Fue un
pesquero. Una insignificancia para la inmensidad oceánica. Pero peces,
tortugas, aves, cetáceos y demás fauna marina no saben de dimensiones. Ni
entienden de derrames. Ni discriminan gasoil del resto de combustibles con los
que envenenamos el medio ambiente que nos queda. El otro ya lo damos por
perdido. Al menos yo. Y si me apuran, alcanzaremos los tres cuartos en un abrir
y cerrar de ojos.
Ni
escarmentamos, ni aprendemos. La corriente y el viento nos favorecen. Que se
fastidien los que puedan sufrir las consecuencias en latitudes más al sur.
Porque si la contaminación alcanza las costas africanas, ya ellos están
tiznados y podrán seguir bañándose en las aguas atlánticas. Saldrán más
resbaladizos, pero lo mismo les vale de repelente para los mosquitos.
Nos
felicitamos y hacemos números cuando los conflictos en el Norte de África
bailan a favor del número de turistas que serán desviados a Canarias. Ojalá ese
viento, que ahora sopla favorablemente, no le dé por cambiar el rumbo y rolar
al norte.
Una tortuga
se ha impregnado de líquido viscoso, pegajoso. Boba tendría que ser. Que no se
preocupe. Doña Ana coordina. Nos ha venido a decir que se trataba de fuel. Poca
cosa, unas toneladas apenas. Si cuando el Prestige salieron hilillos, en
nuestro caso ni siquiera el diccionario ha definido el vocablo que pueda
transmitirnos la idea del chorrito minúsculo que sale de los tanques.
Hilillos de
plastilina
signan columnas de
muerte,
son trazas de mala
suerte
en un mundo que no
atina.
Aunque la historia
conmina
a definir nuevos
planes,
son muchos los
charlatanes
que dirigen el
cotarro,
ni saben tirar del
carro,
ni
previenen los desmanes.
No, no seas
exagerado. No hay comparación posible. ¿Qué son 46 kilómetros? ¿Tú
sabes cuántos hay desde estas islas al mismísimo Polo Sur? Nada, una nimiedad.
Lo que ocurre es que los biólogos son unos alarmistas. Y de los ecologistas no
hablemos. Exageran a su conveniencia. Y de qué manera. Las ballenas,
cachalotes, delfines y familiares varios seguirán disfrutando del corredor
migratorio sin inconveniente alguno. Lo único que deben hacer es echarse un
fisco más allá. O más acá, como las orcas avistadas en los mares tinerfeños. Y
así dispondremos de un reclamo turístico añadido. Soria está en ello. Y si debe
congregar a todos los militantes populares en los alrededores del Faro de
Maspalomas para soplar, se hace y punto. Así pasan allí un buen RATO.
Los
pescadores de Arguineguín están preocupados. Ellos saben de movimientos de la
mar y conocen los caladeros. De ello comen y mantienen a sus familias. Como no poseen
la facilidad para ir a pescar salmón por Noruega ni tampoco se cultiva el bicho
en las presas de Chira o Soria, deben conformarse con giras más cercanas. Y
mucho más duras. Manifestaba un señor, curtido en mil faenas, que si el viento
se daba la vuelta en apenas dos días tendríamos mierda en el sur de Gran
Canaria o Tenerife. Una pena, piensa uno, que no se concentre en tal caso todo
el piche en un apartamento de esos contornos. En Amadores, creo. Pero somos
olvidadizos en grado superlativo. Hasta los gallegos, después de todo el
chapapote tragado, les siguen dando mayorías.
Con tanto
petrolero que transita por este pasillo en ambos sentidos, de punta se me ponen
los cuatro pelos. Porque esos navíos sí llevan en sus entrañas sus buenas
toneladas. Pero somos felices por naturaleza y aquí nunca pasa nada. ¿Por qué
tendría que ocurrir a nuestra altura si la costa africana dispone de miles de
kilómetros? Sigamos jugando. Sigamos improvisando. Se nos da bien. Con los
lamentos y crujir de dientes habremos solventado la papeleta cuando estemos
hasta el cogote de potingue. Bastaría con arrimarnos un fósforo. Y en un RATO,
muerto el perro…
Hasta mañana,
si lo estiman conveniente.
¡Ah!, la
mancha, porque los hados son así, ya navega a más de 60 kilómetros.
Nuestra inmensa alegría supondrá lamentos para otros. Sigamos soplando.
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