Nevó en esas
partes altas. Y mucho. También en La
Palma y Gran Canaria. Pero aquí, al decir de los que más
saben, en cantidades que no se conocían desde hacía mucho tiempo. Como no
estamos acostumbrados a hechos semejantes, o a que caigan cuatro gotas en parajes
sureños, a pesar de las buenas intenciones del Cabildo, las máquinas existentes
no daban abasto. Tampoco era cuestión de comprar más o pedirlas prestadas a
otra comunidad autónoma peninsular. Y lo de utilizar productos estilo sal, por
ejemplo, desechado porque las galerías no tienen culpa de las impaciencias.
Pasaron los
días y el personal se removía en todas las instancias. Los más intrépidos no
esperaron y se echaron a caminar. Nos inundaron de fotos y vídeos y se nos
pusieron los dientes más largos aún. Algunos no midieron las posibles
consecuencias, no valoraron los peligros y tuvieron que ser rescatados. Puede
que mucha parte de culpa la hayan tenido las propias autoridades. El reportaje
fotográfico del gabinete de prensa orotavense disparó el resorte de mucho culo
inquieto. Y las imágenes de la guardia civil esquiando en los paisajes de El
Teide dio lustre a cuanto plástico se halló a mano.
Debo
reconocer, no obstante, que la mayoría de los que se aventuraron a patear por
la geografía nevada era –fue– consciente, supo adaptarse a las dificultades y
no se extralimitó en la aventura. Como debe ser. A pesar de las tristes y
desgraciadas excepciones. La tómbola donde se adquiere el carné de tonto
siempre permanece abierta. No vimos cholas con calcetines, pero casi. Y
guarros, tú. No, eso lo hacen los de fuera (disculpa al uso).
Ahí tienen en
la foto que ilustra este comentario al amigo José Manuel Ramos para dar fe de
mi argumentación anterior. Pero no todos están dispuestos a semejante
sacrificio y pretende llegar bien acomodado en su coche hasta las mismísimas
narices del volcán. Y aparcar… donde le sale. Para eso, para tocar las napias a
cuantos operarios deben cubrir muchas horas extras para contener las
avalanchas. En unas condiciones en las que, normalmente, no está habituado a
desarrollar su labor.
A pesar de
que Carlos Alonso me va a llamar novelero (declaró que hay mucha novelería para
subir, y también para opinar) por garabatear estos párrafos, entiendo que
emitir un juicio no deberá causarle mayor trastorno. Ya bastante tiene, me
imagino, con la piscina de Puerto de la Cruz.
Y con la estación de guaguas. Y con la ampliación del
Botánico. Y más.
Dispongo de
vehículo con tracción a las cuatro ruedas. Me pude convertir en un novelero más
y tirar por cualquier pista de las muchas que se trazan en nuestros montes.
Alguna conozco y alguna he transitado. Con y sin el níveo elemento. Pero ya no
estoy en edad. La nieve, de verdad, me resbala. Antes sí que iba. A las
primeras de cambio.
Creyó
conveniente la autoridad abrir el acceso por el Sur. Pero se apuntaron tantos
–¿se podía esperar otra cosa?– que fue menester arbitrar otras medidas. Que no
pasaron por las lógicas de patear y bajar el colesterol. No, pondremos
transporte gratis desde Vilaflor y, de paso, fomentaremos la economía local. El
segundo aspecto, plausible a todas todas. El primero, no lo tengo tan claro.
Porque los autores que parieron la idea ya me están tachando de demagogo.
Recurso del roto y del descosido. ¿No se hubiese invertido mejor esos euros en
el arreglo de la piscina portuense, a la que antes aludí, y dábamos una alegría
a los cientos de deportistas que se hallan ahora mismo del tingo al tango e,
incluso, utilizan el viejo muelle pesquero para sus ejercicios? O en caso de
que para ese particular ya existiese partida presupuestaria, transferir el
capital al ente radiotelevisión canaria. Luego me contratan con el cometido
específico de seleccionar las noticias que se deben emitir en cada informativo.
Se repiten tanto que hace unas semanas se incendió un piso en Las Palmas y
hasta que no se quemó el último muelle del colchón origen de la desgracia nos
estuvieron machacando las pupilas. Qué guineo. Y con una redacción en la que
tropiezan y se molestan.
Que yo sepa
no se ha prohibido el paso a los que quieran acudir a pie. Que no te sientes capaz
de semejantes sacrificios, quédate en casa viendo como Florentino y Zidane
planifican la próxima temporada. O si no, exige a la institución insular que
cargue –palas para ello dispone– varios camiones de nieve y la vaya repartiendo
por las diferentes plazas de los pueblos. Si Mahoma no puede ir a la montaña…
¿Quiénes
pudieron disfrutar del viaje gratis? ¿Se tuvo en cuenta su poder adquisitivo?
¿Se exigió fotocopia de la declaración de la renta? ¿Se dio preferencia a los
que no habían subido desde bastantes décadas atrás? ¿Se puso un tope de edad? ¿Se
investigó el material que portaba cada excursionista? ¿Se les midió la tensión
arterial? ¿Se revisó el carné de vacunas? ¿Pasó el calzado el control de la
superficie de adherencia? ¿Se contó al regreso si volvieron todos los envases
que fueron en el viaje de ida? ¿Se inspeccionó cada mochila o bolso por si pretendían colar algún muñeco de nieve?
¿Cuántas guaguas se contrataron? ¿Cuál era el precio de cada viaje? ¿Se
eligieron a dedo? ¿Habían pasado la
ITV? ¿Se informó con todo lujo de detalles al Santo Hermano
Pedro?
Me siguen
asaltando dudas y preguntas, pero en cuanto abran el acceso por Aguamansa me
planto en El caminero (se llamaba Ramón y vivía en la zona de El Castillo, ¿lo
sabías?) y que me suban gratis. Y de ser por ahí la bajada (por aquello del
circuito), que también me recojan y soy el primero para el siguiente viaje por La Esperanza. Si debe aguantar
unos años más el hierro, hecho gofio, del peatonal de Icod el Alto…
Hasta mañana.
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