sido él el que voluntariamente
ha tomado la decisión de marcharse. Todo un titán.
Pero vuelvo con
los servicios jurídicos. Nuestro hombre es inhábil (incapaz) para ejercer de
concejal o alcalde. Pero de ahí para arriba puede ser cualquier cosa. Incluso
legislador. Manda cataplines. Es como si a mí me condenaran por robar una
bicicleta. Y el fallo estipulara que de aquí en adelante, de ciclismo nada de
nada. Lo que no me impediría, en lógica consecuencia y aplicando idéntico
paralelismo, seguir sisando motos, coches o avionetas. Manda aquello otra vez.
Es que se te
queda una cara de idiota de no te menees. El condenado puede saltarse la ley a
la torera –y alguna más le queda– pero el hecho no le impide seguir escalando
peldaños en la mamandurria pública hasta alcanzar la cota más alta del
escalafón, aquella desde la que se elaboran las normas por las que debemos
regirnos. Nosotros, claro.
Ellos valen
para todo, para un roto y para un descosido. Se puede ser ministro de Sanidad
con el único requisito de haber ido alguna vez a comprar una aspirina a la
farmacia de la esquina. Y para alcanzar el privilegiado puesto de senador basta
con ser un gandul redomado. Como Miguelito, el ausente. Seguro que los
dirigentes de CC le debieron poner muchas multas. ¿Y dónde estaba mientras
tanto? Lo mismo la solución nos viene en la siguiente entrega.
¿Ironía?
¿Sarcasmo? Y más aún, porque tú te lo tienes bien merecido:
Ay, Zerolín, Zerolín,
nuestro ilustre
senador,
no nos causes más
dolor
con andares de
pillín.
No te rompas el magín
con tantos días de
curro,
si trabajas como un
burro
de ronchas te
llenarás
y al final acabarás
igual
de frito que un churro.
Te deseo
suerte inmensa en este próximo sorteo navideño de la lotería. Bueno, y en el
del niño. Perdón por si va con mayúscula, pero es que hoy estoy bastante
disminuido.
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