Un juez ha
estimado no considerar delito, sino mera falta, el hecho de que a un ciudadano
se le tilde de hijo de puta y se sugiera, de paso, darle un tiro en la nuca. Para
rematar la jugada, me imagino. Son –deben ser– las servidumbres a pagar por la
utilización de las denominadas redes sociales. Lo que, entiendo, da carta libre
a que te alongues a Internet y desembuches todo aquello que creas menester sin
temor a que el peso de la ley –bastante liviano a tenor de lo que se respira–
caiga sobre ti.
El siguiente
paso será, en lógica correspondencia, que los medios de comunicación
tradicionales hagan de su capa un sayo e inicien un inmenso capítulo de
improperios, cuanto más gruesos, mejor. Por estos contornos de mi tierra, o más
propiamente, por mi norte, demasiado sabemos de usos tales. Y ahora seguiremos
bailando ante este soplo de libertad mal entendido. Poco importará el que se
lleve a cabo en el sector privado o público. Máxime cuando los intereses
políticos se supeditan al mientras sea al oponente, que se joda. ¿Lo
entendiste, Fermín Correa? Tranquilo, también le tocó, y mucho, a Fidela
Velázquez. Que son solo puntas de lanza de una lista que tiende al infinito. O
al ocho acostado, que dijo cierto conocido. Agua y ajo, es el sentir popular de
la muy noble, histórica Villa de Viera. Que descansa en Las Palmas. Y menos
mal. Que si no, qué revuelto estaría el pobre.
Se sostiene
que no es conveniente judicializar la política. Pero creo que es mucho peor
politizar la justicia. Y la judicatura no está dando buenas muestras de buen
hacer en tantos fallos incomprensibles para el común de los ciudadanos. Lo
mismo, y yo también tengo el derecho a suponer, es que si su señoría guarda
ciertas simpatías por el PP, es un decir, debe procurar ser lo más laxo posible
cuando el agraviado sea líder de una formación política manifiestamente
competidora en lides electorales. Y si es emergente, leña al mono.
Ya me dirán
ustedes a mí si la simple sugerencia, aunque sea en la barra del bar, de
ponerle una pistola en el cuello a alguien, no es motivo para una reprimenda
que vaya más allá de una multa de veinte euros, cuando no de una absolución por
mor de un derecho a la información que sobrepasa varios miriámetros lo que
dicta el sentido común. Luego comparas estas situaciones con otras de mucha
menor entidad (cambiar de sitio un paquete de leche en polvo porque los críos
tienen la fea costumbre de comer todos los días) y te dan ganas de confiar
ciegamente en la justicia. Ese vocablo maravilloso que dicen es igual para
todos. Pero que jueces y fiscales parecen empeñados en demostrarnos que somos
muy torpes.
Ayer domingo
estuve hablando con un buen amigo. Que en la actualidad desempeña un cargo
público en una institución insular. Y entre buchito y buchito del café (el mío
cortado), desgranaba pasajes escuchados en cierta emisora de radio que un
servidor dejó de sintonizar, por prescripción del urólogo (no quería que me
dejara mear).
Cuando le
confesé que el motivo de mi desconexión, años atrás, había venido determinada
por idénticos motivos, no daba crédito a que tales hechos persistiesen,
independientemente de los cambios políticos habidos en los procesos
electorales. No, le corregí, se han agravado. Porque el supuesto responsable de
líneas editoriales que deben regirse como servicio público, calla y otorga. Por
si acaso. Y mientras no me toquen, un pimiento se le importa que compañeros de
municipios no tan lejanos sean diana inmisericorde de bombardeos soeces y de
diatribas que mandan a tomar por saco al artículo 20 de la Constitución. Ese
que les ampara, y a sentencias raras me remito, pero que no concede el más
mínimo resquicio para la réplica del destinatario de flechas envenenadas y
escupitajos de mala bilis.
Se han lucido
juez y fiscal en considerar hecho leve el que al líder de Ciudadanos, Alberto
Rivera, que no es santo de mi devoción (los feos solemos ser más sinceros), lo
hayan amenazado gravemente. Amén del efecto colateral en lo de hijo de puta.
Insisto en que, puestos a suponer, de haber sido Pablo Iglesias, incluso puede
que Pedro Sánchez, el objetivo, los considerandos y resultandos habrían valido
de igual manera. Me temo (¿o acaso es delito pensarlo?) que de haberse tratado
del señor de las tijeras, los fundamentos jurídicos no hubiesen agarrado este
atajo.
Otro día, si
a bien lo entienden, hablaremos –escribiremos– de más asuntos de mi tierra, que
es la tuya, y de este norte, que es mi norte. Al que no ayudamos mucho con
exabruptos e injurias. Pero los límites, ahora bastante difusos, son marcados
por la ecuanimidad de cada cual. Aunque
parece estar en tela de juicio. Y nunca mejor dicho.
Sean felices.
Y no insulten, que está muy mal visto. ¿O no?
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