¿Me permiten
el preámbulo? Gracias. Fuerte susto me llevé ayer cuando en el periódico El Día
vislumbro dos fotografías supuestamente engañosas. En una, con los policías
locales realejeros debidamente formados en la fachada de la Iglesia de
Santiago, se ilustraba una noticia por la que nos enterábamos que más de 240
aspirantes habían superado la primera prueba a policía local de Santa Cruz. Y
pensé si la desbandada ante el descontento ‘marronil’ había adquirido tintes
alarmantes. En la otra, pudimos ver al presidente insular del PP, y alcalde la
Villa de Viera en contados ratos al mes, primera fila (¿has oído lo de la caja
del turrón, no?) en el I Congreso Nacional sobre Ciudades Turísticas. Al hotel
marítimo-rural de la Playa
de Los Roques le queda menos, entiendo.

Vicente es
agricultor. Y no ha dejado las mañas por los avatares políticos. Ni se encierra
en el despacho para convertirse en otro burócrata más. Y lleva así más de
catorce años. Sintiéndose feliz porque entiende que su gestión se traduce en la
oportunidad de ayudar a los demás. Cree que el único secreto radica en el gran
equipo del que ha sabido rodearse y del que aprende cada día.
Me cuentan
los amigos palmeros que Vicente no va por el pueblo dando besitos. Pero se lo
recorre diariamente, porque en la calle los vecinos le hablan, le comentan, le
sugieren, le critican con más libertad que entre las cuatro paredes del
ayuntamiento. Al que acude bien temprano (tanto que lo abre la mayoría de los
días), después de haber pasado por sus terrenos, a resolver asuntos de la
agenda cotidiana, pero que no quiere ahogarse en la soledad del edificio. Tiene
que conectar con los puntagorderos en la realidad de un pueblo rural, porque el
éxito radica en saber escuchar.
La
corporación se ha fijado el objetivo de que, mediante la mejora de
infraestructuras, la población, tan diezmada por la emigración en un pasado no
tan lejano, se vaya asentando. Aquellos emigrantes retornados deben encontrar
los servicios que favorezcan la actividad económica. Aquella Puntagorda que yo
visité al final de la década de los sesenta del siglo pasado en nada se parece
a la próspera población de ahora mismo. Su equipación en nada debe envidiar a
la de pueblos de mayores medios.
Y la joya, el
Mercadillo del Agricultor, “un espacio que promociona y vende los productos
agrícolas del municipio sin intermediarios y donde también se da cita la
artesanía de la zona. El Mercadillo es cada domingo un ir y venir de turistas,
curiosos y consumidores que llegan hasta allí en busca de los productos más
frescos. Y es que si hay algo que ha tenido claro este alcalde es que se debe
potenciar aquello que tienes en tu municipio y en Puntagorda lo que no falta es
ni agricultura ni paisajes”.

Vicente, el
alcalde, por su pueblo y sus gentes, es capaz, ha sido capaz de denunciar a la
mismísima Guardia Civil. El instituto armado, hace unos años y con motivo de la Fiesta del Almendro, montó
un dispositivo de seguridad y llevó a cabo un control de carretera en el que,
según su informe, requisó supuestas armas a mansalva. En la queja que elevó a la Subdelegación del
Gobierno, al tiempo que valoraba la presencia policial, critica duramente el
exceso de celo mostrado y subrayaba: “Puntagorda es un pueblo rural que se
dedica principalmente a la agricultura y a la ganadería, por lo que cree que un
cuchillo para coger pasto, una ‘mocha’ o un machete son herramientas comunes en
el municipio. No podemos caer en la exageración del celo de la seguridad porque
entonces una ferretería sería una venta ilegal de armas, se necesitaría
licencia de machete, ‘podona’ o navaja de injertar, o si vas a un pícnic con tu
familia y te paran con varios cuchillos te pueden acusar de posesión de alijo
de armas”.
Vamos con la
ganadería. Con el ganado guanil, más concretamente. Ese que se cría suelto, que
no tiene marca que identifique a su dueño. Y que con el paso del tiempo y el
abandono de la actividad agropecuaria constituye un significativo peligro, pues
arrasan las repoblaciones forestales.
En Gran
Canaria, tiradores expertos del Parque Nacional de Doñana abatieron hace unos
días (del 7 al 11) al menos un tercio de los ejemplares caprinos asilvestrados.
El consejero de Medio Ambiente, Juan Manuel
Brito, explica que «las cabras salvajes arrasan las repoblaciones» y «están
poniendo en peligro muchos endemismos», mantiene que «las apañadas han
fracasado reiteradamente» y defiende la batida a tiros realizada como «la única
medida eficaz» para el control de ese ganado.

Además, afirma que dejar la mayoría de
cuerpos donde cayeron abatidos, en lugares de difícil acceso, «no es malo y
contribuirá a la alimentación de carroñeros, como los cuervos, que lo están
pasando mal».[De Canarias7]
Es la ventura,
me parece, de tanta cabra loca suelta. Y sin control no se puede ir por el
mundo. Aunque más animales dañinos también pululan por otros lares. Por lo que
parece recomendable aconsejar a los que portan esos rifles capaces de matar una
cabra a un kilómetro de distancia que no se les ocurra aparecer por otros
‘espacios protegidos’, no sea que la confusión les conduzca a la limpieza de
otros animales. Y como hasta aquí les puedo leer, dejo a tu consideración
averiguar, o intentarlo, en qué demonios podía estar yo pensando. Si dejas
algún comentario, sé comedido con los angelitos.
¿Funcionarán
las fotos? Deja ver. Hasta mañana.
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