Observo, ni
sin cierta preocupación, que existen muchas instalaciones, costeadas con fondos
públicos, que no están prestando los servicios para los que, supuestamente,
fueron concebidas. Puede que en los tiempos felices de los dineros fáciles, no
hayamos sido capaces de meditar bien las obras acometidas y sopesar si la
existencia o no de las mismas supondría beneficio para la población. O si, por
el contrario, la no presencia de las mismas vendría a acarrear mayores
contratiempos. Porque, a lo peor, viene a resultar que seguimos echando en
falta otras acciones que sí se entienden necesarias. Léase, si les place,
parques, jardines y lugares de esparcimiento.
Ayer mismo se
daba a conocer el cierre del Centro de Visitantes de Erjos. Parece que sus
actuales arrendatarios no levantan cabeza y deben echar el cerrojo. Algo
parecido le aconteció a un amigo con la Casona del Patio (creo que así se denomina), en
Santiago del Teide. A la par, seguimos escuchando runrunes del funicular de
Garachico, del teleférico de Martiánez, de trenes y de túneles. No, del puerto
del Puerto hoy no toca. Y del hipódromo de Realejo Alto, tampoco.
Y si nos
trasladamos a La Gomera
comprobamos cómo Vallehermoso languidece con un Jardín Botánico muerto de risa
y un complejo de restauración y piscinas que ha sufrido más avatares que las
habidas en cualquier película de Rambo que se precie. Pero podríamos escribir
de Taguluche y su agua, Alojera y su miel, o la propia capital. Por no
inmiscuirnos en el alumbrado de Tejiade, en asfaltados de muy dudosa
justificación en los lugares más insospechados…
En fin,
amigos, de lo que se trata, entiendo, pienso y creo, es de rentabilizar las
perras, escasas como siempre, con las que nuestros impuestos nutren la caja del
supuesto bienestar común. A veces tengo la impresión de que los gobiernos de
turno, tras asignarse los generosos repartos que los múltiples cargos
conllevan, se sientan una tarde en el bar de la esquina para decidir el destino
de eso que pomposamente llaman inversiones. Y lo que debería ser fruto de un
concienzudo estudio, se convierte en un intercambio miserable de estampitas.
Con el agravante de que tales dispendios suelen concentrarse en un periodo no
demasiado lejano a las citas electorales. Basta echar una visual a cualquier
pueblo para percatarnos del efecto milagroso de estas convocatorias.
El tropezarte
con situaciones incomprensibles como pueden ser los ejemplos de la estación de
guaguas portuense, el deterioro casi ruinoso de edificaciones con acentuadas
reminiscencias históricas en cualquier municipio (Los Realejos, si quieres un
triste modelo), la carencia de recintos cubiertos donde se puedan celebrar
acontecimientos de cualquier índole sin tener que estar pendientes de las
inclemencias del tiempo y ese etcétera tan largo que tú vas a añadir,
simultáneamente con aquellas ‘inversiones’ de precaria rentabilidad y que solo
obedecieron a dictados de mentes caprichosas (menos mal que la Casa del Emprendedor va a
significar un punto y aparte en esta carrera de los despropósitos), da un mucho
que pensar y un demasiado que reflexionar, que meditar.
Ignoro qué
pueblos de Canarias disponen, y es un botón de un amplísimo muestrario, de
medios de comunicación propios, sostenidos con cargo a los presupuestos. Porque
conociendo lo que se cuece en algunos, viendo lo que cuesta constituir el
consejo rector del ente público autonómico, el que proliferen opiniones acerca
de la idoneidad de los susodichos, es pauta a tomar en consideración. Y de si
esos euros no podrían tener otros destinos. Para que no haya tantas esperas en
los hospitales, o que nadie deje de estudiar por culpa de los Werts de turno,
o… Por supuesto, demagogia pura y dura.
Dado que uno
deja escritos sus pareceres (por si en el futuro alguien los pondera) y puesto
que es harto sabida mi postura al respecto, cada vez son más las voces que se
elevan en esta Villa de Viera acerca del malimpriado
(palabreja favorita de una de mis abuelas) importe que estamos pagando para que
una emisora de radio, en horario de mañana, se pase por el forro de sus
estatutos los sagrados conceptos que todo periodismo serio y riguroso exige.
Pero cómo lo van a saber, y mucho menos a comprender, les suelto a los que me
llegan con semejantes embajadas, si ni ellos, ni aquellos que forman el
rimbombante consejo de administración, dan más de sí. Y lo mismo seguirá
ocurriendo en la tele canaria, a pesar de las buenas intenciones, traducidas en
declaraciones del bien quedar, de los cinco magníficos que fueron sometidos al
examen de la pantomima.
Seguiré
meditando. Hasta el 24 de mayo o incluso más allá. Mientras, hasta mañana. Con
otras fotos gomeras. Si eres capaz de disfrutarlas como yo, te sentirás
satisfecho y regocijado.
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