Como no
pienso escribir una línea del debate de investidura –solo vi unos minutos
mientras esperaba ayer en el dentista para la limpieza de rigor– porque los
sesudos analistas, tertulianos, comentaristas y resto del gremio me han hecho
cambiar de opinión –dónde voy yo con tanto lumbrera– acudo al baúl de los
recuerdos y me tropiezo con una décimas, que titulé de las ausencias,
encargadas por la Comisión
de Fiestas de mi barrio (Toscal-Longuera) del año 2006. Dado que en esa época
uno ya residía en su actual domicilio de la Urbanización Los
Príncipes (era tiempo de gastar los euros mangados en mi pretérita etapa
política en el ayuntamiento de Los Realejos; corrupto que es uno), cuando el
programa estuvo en la imprenta, alguien tuvo la (in)feliz ocurrencia de suprimir
las estrofas que creyó oportuno, pues ya se sabe que la mayoría de páginas se
destinan a propaganda comercial. Y el churro que salió me dejó con tan fuerte
cabreo que a partir de ese entonces me dije: “Más nunca”. Y lo que ha salido
después ha hecho acto de presencia en este blog y poco más. Vamos con ellas:
Otra vez me han
encargado
que a este programa
me alongue,
y que en el mismo yo
nombre
personajes del pasado
que su quehacer han
legado.
Y siendo de bien
nacido
el mostrarse
agradecido,
aquí me tienen
rimando,
y verso a verso
hilvanando
el compromiso
adquirido.
Y me puse a recordar
por los pasajes de
antaño,
de cuando hace unos
años
mucho campo que
admirar,
y un inmenso platanar
que la marea lindaba
–pues cerca la playa
estaba–
por El Horno y por La
Fuente,
que en los veranos la
gente
cada día transitaba.
Pues Los Roques
atraía
al vecino en general,
que en busca de yodo
y sal
a remojarse acudía.
Alguno se entretenía
agenciando buenas
lapas
que le servían de
tapas;
otro pardelas buscaba
y al Roque se
encaramaba
sin tener planos ni
mapas.
En los pesqueros las
cañas
asoman por todos
lados,
hoy no abundan los
pescados,
pero no se pierden
mañas.
Más que un arte es
hazaña,
pues un fisco
pescadito
se nos hace bien
gordito,
y además de gran
tamaño:
mentirijitas sin daño
que no suponen
delito.
Siempre tuvo el
pescador
el carné de
exagerado:
siempre se escapa el
pescado
que tiene mejor sabor
y en la sartén:
¡fuerte olor!
Del agua no lo
sacamos,
pero siempre
imaginamos
que somos el no va
más,
y si acaso a los
demás
la menudencia
dejamos.
Por Pejerreyes,
cazones,
de Pablo en la
capitana;
mas cantar de buena
gana:
reclamos por mil
rincones,
de Ravelo sus
canciones.
La morena se asomaba
y en el lazo se
enganchaba;
hasta escuchaba el
“silbío”,
arriba Isidro el
Tavío,
que en El Pesador
estaba.
Son tantos los
personajes
que me temo los
olvidos,
pues si fueren
conocidos,
aquellos de sus
linajes
me espetarán, sin
ambages,
que ellos fueron
historia,
que guardan en su
memoria
aconteceres variados,
para siempre recordados
y dignos también de
gloria.
El ser de La
Gorvorana
me concede gran
ventaja,
pues si destapo la
caja
de un ayer que fue
mañana,
me encuentro una vida
sana
donde no había ni
luz.
Y por la fiestas de
Cruz,
el pique de ambos
lados
dejaba ciertos enfados,
pero ningún patatús.
Y si hablo de un
desmayo,
debemos citar a
Flora,
quien no bendijo la
hora,
pudo ser abril o
mayo,
que rápidos como un
rayo,
los artistas
ambulantes
le cambiaron el
semblante,
adivinando el pasado
de algún que otro
allegado:
todo ocurrió en un
instante.
Qué decir de Juan
Espuela,
de Eliseo y Pepe
Oliva,
las bestias en la
sorriba,
los caminos a la
escuela,
Siño Gaspar, Siña
Adela.
Los toscones, las
carretas,
a las ventas con
seretas,
don Alejo, Los
Molleros,
tan escasos los
dineros
que era mucho dos
pesetas.
Plataneras,
tomateros,
con cebollas y
batatas,
gran abundancia de
matas;
las casas, lindos
floreros,
caminos con agujeros.
Doña Lutgarda y
Domingo
que por su venta
distingo,
también la tasca de
Elías,
donde los vinos
bebías
con envidos, que no
bingos.
Argelio siguió el
negocio,
que ya era Media
Cuesta,
y El Parranda por la
fiesta
brindaba ratos de
ocio.
Desconocían el bocio
en tiempos de agua en
chorro;
las chicas juegan al
corro,
los chicos a la
pelota;
¡cuidado!, la lona
rota:
tu madre te da en el
morro.
Una col de tronco
largo
tenía Jorge Marrero,
bien cerquita del
terrero
de las luchas, me
hago cargo.
Fue un instante
amargo
cuando Julián
pereció,
en el estanque se
ahogó;
en los momentos de
antaño
también nos hicimos
daño,
también sentimos
dolor.
Las Arenitas, La Hoya,
las escuelas y el
drago;
a La Zanjita yo
alabo,
El Monturrio en la
memoria,
ya pasaron a la
historia.
De “siños” hubo
bastantes,
así se llamaban
antes:
Juan Ramón, Matías,
Clara,
Carmen, Bartolo,
Juana...
y siempre de buen
talante.
Hubo también los
apodos
que yo no voy a
nombrar,
aunque es bueno
recordar.
Sí mento, de todos
modos
a Elena y Manuel
Socorro,
y a Vicente el
zapatero,
y a Vicente el
jardinero;
camino a La
Ciudadela,
siña Rosario y
Fidela,
Espinosas, Acevedos.
Siña Eustaquia y
Frasquita,
Rosario y Catalina,
en El Toscal,
Peregrina,
y Nieves que nos
concita
a echar una
mascarita.
La tele de Venezuela,
aquello era una
escuela,
y la puso Carmelina
con motor de
gasolina;
en otras casas: la
vela.
Se quedan en el cajón
un sinfín de
aconteceres,
pues en el saco de
haberes
guardados hay un
montón.
Pero te doy mi
opinión:
es hora de rescatar
y para siempre tratar
de redactar el legado
que los “viejos” han
dejado:
¡lo debemos intentar!
A ti, joven, yo te
animo,
recoge bien el
testigo,
que sepas que estoy
contigo;
debes seguir el
camino:
un canario trino a
trino
con su canto nos
agrada.
No partirás de la
nada,
pues ya tienes
recorrido
lo que hemos reunido
poco a poco, de la
nada.
En el programa no
cabe
lo que viene a mi
memoria,
aunque es bien larga
la historia
–la Comisión ya lo sabe–
puede que nunca se
acabe.
Si recordar es vivir,
habremos de convenir
que en otra
continuaremos,
pues si en este no
cabemos,
otra fiesta ha de
venir.
Ahora toca diversión,
que ya el festejo
comienza,
pero ten presente y
piensa
que ha costado buen
montón.
Ayuda a la Comisión,
¡oh, Virgen de
Guadalupe!
Si versificar no supe
a todos ruego
perdones;
para ustedes,
bendiciones,
que la fiesta nos
agrupe.
A todos los mencionados, mis respetos.
A los omitidos, mis excusas. Y a Francisco García Ramón, gracias por la foto.
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