Para ilustrar
este post, el número 1800 de Pepillo y Juanillo, dudé entre colgar esta foto
que ahora observas o una botella del tequila que lleva idéntica denominación.
Pero como soy poco dado a las bebidas, opté por este flamante vehículo, todo un
lujo para aquella época. De todas maneras, quedan invitados mis estimados
lectores a un cortadito, “más que sea”, en el lugar que ustedes crean
conveniente. Puede ser en casa, no hay problema. Tengo una cafetera de un
montón de tazas.
Convendrán
conmigo que ya sumamos unos cuantos artículos de opinión. La mayoría de ellos
se enfoca hacia el lado de la política. Que a mi amiga, e incondicional seguidora,
amén de excelente compañera del gremio docente cuando éramos unos años, no
muchos, más jóvenes, Esther Casañas, no le convencen demasiado. Pero que hoy se
alegrará porque cambio de tercio.
Leí ayer que
ha habido una avalancha en la lectura de tesis doctorales en todas las
universidades españolas, por adecuación a los nuevas fórmulas impuestas por el
denominado Plan Bolonia, que ha hecho mermar la calidad de las mismas por falta
de tiempo para su pleno desarrollo. La información recalca que los autores
acaban siendo profesores en las múltiples facultades. Cuando no en política,
añado yo. Porque la etiqueta viste mucho. Como si fuese aval de garantía para
desarrollar adecuadamente el trabajo de todo cargo público.
Parece ser
que las calificaciones, en lógica consecuencia con las prisas y los incrementos
de investigaciones presentadas, han descendido, mereciendo alguna de ellas, en
boca de miembros de los tribunales, el suspenso. En este caso, entiendo, habría
que coger al director de la misma y mandarlo a sachar papas.
Como un
servidor es un rara avis en esto de la ortodoxia, cuéntoles que también tuve la
oportunidad de pasar por esos berenjenales. Más por placer y diversión que en
aras de alcanzar cotas de saber que me elevaran a plataformas de prestigio
académico. Uno, maestro de escuela durante toda su trayectoria laboral. Pues
como te iba diciendo, el 3 de septiembre de 2004 (viernes), día lluvioso, me
fui hasta La Laguna,
a la Pirámide,
y allí tuve ocasión de defender un tocho titulado ‘Prensa y educación en el
Norte de Tenerife entre la I
y la II Repúblicas’.
La posterior calificación de sobresaliente cum laude me concedió el título de
doctor en Ciencias de la Información. En
un viejo mueble (casi tanto como yo) del escritorio se halla guardado el
diploma que lo acredita. Bien enrollado y haciendo compañía a otros que jamás
han ocupado espacio en pared alguna. Eso sí, y creo que ya lo escribí en otra
oportunidad, me ofrecieron la posibilidad de irme a cualquier país de la América de habla hispana.
Quita, respondí, me quedo en el instituto.
Y como de
recordatorios va hoy la cuestión, echo mano de mi libreta de anillas y tapas
azules para contarte unos pasajes de marzo de 2002, cuando aún vivía en La Longuera y formaba parte
del claustro del colegio público del barrio. Estaba inmerso en aquel entonces
en la confección del periódico escolar ‘El Monturrio’, del que se editaron una
docena de números que se imprimieron en Tipografía García (La Perdoma, La Orotava). Y que junto al
posterior del IES Mencey Bencomo, ‘La Pizarra’, que también tuve el placer de
coordinar, fueron objeto de análisis en otra tesis doctoral de amigo, y
maestro, José Luis Hernández.
Era
componente en ese entonces de la Agrupación Folclórica
de Higa y nos hallábamos inmersos en un proyecto de Festival Internacional
(Arautápala) y se llevaban a cabo reuniones con diferentes ayuntamientos del
Valle para ponerlo en marcha durante el verano. Tal día como hoy, compruebo en
mis apuntes, que nos reunimos en el Balcón de Higa con Vicente Quintero y
Ángeles Marrero, concejales de cultura en ese año de 2002 en los consistorios
realejero y portuense, respectivamente.
Colaboraba,
igualmente, con un comentario semanal en la emisora municipal Radio Realejos.
Estuve tres temporadas en ello y acabé por dejarlo cuando observé que la deriva
de un medio de comunicación público, sostenido con dineros de nuestros
impuestos, se escoraba por otros derroteros. Así está en la actualidad al más
puro estilo Tele 5.
Se concluía,
con gran esfuerzo y no menos dedicación, la construcción de la casa que sería
mi actual residencia a partir de noviembre del año citado. La mudanza se
produjo el 23 de noviembre, el famoso sábado de la multitudinaria manifestación
en contra de las torres de Unelco en Vilaflor.
Mi hija vivía
en Arona porque trabajaba en la redacción de cierto periódico, con lo que casi
todas las semanas teníamos la visita de rigor por aquellos Sures.
La expresión
“escanear hasta las tantas” aparece en varias ocasiones, lo que supone que el
cuerpo todavía guardaba energías suficientes para tantos calderos. Y es que el periódico
que se dejó reseñado se trasladaba a la imprenta debidamente maquetado. Hombre,
a decir, verdad, el amigo Toño ya se encargaba de dar los últimos y sabios
retoques para que cuando viera la luz guardase la dignidad suficiente.
El día 3
(recuerda, marzo de 2002) me saqué una de tres en la Primitiva, nada menos que
7,20 euros. El 12 llueve con cierta intensidad. El 13 estoy malo de la garganta
con una fuerte afonía. Y es el entierro de un joven del barrio, Víctor Mario,
que había sido alumno del colegio y era componente de uno de los equipos de
fútbol de Toscal-Longuera.
El 14
participo telefónicamente en el programa ‘El Patio Canario, que en Radio 21
conducía el amigo Cándido López.
Y dos últimas
notas:
“Subir al
estudio del arquitecto, debo unas 600.000 mil pesetas”. (Martes, 26-03-02).
Madre mía, exclamo hoy, y el ayuntamiento sin pagarme la liquidación.
No sé si del
temor ante la deuda, al día siguiente tremendos palos de agua, con truenos y
rayos, preludio, quizás, de la horrible tormenta que azotó la capital tinerfeña
el día que el mes finalizaba. Tragedia de la que todavía se habla y que de bien
poco nos ha servido para respetar lo que la madre naturaleza dicta.
¡Ah!, y aún
tenía algún resquicio para colaborar en La Opinión, bajo el lema ‘De reojo’. Contabilizo 14
artículos en ese mes del que ahora mismo hace 14 años.
Con estas
remembranzas, ahora entiendo que la jubilación (1 de septiembre de 2009) solo
ha supuesto el no tener que acudir a las aulas. En otros menesteres, intento no
perder el ritmo. Cuando lo haga tendré que reconocer que la cosa está jodida.
Permiso
concedido para felicitarme. Por los 1800. El resto es pura anécdota.
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