Yo
estudié Ciencias de la
Información por mi hija. Ella se matriculó poco antes de
finiquitar Magisterio. Y preguntó, a petición mía, si admitían a un viejo. Y así
fue que cursé la carrera con aprovechamiento y buenas calificaciones. Primero
en unas dependencias del Seminario Diocesano y, al final, en La Pirámide. Luego
seguí –lo que significa no tener nada que hacer siendo maestro de escuela– y el 3 de septiembre
de 2004 (viernes), a las 11 de la mañana, defendí ante el tribunal designado al
efecto, una tesis titulada “Prensa y Educación en el Norte de Tenerife entre la I y la
II Repúblicas (1873-1931)”. La calificación,
el posterior título y otras boberías, duermen, junto a más boberías, en una
gaveta de cierto mueble (el pobre casi tan provecto como un servidor) del
escritorio, u oficina, de casa.
Por meras razones de edad –ya
uno no está en condiciones de ir mendigando por organismos y entidades– y
porque los artículos periodísticos –también los de este blog– condicionan, y
mucho, a la hora de ir a pedir perras para publicar, pensé este largo fin de
semana. Y fruto de la meditación, los primeros párrafos de la Introducción, sin
descartar que, de vez en cuando o cuando me lo pida el cuerpo, vuelva a traer a
este medio que la Internet
nos brinda, otras secuencias del amplio muestrario de capítulos del trabajo
reseñado. Me sigue gustando más este vocablo (trabajo) que el de investigación.
Vamos
allá:
«El
trabajar en una dependencia encantadoramente desorganizada no deja de tener sus
atractivos. Todo depende del tiempo que puedas disponer para el empeño y estés
en condiciones para destinarlo al menester encomendado. Y en la Biblioteca Municipal
de La Orotava
se dedicaron innumerables tardes a colocar en diferentes montones la magnífica
colección de periódicos allí existente. Cuando uno lee algo acerca de la
organización de la actividad documental y se informa de las soluciones posibles
a los problemas planteados, realiza una abstracción rápida y establece la
odiosa comparación ante el hecho que se comenta. Que la traslada a las escuelas
de antes y ahora, entre el contenido de nuestra línea de trabajo y lo que hoy
consideramos normal en las aulas de los colegios.
Claro
que si nos fijamos en la división de funciones que propone Galdón López[1]
respecto a la organización de la actividad documental, en tareas de
recuperación, selección, clasificación, indización, registro y archivo, y sabedores de la dinámica interna de los
ayuntamientos, al menos en años de graves dificultades económicas (al decir de
la clase política, casi siempre) y, por ende, de escasísimas inyecciones
dinerarias para labores culturales de nula repercusión o imagen pública, se nos
antoja que no es tan fácil poner las cosas en orden. No obstante, los primeros
pasos están dados y me consta que, aun sin la cualificación suficiente, al
menos se ordena el material existente. Que para quien ha visto y vivido la
situación original se le antoja un gran avance[2].
Debemos
lamentar los escasos trabajos emprendidos en las Islas sobre el hecho
informativo en sí, tanto en su vertiente específicamente fenomenológica, como
en la resultante, al atesorar esa variopinta información que, por fin, ya
parece irrenunciable para los historiadores. Son carencias que acusan sus tres
manifestaciones: la escrita, la radiofónica y la televisual.[3]
El
desarrollo de la instrucción primaria en el período objeto de estudio es
altamente insatisfactorio. Lo había sido en los inmediatamente anteriores (hay
investigaciones al respecto que se mentarán) y siguió siéndolo en las décadas
del régimen político del General Franco. En el territorio que abarca nuestra
línea de actuación, pero también en otros ámbitos que podrían considerarse más
urbanos. Los municipios prestaban escasa atención a la problemática escolar y
los reiterados cambios legislativos, por mor de la inestable situación
política, lejos de mejorar la situación, introdujeron mayor confusión con lo
que las expectativas empeoraban. Cuando se tiene acceso al contenido de loables
iniciativas nos asalta la duda de su posible viabilidad en otro contexto.
Porque el escepticismo, la incertidumbre y la posible animadversión hacia la res
política, no debe ser óbice para tildar al conjunto como meros oportunistas.
La
necesidad imperiosa de un cambio en los sistemas pedagógicos y abogar por la
implantación de la denominada escuela racionalista es motivo de comentario
permanente en Vida Socialista. Para que no sólo constituya un lugar de
instrucción, sino, además, centro de educación de los sentimientos y las
manifestaciones de la voluntad.[4]
Ello implicaba, obviamente, que el elevado índice de
analfabetismo siguiera establecido en unas cotas alarmantes. Aquellos que se
creían capacitados para ejercer la docencia, la mayoría sin la titulación
requerida, no veían compensados sus esfuerzos y bien pronto abandonaban o
vegetaban entre las cuatro paredes de la escuela.
Pero cómo podía atisbarse solución alguna si hay muchos
maestros que cobran todavía 68 céntimos diarios para comer, vestir, calzar,
etc., á ellos y sus familiares. A la clase política dedicaba Vida
Socialista[5] estas líneas:
¡Canallas!
Os estorban los buenos maestros que causan miedo á la Iglesia y la Monarquía, á cuya sombra
cada uno de vosotros es un tiranuelo. Con un buen plan educativo se barrería
muy pronto tanta inmundicia. Ni vosotros echaréis al Magisterio más que
piltrafas y el residuo de vuestros festines, ni los maestros que habéis formado
saben aprovechar la fuerza que tienen á su alcance (...) ¿Y no os remuerde la
conciencia de quererlos buenos, pagándolos como lo hacéis? No, no os
avergonzáis, porque habéis perdido la vergüenza.
La asistencia era ridícula. Los padres, más preocupados en
subsistir que en procurar que sus hijos adquiriesen los rudimentos del saber,
no estaban por la labor. Máxime cuando tenían ante sí un futuro negro, sujeto a
los designios del cacique y a los dictados de unos estómagos tan vacíos como su
cerebro. Porque el hambre fisiológica era más perentoria que la otra, dado que
ni siquiera atisbaba la posibilidad de salida del túnel mediante la instrucción
de sus hijos.
“Las
escuelas rutinarias” es el título de un poema, firmado por Guerra Junqueiro e
inserto en Vida Socialista[6]
y que nos “recrea” en la situación de aquellos cubiles:
El alma de la infancia es como un ave;
y un nido ríe y una escuela llora;
dais la noche á la infancia; el nido sabe
entre sus pajas ofrecer al ave la aurora.
El alma de la infancia es flor mimosa;
la escuela es triste y florecer no deja;
zumba en la escuela la rutina odiosa,
y sobre el cáliz áureo de la rosa zumba la
abeja.
¡Ay, Patria!, tú haces nuestras almas ciegas
encerrando la infancia en un cubil...
No canta el ruiseñor en las bodegas...
Y si la infancia es flor, ¿por qué le niegas su abril?
Del
mismo autor[7]: Siento una enorme
tristeza cuando veo las rejas de una cárcel ó las puertas de una escuela mala.
Dos cárceles. Una es el corolario de la otra; la ignorancia produce el crimen;
la mala escuela produce la cárcel. Los pueblos tienen un corazón: la escuela.
Una cárcel,
símil que se repetirá hasta la saciedad. En un doble sentido. Porque la
escuela, ese cuchitril abyecto que sólo inspiraba rechazo, lo representaba. Y
porque la escuela, también –y no es poco– podía ser la válvula de escape, la
salida a la miseria y escasas miras de una sociedad abocada a ser carne de
presidio».
[1] Galdón
López, Gabriel; El servicio de documentación de prensa:
funciones y métodos, páginas 159 y 160,
Editorial Mitre, 1986.
[2] Cuando
este trabajo se hallaba a punto de culminar, los medios de comunicación nos
trasmitían la buena nueva de que la colección de periódicos de la Biblioteca Municipal
de La Orotava
podía ser consultada digitalmente. El concejal delegado informaba acerca de la
finalización de los trabajos de compilación. Estamos ante un nuevo recurso
tecnológico de gran interés para los investigadores y estudiosos del periodismo
y de la prensa de las islas, más concretamente del Valle de la Orotava y del Norte de
Tenerife. Una vez más llego tarde a algo. Pero satisfecho por haberme
adelantado. Y contento porque, a lo peor, pude ser partícipe de este final
exitoso. Los escozores de un pasado no tan lejano, se han tornado cómodas
esperas ante la pantalla de un ordenador. Me alegro enormemente. Mucho más por
los raídos ejemplares que corrían evidente peligro de una desaparición más o
menos inmediata.
En el verano de 2003, la búsqueda de unos ejemplares
atrasados de cierta cabecera de la prensa isleña me conducen de nuevo a la
biblioteca orotavense. Compruebo, con agrado, que ahora se hallan debidamente
embalados. Incluso aquel operario, reconvertido desde la albañilería por un
inesperado accidente laboral, fue quien me atendió solícito. Me volvió a
recordar la alegría que le supuso la lectura de aquel accidente en Las Cañadas,
en el que se vio implicado determinado familiar. La prensa ganó algo más que un
lector. Las bases de la futura hemeroteca se comenzaban a forjar bien
cimentadas.
[3] Yanes
Mesa, Julio Antonio; Leoncio Rodríguez y “La Prensa”: una página del
periodismo canario. Excmo. Cabildo Insular de Tenerife - Caja General de
Ahorros de Canarias - Herederos de Leoncio Rodríguez, S.A., Santa Cruz de
Tenerife, 1996.
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