lunes, 26 de enero de 2015

Rehabilitación

Un leve desgaste de algunas vértebras lumbares me ha llevado al Centro Médico Tucán para unas sesiones de rehabilitación tras el pertinente informe del traumatólogo a la vista de las imágenes que la Tomografía Axial Computarizada (TAC) mostraba. Allí, bajo la supervisión de María, me someto al ‘castigo’ diario de electrodos, calor y masajes. Al tiempo que permanezco en la posición decúbito prono (oigo pero no veo), me deleito con las conversaciones que, ineluctablemente, se producen en cualquier establecimiento de estas características que se precie (incluyan las salas de espera). Se aprende de todo, tú.
Cuando íbamos por la mitad de la serie, es decir, cuando ya estás acostumbrado a que la paciente de la camilla x nos cuente todas las andanzas del día anterior (comidas, peluquería, compras en el hipermercado, accidente en la autopista por una maldita, y boba, oveja que debió venir vaya usted a saber de dónde, etc., etc.); a que el inquilino de la y permanezca (como yo) en prudente silencio; a que la de la z manifieste abiertamente su adicción a los formativos y culturales programas televisivos (Sálvame, Gran Hermano y similares), resulta que comienza su tanda de fisioterapia un señor, todavía joven, pero cuya apariencia (dicen que la cara es el espejo del alma) vino a romper todos los esquemas preconcebidos que uno guarda en cualquier esquina del cerebro.
Ante la simple pregunta de la que pretende romper el hielo que toda nueva situación implica, y la consiguiente alegría de la respuesta al darse la casualidad de que el lugar de nacimiento del cuestionado y el marido de la susodicha coincidía, madre mía en lo que degeneró la conversa. Se destapó la caja de los truenos y se dibujaron ante los atónitos espectadores las invasiones hitlerianas previas a la segunda guerra mundial (me niego a ponerlo en mayúscula), los campos de concentración, genocidios, matanzas, odios y rencores.
No hubo manera. Los fundamentalismos son así. Y les tengo mucho más miedo a los amparados al paraguas del catolicismo apostólico y romano que a otros que se rigen por la Ley del Talión. Tantas vueltas le di esa tarde al ‘circo’ vivido en la mañana, que pensé si sería menester hacer un examen de ingreso en esta Comunidad a individuos de tal porte y calaña. Porque el pueblo canario, hospitalario por excelencia, no se merece hechos como el que tuve la desgracia de presenciar, mejor, de ser testigo directo.
Intuí que la solución esgrimida por el contestatario, incapaz de introducir en su vocabulario los vocablos perdón y convivencia, o de erradicar los de animadversión, resentimiento y otros muchos sinónimos (de los que es muy rico nuestro idioma), era la de dar una pistola a la mitad de la población mundial. Con lo que, por razones obvias, al cabo de dos o tres días habríamos acabado con al menos el cincuenta por ciento de los problemas que se acarrean en este planeta. Y con la ventaja de que los supervivientes estarían todos armados.
Pero seguiría habiendo roces y disputas. No hay problema. Continuaríamos disparando contra todo aquello que se moviera. Otras 48 o 72 horas, y el mundo solo habría un cuarto de la población que tuvo una semana atrás. Con otra mejoría incuestionable. Los que aún transiten por calles y plazas, ya dispondrían de dos armas: la suya y la del que se cargó.
Proseguir el ‘juego’ sería asunto de coser y cantar. Con lo que en un mes, como máximo, esta nuestra Tierra sería propiedad exclusiva del autor de los comentarios racistas y xenófobos (¿machistas?, chacho, si yo lo relatara con todo lujo de detalles…). Quien tendría en su poder, millones de millones de artefactos que disparan. Y sería inmensamente feliz. Porque ninguno de tales artilugios osaría discrepar de sus pareceres. Haría el amor con la más allegada y nacerían revólveres, fusiles, escopetas… Que en sus deposiciones ordinarias, cagarían (mil excusas por el escatológico término) balas, decenas de balas, cientos de balas, miles de balas, millones de balas, billones de balas… Cuánta munición, cuánta dicha. Lo malo es que, sin previo aviso, en cualquier momento, una de estas armas de fuego, criadas a su imagen y semejanza, le daría un tiro entre ceja y ceja. En un acto de amor profundo y para llevar a la práctica todas las enseñanzas recibidas. Cariño hasta las últimas consecuencias.
En esa triste mañana recordé las andanzas de medios (o cuartos) de comunicación que juegan a lo mismo. Y que junto al recuerdo a un dios todopoderoso y justiciero (otra vez con minúscula), añaden epítetos que dañan el oído y producen arcadas de muy difícil recuperación. En alguno de ellos, no muy lejano al centro sanitario referenciado, tendría perfecto encaje el sujeto. A estos, el grito de Alá es grande, que proclaman los de la competencia, se les queda corto, muy corto. Son, deben ser, los peajes que debemos pagar por una Europa sin fronteras ni diagnósticos psicológicos y psiquiátricos.
¿De la espalda? Mucho mejor, gracias. Saldré, a buen seguro, renovado. Como les está pasando a los partidos políticos. Salvo el PP, que sacó a Aznar (ños, si llego a poner del armario) de revulsivo en su reciente convención. En la que no hablaron de sus cuentas ni de sus tesoreros.
Bueno, entramos en la semana postrera de enero. Con lo que la cuesta volverá a ser historia. Yo persistiré en la manía de escribir. Mientras alguien me lea, adelante. Este próximo verano pensaba ir a Polonia. Pero he cambiado de opinión. En Alemania he estado en dos ocasiones. Y en Francia, alguna más.
Hasta mañana. Y háganme el favor de no estar discutiendo ni peleándose por boberías. Si tienen ganas de enfadarse, que sea con ustedes mismos. Algo así como para adentro. Lo malo es que te salen llagas. Antes yo padecía mucho de eso. Hasta les escribí una carta: Misiva a mis queridas aftas. Pero ese es otro cantar. Cuídense.

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