Creo que ha
comenzado el toque a rebato. De manera solapada, quizás, pero con evidentes y
ostensibles signos de cabreo, pasados los primeros instantes de sorpresa, de
incredulidad. La táctica del avestruz, que tantos réditos brindó a Rajoy en los
años anteriores, se ha tornado en una pesada losa que lo aplasta
irremisiblemente. Algunos se alejan sin tapujos del manual de instrucciones. Lo
de Esperanza Aguirre este pasado domingo no es mera cuestión de simple puesta
en escena de mujer contrita. Es algo más que un escueto aviso a navegantes. La
fotografía lo dice todo: qué mal trago.
No dejó la
condesa madrileña que el gallego saboreara las proclamas murcianas con la
reivindicación de su victoria electoral y el derecho a gobernar el país.
Decires aplaudidos a rabiar por los presentes –también estaba la tele– cuando
la mitad más uno cuestiona su cobardía ante el Jefe del Estado y su recule para
no aceptar el encargo que en buena lid le
correspondía. El no tengo apoyos se transmuta, inexorablemente, en un
evidente no me quieren ni los míos.
El paso de la
presidenta madrileña está estudiado al milímetro. Yo me voy pero tú me
acompañas. Mis responsabilidades políticas se quedan cortas ante las tuyas. Si
mi caldero me chamuscó, los tuyos te aplastarán (quemado y amortizado ya lo
estás) antes de las próximas fallas valencianas. Te caerá el peso de Rita,
mucho más contundente que el de la ley, y el caloret de la mascletá te dejará
más frito que una tosta de arenque con berenjena. Y dispone Aguirre de otro as
bajo su manga. Podrá retornar, si su enfermedad se lo permite, en un futuro no
tan lejano, en nuevo acto de generosidad infinita, mientras otros se ahogan en
el mar de las incomprensiones notariales.
Se ha roto la
ley del silencio. El gánigo de la paz era más frágil de lo que se presentía. Y
Mariano será sacrificado por su propia manada. Por los que Miguel Cabrera,
tiempo atrás, llamó estómagos agradecidos, sin que Soria, Antona o Domínguez
tomaran nota. El mismo que hace menos le espetó al presidente insular de esta
isla picuda que el PP daba pena, ahogado por el factótum oriental. A lo que el
alcalde de cada vez más pueblos de este norte respondió que culpables somos
todos, en ese sui géneris sistema asambleario de repartir los cachetones.
Se abre la
veda y se inicia la caza, más que búsqueda, del sustituto. Aquella operación
cosmética de los cuatro vicesecretarios jóvenes, guapos y transgresores, no ha
dispuesto del tiempo suficiente para que puedan cuajar las expectativas. Habrá
que recurrir a una maniobra de resguardo nacional por derroteros más
tradicionales. A dedo, claro, para que no se soliviante aún más el gallinero. Con
un lavado de cara a modo de gestora para salvar los muebles de Génova.
En tal
sentido, otro díscolo aparente, Benicio Alonso, al tiempo que ha reclamado una buena
limpia, ha tomado la delantera y remitido atenta comunicación a Núñez Feijóo,
otro gallego, que se ha retratado con gentes de dudosos procederes, en la
convicción de que es en la actualidad el único capaz de reflotar el barco.
Tengo mis razonables dudas. Cuando se ha extendido la sombra de las sospechas,
en extremo complicado atisbo el futuro con alguien que pueda tirar la primera
piedra libre de toda desconfianza.
Los papeles,
el corsé, el plasma, las huidas por la puerta de atrás y ese largo etcétera que
define a un líder apático, sin carisma, lo han sepultado. Y con él, su partido.
Como siempre ha habido aprovechados, jugaron otras cartas peligrosas los que
ocupaban escalones más bajos y proliferó la corrupción. Corrieron por debajo de
la mesa caudales de porquería. Se ejercitaron en dobles contabilidades y
creyeron ciegamente en la impunidad total y absoluta. Felices días de vino y
rosas. Tanto que entendieron normal la recepción de sobres sin indagar
procedencias. El contenido bien valía un silencio.
Vivieron
radiantes. Nadaron en la abundancia. Pero hasta los personajes grises le salen
granos en el mismísimo trasero. Cuando no un incordio divieso. Y el del presidente
en funciones ha crecido más de la cuenta. Se rasca, pero no surte efecto. Ahora
sí toca, Mariano, el sálvese quien pueda. Sé fuerte.
Y para
concluir las perorata (escrita) de hoy, bajo a Puerto de la Cruz para preguntar
a su alcalde (A Marrero va a ser que no), o al que actúa como tal (desde más o
menos por donde vivo yo) por su carácter reivindicativo, o al que lo rehabilita
desde el Cabildo, o al propietario de Loro Parque, o al mismísimo sursuncorda:
Si la calle
Tegueste (Punta Brava) sigue cerrada a cal y canto, ¿cómo es posible que se
permita la concurrencia de personas que se echan tranquilamente el cigarrito y
que acceden a la misma desde un restaurante aledaño? ¿Privilegios? ¿Caradura?
¿Falta de ignorancia?
Te apuesto 60
céntimos a que no me van a contestar y otros 60 (qué generoso estoy) a que ningún
concejal de la oposición va a trasladar esta cuestión hasta el edificio de El
Penitente.
Hasta mañana,
mis incondicionales.
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