lunes, 19 de octubre de 2015

Una simple falta

Un juez ha estimado no considerar delito, sino mera falta, el hecho de que a un ciudadano se le tilde de hijo de puta y se sugiera, de paso, darle un tiro en la nuca. Para rematar la jugada, me imagino. Son –deben ser– las servidumbres a pagar por la utilización de las denominadas redes sociales. Lo que, entiendo, da carta libre a que te alongues a Internet y desembuches todo aquello que creas menester sin temor a que el peso de la ley –bastante liviano a tenor de lo que se respira– caiga sobre ti.
El siguiente paso será, en lógica correspondencia, que los medios de comunicación tradicionales hagan de su capa un sayo e inicien un inmenso capítulo de improperios, cuanto más gruesos, mejor. Por estos contornos de mi tierra, o más propiamente, por mi norte, demasiado sabemos de usos tales. Y ahora seguiremos bailando ante este soplo de libertad mal entendido. Poco importará el que se lleve a cabo en el sector privado o público. Máxime cuando los intereses políticos se supeditan al mientras sea al oponente, que se joda. ¿Lo entendiste, Fermín Correa? Tranquilo, también le tocó, y mucho, a Fidela Velázquez. Que son solo puntas de lanza de una lista que tiende al infinito. O al ocho acostado, que dijo cierto conocido. Agua y ajo, es el sentir popular de la muy noble, histórica Villa de Viera. Que descansa en Las Palmas. Y menos mal. Que si no, qué revuelto estaría el pobre.
Se sostiene que no es conveniente judicializar la política. Pero creo que es mucho peor politizar la justicia. Y la judicatura no está dando buenas muestras de buen hacer en tantos fallos incomprensibles para el común de los ciudadanos. Lo mismo, y yo también tengo el derecho a suponer, es que si su señoría guarda ciertas simpatías por el PP, es un decir, debe procurar ser lo más laxo posible cuando el agraviado sea líder de una formación política manifiestamente competidora en lides electorales. Y si es emergente, leña al mono.
Ya me dirán ustedes a mí si la simple sugerencia, aunque sea en la barra del bar, de ponerle una pistola en el cuello a alguien, no es motivo para una reprimenda que vaya más allá de una multa de veinte euros, cuando no de una absolución por mor de un derecho a la información que sobrepasa varios miriámetros lo que dicta el sentido común. Luego comparas estas situaciones con otras de mucha menor entidad (cambiar de sitio un paquete de leche en polvo porque los críos tienen la fea costumbre de comer todos los días) y te dan ganas de confiar ciegamente en la justicia. Ese vocablo maravilloso que dicen es igual para todos. Pero que jueces y fiscales parecen empeñados en demostrarnos que somos muy torpes.
Ayer domingo estuve hablando con un buen amigo. Que en la actualidad desempeña un cargo público en una institución insular. Y entre buchito y buchito del café (el mío cortado), desgranaba pasajes escuchados en cierta emisora de radio que un servidor dejó de sintonizar, por prescripción del urólogo (no quería que me dejara mear).
Cuando le confesé que el motivo de mi desconexión, años atrás, había venido determinada por idénticos motivos, no daba crédito a que tales hechos persistiesen, independientemente de los cambios políticos habidos en los procesos electorales. No, le corregí, se han agravado. Porque el supuesto responsable de líneas editoriales que deben regirse como servicio público, calla y otorga. Por si acaso. Y mientras no me toquen, un pimiento se le importa que compañeros de municipios no tan lejanos sean diana inmisericorde de bombardeos soeces y de diatribas que mandan a tomar por saco al artículo 20 de la Constitución. Ese que les ampara, y a sentencias raras me remito, pero que no concede el más mínimo resquicio para la réplica del destinatario de flechas envenenadas y escupitajos de mala bilis.
Se han lucido juez y fiscal en considerar hecho leve el que al líder de Ciudadanos, Alberto Rivera, que no es santo de mi devoción (los feos solemos ser más sinceros), lo hayan amenazado gravemente. Amén del efecto colateral en lo de hijo de puta. Insisto en que, puestos a suponer, de haber sido Pablo Iglesias, incluso puede que Pedro Sánchez, el objetivo, los considerandos y resultandos habrían valido de igual manera. Me temo (¿o acaso es delito pensarlo?) que de haberse tratado del señor de las tijeras, los fundamentos jurídicos no hubiesen agarrado este atajo.
Otro día, si a bien lo entienden, hablaremos –escribiremos– de más asuntos de mi tierra, que es la tuya, y de este norte, que es mi norte. Al que no ayudamos mucho con exabruptos e injurias. Pero los límites, ahora bastante difusos, son marcados por la ecuanimidad de cada cual.  Aunque parece estar en tela de juicio. Y nunca mejor dicho.
Sean felices. Y no insulten, que está muy mal visto. ¿O no?

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