viernes, 27 de marzo de 2015

Delgaobeso

Ayer cavilé durante buen rato acerca de escribir una carta a Santiago Negrín, flamante nuevo presidente del consejo rector de la Radiotelevisión Canaria. Que accede al cargo por designación del Parlamento autonómico (algo vamos mejorando) y al que pensaba darle unos consejos de viejo. Pero entiendo que para superar a Willy García no es menester demasiados esfuerzos. Y como ha ostentado hasta ahora la jefatura de informativos de Radio Club Tenerife, espero y deseo que acabe con el sensacionalismo barato que se estila en todos los telediarios. En los que matan a la misma cabra unas cuatro veces y fijan su residencia en los juzgados isleños para contarnos todas las miserias y limpiar cuantos más sumideros mejor. Dejo para más adelante –que se vaya asentando primero– el amplio elenco de programas ‘formativos’ de la parrilla, que bajo el barniz del entretenimiento me tienen el mueble del televisor hecho un asquito.
Estaba echando la consabida visual mañanera a los digitales de turno y tropecé con el palabro que da título al post de hoy viernes, con el que doy por concluida, como muy bien saben mis apreciados fisgoneadores, la labor opinadora (opinante o que opina) semanal.
Un estudio (vocablo más manido aún que evento) llevado a cabo por especialistas de la Clínica de la Universidad de Navarra concluye que al menos una tercera parte de las personas encuadradas en el apartado de las delgadas, un conjunto bastante considerable, viene a ser, en realidad, un equipo de gorditos camuflados.
En cuantito acabé los renglones salí disparado para el cuarto de baño. Me desnudé y miré a los bajos, hacia las denominadas partes pudendas. No atisbé nada anormal en… mi acentuada obesidad abdominal, característica de todo hombre adulto, tirando a mayor, que se precie. Quedeme, no obstante, cabizbajo y meditabundo durante largos minutos. Bueno, dos, y no exagero ni un tanto así.
La próxima vez que vaya a cualquier médico le preguntaré cómo ve él mi IMC. Que sí, hombre (o mujer), ese cálculo automático que te da un artilugio electrónico (más conocido como una pesa) que te suelta lo de usted mide tanto y debe pesar cuanto. Eso, el Índice de Masa Corporal. Y puse debe porque siempre tienes unos cuantos más. Como yo, aunque uno tiene que tomarlo con cierta filosofía: Es la reserva. También se halla en el depósito de combustible de los coches y te sirve, eso alega el que te lo vendió, para llegar al sur… tidor más próximo. Además, en caso de producirse un cataclismo, y no olvidemos que vivimos en una región volcánica potencialmente peligrosa, vas tirando unos días hasta que lleguen los del rescate. Pero si estás flaco, esmirriado y en los huesos, vas a tener que chupar lo que trinques. Y las ripias son buenas un ratito, pero para mucho me da que no.
Las conclusiones del trabajo han sido publicadas en la revista Obesity, que como su propio nombre indica aconseja la compra de pastillas y potingues, amén de los ejercicios físicos que permitan la supervivencia de gimnasios, saunas y varios, que te ayudan a lucir un palmito semejante a cuando eras soltero y con una mata de pelo que…
Parece ser que ya debemos desterrar esa anticuada manera de saber si nos sobran o no gramos. Estimé muy cruel lo de kilos. Así que nada de IMC. Nos regiremos por la CUN-BAE. Regolizneando (variante en gerundio de regoler) un fisco por la Internet (por cierto, sigo sin saber qué demonios significan las siglas; si te enteras me avisas) viene a resultar que hay que añadir más variantes. Por ejemplo, edad y sexo. Para que luego nos vengan con la monserga de que el sexo a partir de cierta edad ya no levanta… la moral.
Y digo yo si el estudio en cuestión no ha restado a ese índice de masa corporal la notoria disminución que se produce, normalmente, de medio pa´bajo. No me negarás que a medida que crece la panza disminuye hasta la mínima expresión el culo. En los hombres, al menos. Tú no los ves por ahí, con unos pantalones vaqueros, largos como sacos en los fondillos traseros y que se les caen por las patas, más sujetos en los zapatos que en el cinto… Sí, ya sé que por delante la cosa no mejora, pero con la cremallera y la tela que rebosa aparenta ligero ascenso. Y cuando te sientas, miras el bulto (solo es trapo, pero bueno) y te da una alegría.
Estoy, pues, profundamente sumergido en un estado confuso. Opaco, más bien. Te veo bien, me indican algunos. ¿Qué, los llamo mentirosos? Estás más gordo, tú has subido, revelan otros. ¿Qué, los llamo mentirosos? ¿Qué dilema, no?
Pienso seguir como hasta estos momentos. Voy al urólogo una vez al año. Si en la analítica ve algún índice elevado (colesterol, ácido úrico y tal y cual), te queda la opción de transmitirle que esos son valores para una edad media y que para la tuya los incrementos no son tan significativos. Otra visita al dentista y, de resto, lo normal. Si te das un jeito, tiras a San Fernando, radiografía, te inyectan un Voltarem y te desvían a unas sesiones de masaje o rehabilitación en Tucán. Y a vivir la vida, que son tres días (antes eran dos). La barriga es mía y con lo que me ha costado criarla, déjala quieta. Me valdrá, además, como flotador en el verano.
Bueno, feliz fin de semana e intenten ser felices. Y no machaques el cuerpo de esa manera porque cuando llegues a mi edad los dolores de reuma te matan.

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