O
contraindicaciones, que ya no sé. Porque si hasta hace unos años el yo lo vi en
la tele era sentencia para ponerle el cuño, ahora hemos cambiado las tornas
hacia Facebook y allegados. Y como nadie exige que deba existir un contraste
mínimo de lo que se publica, o te das de baja del juguete o seleccionas tus
lecturas (más bien visiones rápidas) antes de que te dé el soponcio. Con el
agravante de que cada cual se cree en poder de la verdad absoluta y los
comentarios que se suscitan demuestran que el consenso es objetivo imposible.
De tener la santa paciencia de pasar del crítico número diez, te percatarás de
que las opiniones vertidas guardan tanta relación con el mensaje inicial como
el parecido de un huevo con una castaña.
Aquellos que
utilizan las redes sociales como plataforma política, aun con el inconveniente
de que te aparezca el cartelito de ‘Ver más’ (aviso que debes evitar si quieres
que te lean íntegramente el texto), deberán ser conscientes de que los enemigos
(esta opción también sería oportuna) van a saltar como resortes, cuando no a
degüello. Hay algunos que lanzan idéntica proclama, independientemente del
origen noticiable. Algo que la actualidad en todo lo concerniente a la
formación del gobierno que rija los destinos del país se ha puesto de manifiesto
de manera más que evidente.
Todos, y
cuando escribo todos quiero sentenciar rotundamente que todos, se erigen en
salvadores de la patria. Nos quieren –bien nos quieren– y se preocupan –bien se
preocupan– de nuestros problemas proponiéndonos múltiples soluciones a los
agobios y dificultades. Dictándonos de antemano que solo sus propuestas son las
que nos sacarán del marasmo, del caos, de la indolencia. Y se miden en folios.
Los otros no tienen ni la más pajolera idea.
Cuando
procede sacar factor común, hallar la media aritmética, analizar los puntos que
converjan, enumerar las discrepancias, aunar esfuerzos, ceder en las posiciones
maximalistas y, en definitiva, ponernos de acuerdo en lo que la sociedad
demanda, pegamos unas rajadas impresionantes y nos mantenemos firmes en
nuestras convicciones sin pensar que somos meros instrumentos al servicio de
los que ‘aparatosamente’ decimos representar.
Rajoy, máximo
responsable –por ahora– del Partido Popular, reconoció motu proprio que era
persona non grata, aparte de Pontevedra, para el resto de todo el arco
político. Vamos, que no lo quiere nadie. Y le dijo a Felipe que con él no
contara. Que se iba a sentar a verlas venir. Por lo que el segundo en el
escalafón dio un paso al frente y ha venido intentando lo que para muchos se antoja
misión imposible. Unos alegan que por ambición. Otros que por responsabilidad.
Los pareceres, ya se sabe.
Los más
activos en el lanzamiento indiscriminado de andanadas son los que se definen
votantes de Podemos. Que vienen a constituirse en cabezas visibles de la
izquierda genuina, probada, innegable e indiscutible. Vamos, lo mismo que
Izquierda Unida, o como se llame ahora. Puesto que el PSOE, siendo muy
generosos, socialdemócratas, que ya, y a declaraciones y escritos varios me
remito, derechas de libro.
Allá por los
albores del pasado siglo, Lenin acuñó su centralismo democrático. Las derivas
de los partidos comunistas de todo el mundo señalan que mucho de lo primero y
tintes más bien escasos de lo segundo. Años más tarde, por 1914, bautizó como
‘socialtraidores’ a los que se apartaron de sus dictados. Y en España no hemos
abandonado esa cantinela. Los piropos de relajo, escorado y debilidad siempre
han enfilado la diana del partido de Pablo Iglesias, el tipógrafo.
Pero ha
llegado otro, el ilustrado. Y al darse cuenta de que la trayectoria de los
socialistas verdaderos, los herederos, o seguidores, del comunismo bolchevique,
iba directa al abismo, se define socialdemócrata. Y le adhiere la etiqueta de
cómo Marx, Engels o el mismísimo Vladimir Ilich (a saber, Lenin). Al verse
obligado a establecer puentes entre los movimientos sociales, productos del
cabreo y la insatisfacción, y la realidad, para engarzar esos descontentos en
plataformas políticas, nada mejor que abandonar el debate izquierda-derecha,
porque esa izquierda con la que se comulga en la teoría ha sido derrotada en la
práctica. En los círculos se defienden tales principios, pero en el tablero
político se juega con otras piezas. Es, ha sido, una renuncia estratégica. Nos
hemos aprovechado del enfado social y lo canalizamos, con la apariencia de
seguir siendo los revolucionarios de siempre, hacia el juego tradicional de la
casta que criticamos en los orígenes, y persisten aunque con la boca pequeña.
Participamos en la dinámica, en el recreo, pero nadando a las aguas que fueren
menester y manteniendo a buen recaudo las apariencias.
Les ha
molestado sobremanera el que el PSOE haya sido capaz de entenderse con
Ciudadanos. A los que sí interesa calificar de derechosos en grado superlativo.
A los de ambos extremos. Que deben tocarse en este escenario global (de globo).
Y desde ya tendemos la mano a los malvados. A los que los otros tildan de
paripés y ceremoniales. Malabares. Acciones de inmadurez supina.
Me apuesto 50
céntimos a que no habrá nuevas elecciones. Restan dos meses para mucho fuego de
artificio. Pero habrá acuerdo porque los intereses pesan demasiado. No te
extrañe que pueda ocurrir aquí lo que en Grecia. Y que Mariano ostente la
cartera del Ministerio de Exteriores, dados sus notorios progresos idiomáticos.
Aunque si yo fuera Sánchez y dispusiera de una pizca de ambición, ya que todos
me quieren, presidente sí o sí. ¿O no?
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