21 de marzo de 2016

Jugando a ser maestro

Esta serie frecuente de contactos nos va a permitir, creo yo, llevar a buen puerto estas frágiles barquichuelas que hemos botado a la aventura de la vida. Lo que me extraña enormemente –ya lo dije el otro día a los alumnos– es que a estas reuniones vengan solamente las madres. Parece ser síntoma general el que los temas de la escuela sea asunto de mujeres, para las madres. Mientras, los padres tienen suficiente –y muy cansado es– con ir a trabajar y traer el dinero a casa. Y es que esta sociedad tiene tan asumidos los cánones machistas que difícil será romperlos. Probablemente no se percatan de que en este problema de la educación –que no enseñanza– estamos embarcados todos, y si el navío se va a pique nos ahogaremos conjuntamente.
El maestro, indudablemente, también forma parte de la tripulación, pero sí que habrá que dejar claro que no le corresponde a él toda la tarta a la hora del reparto de responsabilidades. El chico permanece en este recinto cinco horas, lo que debe implicar, si las matemáticas no fallan, que diecinueve de las veinticuatro horas del día está en casa bajo otra tutela.
La vida es complicada. Estamos atravesando una grave crisis no solo de índole económica –que ya de por sí entraña enormes dificultades– sino, lo que es mucho más delicado, un conflicto de valores que muchas veces nos hace olvidar, o apartar, nuestro verdadero rol. Sin embargo, a pesar de ello, nuestra tendencia como progenitores es procurar darles todo hecho a nuestros hijos, proporcionarles las cosas en bandeja. Y no de plata, de oro a ser posible. Y todo ello influenciado por aquello de que nosotros no lo tuvimos y, por lo tanto, les ofrecemos villas y castillos (que a lo peor ni siquiera tenemos). Y ese aparente loable intento no es precisamente una buena ayuda para el crío. Piénsese que el chaval, buen psicólogo donde los haya –como todos los menudos– se aprovechará de tal circunstancia. Ellos nos cogen los fallos antes de lo que nosotros pensamos. Y de eso algo sabremos los maestros.
Estas excesivas preocupaciones por el niño van a ir en su perjuicio, y no en su beneficio. Esta no va a ser la manera más adecuada para prepararlo y que cuando tenga que alejarse de las faldas de la madre o del apego del maestro –no digo de los calzones del padre porque ningún gallo agasaja pollos, que nos recitaba la abuela– sepa desenvolverse en la vida; en esta vida que tantas veces nos trata con suma crueldad.
No vayan a pensar ustedes que pueda estarles dando una lección de moral, de ética o de buenas costumbres; tampoco les estoy indicando cómo o cómo no deben hacerlo. Pongo sobre el tapete, simplemente, una cuestión que bajo mi óptica estamos encauzando mal. Educar supone hacer ver la realidad que tiene ahí delante  que no es siempre un camino de rosas…
Todos no pueden ser sobresalientes. Al igual que en los coches, unos de gasoil y otros de gasolina, en este terreno existen diferencias asimismo. A unos les cuesta más arrancar, pero de lo que se trata es que una vez en el camino todos puedan llegar a la meta.  La alcanzarán antes los coches de marca, pero dejemos abierta la opción de que los utilitarios puedan también hacerlo. Lo verdaderamente importante es que se vaya a la escuela sabiendo qué es lo que allí va a encontrar, qué es lo que debe poner de su parte y qué es lo que se solicita del él.
Cuando el niño salga de clase y retorne a su hogar, o cuando esté jugando en la calle, o se halle de visita con mamá en casa de unos familiares o en cualquier otra oportunidad debe ser buen momento para continuar la labor que se realiza en clase. O entendemos la educación como un todo continuado o mejor será dedicarnos a otra cosa. Si entienden mi labor como la de una guardería, con esta conversación no estamos logrando nada positivo. Ahora, si entienden que ustedes y yo hemos de formar personas y no máquinas, nos queda mucho trayecto por recorrer. Y en ese camino estamos todos. Para que cuando lo llano se acabe, cuando la mano amiga no esté allí a su lado, sepa valerse por sí mismo, sepa salvar los obstáculos…
El niño vive por y para el juego. ¿Quiénes somos nosotros para romper tales esquemas? No se trata de que el niño deje de jugar para que pueda aprender. Tratemos de que pueda aprender mientras siga jugando. Canalicemos sus juegos y hagamos que adquieran vivencias y habilidades.
La importancia que le doy al paseo escolar es capital. Más de un padre habrá pensado, sin embargo, que es solo una novelería del maestro para escaquearse y pasar el día más rápido no dando matemáticas y lenguaje.
Ojalá pudiésemos disponer de un pequeño huerto en el que cultivar lo que se nos antoje y poder salir más a menudo de la cárcel que supone las cuatro paredes de siempre. ¿No lo dicen ustedes a sus maridos cuando quieren que las lleven a dar una vuelta los domingos por encontrarse hasta las narices de la comida, la ropa sucia y, en suma, los mil quehaceres de una casa?
Unos días de malestar generalizado me han hecho recordar. El 23 de abril de 1993 se presentó el primero de la colección: Jugando a ser maestro. Y es que uno ha tenido la inmensa fortuna de haber jugado durante casi toda la vida. Y el placer infinito de haber podido contarlo. Aunque surgirán achaques por las enfermedades del alma…naque, intentaremos seguir en la brecha. Mal que le pese a algunos. Son los escasos con los que los maestros, los de toda la vida, nos sentimos defraudados. Menos mal que nuestro pesar no adquiere tintes dramáticos. Y no nos vamos a lanzar por El Penitente.

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