–Oye, qué
arena más finita, suave y delicada. Da gusto caminar en ella…
–Sobre ella,
mejor.
–Vale. Aunque sea despacito, paso a paso, al
golpito. Parece que flotas. Es como el tartán de las pistas de atletismo o como
el piche nuevo de la autovía…
–¿Acaso has
participado alguna vez en una competición? Como no haya sido en una de
resistencia y sin cronómetro.
–Ños, das
siempre unos ánimos que un día de estos me tumbo a la bartola. No de cangas al
aire, porque después no puedo darme la vuelta, pero retraso aún más mi
metabolismo y…
–Y como te
vuelvas más lenta, lo mismo te debemos llevar la comida. O dártela por biberón.
–Mira tú la
que me reprocha y sermonea. ¿No hemos estado cuatro meses viviendo de gorra?
Estoy pensando dar la vuelta y volver al centro.
–Ahora que
estamos a escasos metros de la tan ansiada libertad, no es cuestión de
elucubrar con disquisiciones de tal enjundia.
–Madre mía,
el escucharte me da pie a sostener con mayor ahínco el argumento anterior.
¡Cuánto has aprendido en La
Tahonilla!
–¿No sientes
un cosquilleo en tu interior al escuchar nuevamente el rumor de las olas?
–A medias,
porque recuerdo con nitidez la tranquilidad de aquel estanque en el que la
comida te venía servida. Y sin los peligros de las basuras oceánicas.
–Pero nuestro
ADN nos marca un destino más universal, de mucho más amplio recorrido, de
disfrutar de kilómetros en la inmensidad marina…
–Como sigas
con la perorata, giro 180 y me piro…
–¿Te piras?
Será, en todo caso, retorno.
–Vale.
¿Tendremos el mismo derecho que otros refugiados al asilo?
–Mira,
estamos ya a punto de mojarnos las patas. Ese gentío que nos ha señalado el
camino se muestra expectante y desea que veamos cumplido el objetivo.
–El mío, no,
el de ellos. Ahí ves al alcalde, con todos sus concejales, aplaudiendo a
rabiar. Ni que fuéramos votos.
–Bueno, casi.
Estarás conmigo en que nos botan.
–Ellos
sostienen que nos sueltan, pero yo le había cogido cariño a los cuidadores.
Cómo nos mimaban.
–Sí, es
verdad. Mas esa etapa concluyó. Debemos enfrentarnos al futuro en nuestro
hábitat natural.
–¿Hábitat
natural o cada vez más artificial? Oye, que también me dio tiempo de aprender
algo. Y escuché que ese lugar de condiciones apropiadas para que viva un
organismo, tú y yo, por ejemplo, se lo está cargando el mayor depredador que
existe en la actualidad sobre la faz de la tierra (incluye los mares). ¿O te
olvidaste de la bolsa de Mercadona?
–¡Uy!, una
ola, cuánto tiempo, qué sensación más fresquita.
–No sé, no
sé. Sigo con mis reparos.
–Venga,
arrojo y valor, no seas boba.
–Ya está, la
cagaste con la palabra mágica. Con lo bien que íbamos. Es como si me hubiesen
quitado la careta.
–Lo siento,
estás de un susceptible subido. No vayamos a dar más espectáculo aún. Y no te
metas de golpe, no sea que te dé un síncope.
–Glu, glu, glu…
–¡Zas!,
¡Pum!, ¡Chas!
Y se
perdieron por entre las profundidades. Alguno quiso verlas, me imagino que
saldrían a respirar, en los confines de La Grimona, rumbo a Las Aguas y El Cantito. Otro
aportó una versión diferente y sostuvo que esa misma tarde (si el andar es
lento, el nadar no se destaca por su fluidez) enfilaban territorio Norte a la
altura de El Guindaste, en dirección a las Islas Salvajes…
La playa de
El Socorro quedó vacía. La algarabía estudiantil se marchó en la guagua.
Ecologistas y políticos, fifty-fifty,
se fueron a echar el tentempié de media mañana. El cronista aguardó otra media
hora por si la posibilidad de la última instantánea… Aunque no. Silencio
absoluto. Llega un surfista, luego otro par. Silencio relativo…
Y hasta aquí,
señoras y señores, lo que dio de sí este nuevo capítulo medioambiental.
Recordemos a Félix Rodríguez de la
Fuente y dejemos a Iker Jiménez haciendo cábalas en su Cuarto
Milenio.
Fin.
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