Novak
Djokovic, el mejor tenista en estos momentos, va ‘embalado’ (dice el
diccionario que es lanzado a gran velocidad). Y aquellos deportistas que le hicieron
algo de sombra años atrás parece que no se hallan en condiciones para intentar
bajarlo del pedestal. Tampoco se atisban en el horizonte inmediato figuras de
cierta relevancia que lo pongan nervioso. Aunque nunca se sabe. Nadal estuvo
unas temporadas que se salía y ahora renquea el hombre que ni la sombra de lo
que fue en un pasado no tan lejano. Me temo que este año en Roland Garros no
vaya a poder ejercitar ese francés que prometió aprender.
Como en estos
días sigo el Giro de Italia por televisión (ese sí que es un deporte sufrido),
entiendo que los ciclistas tienen mucha más práctica en el descorche de la
clásica botella de champán. Ceremonia que también se estila en el motociclismo
y automovilismo. Pero no la conocía en el tenis. Y el número 1 mundial tampoco
debe estar muy ducho en la materia. A los hechos me remito:
El serbio,
ganador del reciente Máster de Roma (van cuatro de cuatro en 2015) al derrotar
en la final al suizo Roger Federer, no puso la botella en la dirección adecuada
y el disparo del corcho casi le saca un ojo (es un decir muy a lo bestia). Lo
que hubiese supuesto un duro revés para tan brillante trayectoria. Porque con
un globo ocular morado se hace muy difícil la visión de la pelota, de las
rayas, cuando no de la propia raqueta.
Los
protocolos se convierten en manías y después del buche del bien quedar ahí
queda el recipiente prácticamente lleno. Porque jamás he visto al campeón
solicitar una docena de copas para invitar a los más allegados. Lo más, en
cierta ocasión, comprobé que un piloto de Fórmula I dejó caer la descorchada
desde la tribuna del pódium con tan buena suerte que se fue al suelo y quedó
hecha un asquito, por lo que los posibles receptores o invitados se quedaron
con tres palmos de narices. Y como no suelen ser pequeñas, el estropicio fue
mayúsculo.
Como hace
unos días me quedé dudando al ver escrita la expresión “parte propositiva” (mi
duda se inclinó hacia el supuesto adjetivo, que efectivamente no existe), me
picó de nuevo la curiosidad y hallé:
descorche
2. m. Comisión que en locales
de alterne obtienen las señoritas que acompañan a los clientes con el fin de
que tomen el mayor número posible de consumiciones.
descorchar
1. tr. Sacar
el corcho que cierra una botella u otra vasija.
2. tr. Quitar
o arrancar el corcho al alcornoque.
Dado que no
suelo frecuentar los locales de alterne, me alegro enormemente de que no me
hayan descorchado ni un euro para vicios de tal porte. Lo que más conocemos los
que vivíamos en Toscal-Longuera en los años que estuvo abierto el Gallo Rojo es
el descoque (manifestar desparpajo y descaro) de aquellas mozas algo ligeras de
prendas de vestir, sobre todo en las zonas del tronco más cercanas al cogote.
Tiempos de muchas enseñanzas.
Te cuento,
asimismo, que tuve la oportunidad de contemplar, en vivo y en directo, varios
alcornocales en Extremadura tras el descorche y a fe que constituyen un paisaje
sorprendente. Debo tener por ahí algunas fotografías. Me pondré a ello.
En fin,
amigos y amigas (amig@s, en las modernidades políticas), me alegro de que a
Djokovic no le haya ocurrido nada, que todo se haya quedado en mero susto, y
así podamos seguir disfrutando de su buen hacer. Que no solo de fútbol vive el
hombre (en sentido genérico). El Madrid, campeón europeo de baloncesto, tiene
unas ganas de que Cataluña se independice.
Y continúa la
cuenta atrás. Ya queda menos. El lunes que viene daré a conocer unos puntos
interesantes para poner en práctica estos próximos cuatro años. Hasta mañana.
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