En el
Estatuto de Autonomía de Canarias, aprobado en el ya lejano 1982, se estableció
la denominada triple paridad, a saber, representación equitativa en el número
de diputados entre ambas provincias, entre islas mayores e islas menores y
entre la isla mayor de una provincia y las menores de ella, mediante la siguiente distribución:
Gran Canaria y Tenerife, 15; Lanzarote y La Palma, 8; Fuerteventura, 7; La Gomera, 4 y El Hierro, 3.
Se pretendía garantizar, por escrito, que las inversiones presupuestarias no dejaran de lado a las que por tener una
menor densidad demográfica se tendiera a su marginación en los repartos.
Desde hace un
tiempo se ha venido hablando de la necesidad de una reforma. Mejor, en cada
convocatoria electoral (cada cuatro años) surge idéntico estribillo. Y las
propuestas han pasado por un incremento en el número de diputados o la más
peregrina de convertir el actual parlamento en dos cámaras. Fíjense que en
ambas casuísticas lo único meritorio es el indudable beneficio para los
partidos políticos que verían mejor surtidas sus arcas. Y el aumento de
ordeñadores de la teta pública. Bien de leche da la condenada.
Treinta y
cuatro años después, que se dice pronto y se escribe rápido, el sistema hace
aguas por todos lados. La diferencia de habitantes entre islas que eligen el
mismo número de diputados (por ejemplo, La Palma y Lanzarote), el abismal desfase entre la
población de las islas capitalinas y el resto señalan que ya no somos todos
iguales ante la ley. A Casimiro le parecerá bien que mi voto valga cinco, ocho
o diez veces menos que el de él mismo, sin buscar a terceros. Y a Belén
Allende, tres cuartos de lo mismo.
Viajo con la
frecuencia que mi pensión permite por las islas. Ya me gustaría poseer el
patrimonio del gomero, un sueldo semejante y un bono para moverme sin pagar un
euro, con lo que, te lo juro solemnemente, apenas estaría en casa. Y cada vez
que lo hago compruebo, por ejemplo, que las carreteras de Tenerife, y de mi
pueblo, son una auténtica mierda al lado de las que me tropiezo en La Gomera, sin ir más lejos.
Era lógico
que en aquellos lejanos tiempos se buscara una fórmula de consenso para echar a
caminar. Pero, insisto, ya no tiene razón de ser. Porque la supuesta democracia
que el pluriempleado Casimiro, cínico hasta decir basta, se sustenta en el
poder de las estructuras partidarias. Los que en la mayoría de las ocasiones se
pasan por el forro lo que sus propias bases (de militantes o afiliados) les
exigen, imagínense lo que les importa la voluntad de los ciudadanos. Nos sonará
aquello de la disciplina de voto, ¿o no? Están buenos los empleados para
discutir órdenes de la jefatura.
Sí ya sé,
Casimiro, que tú ahora vas por libre, de gomero en estado puro. Ya se intuía
cuando silbaste con Paulino. Él se aparcó, o lo aparcaron, pero tú erre que
erre. Y corriste tupido velo a tus andanzas pretéritas. En las que no tuviste
tiempo para solucionar la carestía de la cesta de la compra o de que los
combustibles tuvieran precios similares a los de Tenerife. Estabas ocupado en otras
cuestiones más mundanas. Te sentaste en los cómodos sillones del Senado durante
largos periodos en lo que no moviste un dedo para escribir tres líneas y
presentar una moción o elevar una pregunta. Has circulado por todas las
instituciones y es en la actualidad cuando se te ha encendido la bombilla. Cuídate,
no sea que se te fundan los filamentos. Mira que eres cínico.
Hablas de
equilibrio regional, justicia social y la importancia de las personas. Tú no defiendes
lo de un ciudadano, un voto. No, tú deseas que el voto de un villano, un
chalanguero o un pantanero se siga multiplicando por una docena de lo que
significa el de un realejero. Y si persistes en la cantinela de siempre con la
marginación, la carestía, el abandono y todas esas cuestiones que tanto resultado
te han dado, ¿de qué ha valido esta dichosa triple paridad si en más de tres
décadas todo sigue igual? Salvo lo tuyo, claro. Cuando tengas un minuto,
publica el montante de dinero despilfarrado. Podrías empezar por la fallida
embotelladora de Taguluche.
¿Importancia
de las personas? No, rotundamente no, utilización de las mismas para otros
lucros. A la vista están. Y en los juzgados, parece, también. “Se juega con los
números, pero los ciudadanos son personas, no estadísticas y no viven en el
aire, ni en los papeles, sino en su tierra, su isla, y todas deben tener las
mismas posibilidades de progreso y desarrollo”. Demagogia barata desde el
pedestal de tu ático. El equilibrio territorial que tanto te llena la boca se
consigue con acciones e iniciativas políticas. Te emperras en utilizar
argumentos que tuvieron su razón de ser en los albores de la democracia. Pero
ahora solo demuestran la ineficacia de unos representantes, como tú, más
preocupados en componendas, dimes y diretes. Desde el día que te expulsaron del
PSOE te ha entrado tal frenesí que has llegado a olvidar que sigues siendo el
Casimiro de siempre. El que tenía que haber arreglado esos desfases en sanidad,
en educación, en servicios tan deteriorados y que yo no atisbo cuando recorro
esos idílicos paisajes. Y cuanto más demandes, más te hundes en el lodazal.
Echa la vista atrás y recapitula. Que no llegaste ayer a esto. Serán recientes
las siglas de tu agrupación (bueno, no tanto), pero los tripulantes de la nave
llevan más años de servicio que el Benchijigua. Tú no puedes ser ya adalid de
nada. Eres un más de lo mismo. Has dejado de dar más de sí y te limitas a dar
más de no. Es lo que hay.
“No
permitiremos que el privilegio de los que son más se impongan a los que menos
tienen y más padecen”. Ya es el colmo. Quítate de delante (Arure, que quiero
ver a Chipude), te espetaría Diógenes. Porque cínico es el que actúa con
falsedad o desvergüenza descaradas. Y cinismo es el colmo de la imprudencia,
una obscenidad insolente. Puedes seguir jugando las cartas de tus tres
diputados (conseguidos gracias a la triple paridad que tantos réditos te han
dado políticamente, pero que de tan poco han servido para que La Gomera salga del
ostracismo, y a tus propias sentencias me remito), pero no lo hagas con la
inteligencia de un pueblo, de ese que dices representar, al menos en los
entierros. Aprovechamiento hasta el último instante. Descansa en paz.
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