miércoles, 2 de marzo de 2016

Novelerías gratis

Nevó en esas partes altas. Y mucho. También en La Palma y Gran Canaria. Pero aquí, al decir de los que más saben, en cantidades que no se conocían desde hacía mucho tiempo. Como no estamos acostumbrados a hechos semejantes, o a que caigan cuatro gotas en parajes sureños, a pesar de las buenas intenciones del Cabildo, las máquinas existentes no daban abasto. Tampoco era cuestión de comprar más o pedirlas prestadas a otra comunidad autónoma peninsular. Y lo de utilizar productos estilo sal, por ejemplo, desechado porque las galerías no tienen culpa de las impaciencias.
Pasaron los días y el personal se removía en todas las instancias. Los más intrépidos no esperaron y se echaron a caminar. Nos inundaron de fotos y vídeos y se nos pusieron los dientes más largos aún. Algunos no midieron las posibles consecuencias, no valoraron los peligros y tuvieron que ser rescatados. Puede que mucha parte de culpa la hayan tenido las propias autoridades. El reportaje fotográfico del gabinete de prensa orotavense disparó el resorte de mucho culo inquieto. Y las imágenes de la guardia civil esquiando en los paisajes de El Teide dio lustre a cuanto plástico se halló a mano.
Debo reconocer, no obstante, que la mayoría de los que se aventuraron a patear por la geografía nevada era –fue– consciente, supo adaptarse a las dificultades y no se extralimitó en la aventura. Como debe ser. A pesar de las tristes y desgraciadas excepciones. La tómbola donde se adquiere el carné de tonto siempre permanece abierta. No vimos cholas con calcetines, pero casi. Y guarros, tú. No, eso lo hacen los de fuera (disculpa al uso).
Ahí tienen en la foto que ilustra este comentario al amigo José Manuel Ramos para dar fe de mi argumentación anterior. Pero no todos están dispuestos a semejante sacrificio y pretende llegar bien acomodado en su coche hasta las mismísimas narices del volcán. Y aparcar… donde le sale. Para eso, para tocar las napias a cuantos operarios deben cubrir muchas horas extras para contener las avalanchas. En unas condiciones en las que, normalmente, no está habituado a desarrollar su labor.
A pesar de que Carlos Alonso me va a llamar novelero (declaró que hay mucha novelería para subir, y también para opinar) por garabatear estos párrafos, entiendo que emitir un juicio no deberá causarle mayor trastorno. Ya bastante tiene, me imagino, con la piscina de Puerto de la Cruz. Y con la estación de guaguas. Y con la ampliación del Botánico. Y más.
Dispongo de vehículo con tracción a las cuatro ruedas. Me pude convertir en un novelero más y tirar por cualquier pista de las muchas que se trazan en nuestros montes. Alguna conozco y alguna he transitado. Con y sin el níveo elemento. Pero ya no estoy en edad. La nieve, de verdad, me resbala. Antes sí que iba. A las primeras de cambio.
Creyó conveniente la autoridad abrir el acceso por el Sur. Pero se apuntaron tantos –¿se podía esperar otra cosa?– que fue menester arbitrar otras medidas. Que no pasaron por las lógicas de patear y bajar el colesterol. No, pondremos transporte gratis desde Vilaflor y, de paso, fomentaremos la economía local. El segundo aspecto, plausible a todas todas. El primero, no lo tengo tan claro. Porque los autores que parieron la idea ya me están tachando de demagogo. Recurso del roto y del descosido. ¿No se hubiese invertido mejor esos euros en el arreglo de la piscina portuense, a la que antes aludí, y dábamos una alegría a los cientos de deportistas que se hallan ahora mismo del tingo al tango e, incluso, utilizan el viejo muelle pesquero para sus ejercicios? O en caso de que para ese particular ya existiese partida presupuestaria, transferir el capital al ente radiotelevisión canaria. Luego me contratan con el cometido específico de seleccionar las noticias que se deben emitir en cada informativo. Se repiten tanto que hace unas semanas se incendió un piso en Las Palmas y hasta que no se quemó el último muelle del colchón origen de la desgracia nos estuvieron machacando las pupilas. Qué guineo. Y con una redacción en la que tropiezan y se molestan.
Que yo sepa no se ha prohibido el paso a los que quieran acudir a pie. Que no te sientes capaz de semejantes sacrificios, quédate en casa viendo como Florentino y Zidane planifican la próxima temporada. O si no, exige a la institución insular que cargue –palas para ello dispone– varios camiones de nieve y la vaya repartiendo por las diferentes plazas de los pueblos. Si Mahoma no puede ir a la montaña…
¿Quiénes pudieron disfrutar del viaje gratis? ¿Se tuvo en cuenta su poder adquisitivo? ¿Se exigió fotocopia de la declaración de la renta? ¿Se dio preferencia a los que no habían subido desde bastantes décadas atrás? ¿Se puso un tope de edad? ¿Se investigó el material que portaba cada excursionista? ¿Se les midió la tensión arterial? ¿Se revisó el carné de vacunas? ¿Pasó el calzado el control de la superficie de adherencia? ¿Se contó al regreso si volvieron todos los envases que fueron en el viaje de ida? ¿Se inspeccionó cada mochila o bolso por si  pretendían colar algún muñeco de nieve? ¿Cuántas guaguas se contrataron? ¿Cuál era el precio de cada viaje? ¿Se eligieron a dedo? ¿Habían pasado la ITV? ¿Se informó con todo lujo de detalles al Santo Hermano Pedro?
Me siguen asaltando dudas y preguntas, pero en cuanto abran el acceso por Aguamansa me planto en El caminero (se llamaba Ramón y vivía en la zona de El Castillo, ¿lo sabías?) y que me suban gratis. Y de ser por ahí la bajada (por aquello del circuito), que también me recojan y soy el primero para el siguiente viaje por La Esperanza. Si debe aguantar unos años más el hierro, hecho gofio, del peatonal de Icod el Alto…
Hasta mañana.

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