No se
confundan ni me malinterpreten. Es que me da que estás pensando que me refiero
al señor de la foto. Y nada más lejos de la realidad. Lo decía por mí. Hasta
puede que por ti. Sí, no te asombres. Me presenté a unas elecciones en 1983. Y
en 1987 volví a mi trabajo de siempre. Por lo tanto, tengo muchos boletos
adquiridos desde entonces (casi treinta años) para ser un corrupto. Vamos,
podrido total.
Don Fernando
Clavijo, otrora más independentista y hoy más acomodado, que, como mi alcalde,
parece joven pero lleva en la cosa pública unos cuantos trienios, ha
manifestado que todo aquel que no se presenta a las elecciones es más propenso
a lo ilegal. Es decir, todos aquellos que salen sonriendo en carteles y
pancartas electorales son mucho más serios y responsables que aquellos anónimos
que curran cada día en sus respectivas ocupaciones. O marchan en busca de trabajo
y regresan con el ánimo en la suela.
Te estarás
preguntando, yo también, si los casos que afloran cada día –afortunadamente la
justicia funciona aunque mucho más lenta de lo deseable– corresponden solamente
a maestros, albañiles, carpinteros… o son otras caras más conocidas. Porque las
vimos en carteles, claro.
A los cargos
públicos, que tanto recurren a estadísticas y números, les rogaría que establecieran
la correspondencia entre casos posibles y hechos constatados. La proporción
entre el número de políticos y la cantidad de causas judiciales contra ellos
por casos y cosas ilícitas debe ser muy superior a la que se pueda establecer
entre los que estamos fuera de esa onda y debamos acudir a los juzgados por
haber sido trincados en la lata del gofio a destiempo.
No sean
cínicos. Concédannos el beneficio de la duda. Y déjense de machangadas porque
todos lo partidos están pringados. Y no recurro a la generalización fácil. Pero
no sigan escupiendo hacia los altos o se van a chingar todos. Cuando se está
sujeto a la fiscalización ciudadana, y menos mal que nos vamos espabilando, uno
debe ser más comedido en sus apreciaciones cuando intenta justificar su gestión.
Como dice Calero, que tenemos nuestro tino.
A veces me
cuestiono si todos estos inventos que Internet nos brinda, valen para agilizar
o para entorpecer. Para beneficio de los administrados o para lucimiento
personal de los supuestos administradores. Porque las reiteradas concurrencias
en las redes sociales, parece, solo vienen a confirmar el subido ego de los
dirigentes. Y como están colgados permanentemente, uno desconfía de si se están
mereciendo el sueldo que tan generosamente se han asignado.
Ahí tenemos a
Casimiro Curbelo. Tras tropecientos años dirigiendo el chiringuito gomero, se
ha debido tomar cualquier mejunje porque le ha entrado un espíritu
reivindicativo que solo le falta subir a Igualero y silbar a los cuatro vientos
que emprenderá otro descubrimiento de América en el próximo mes de septiembre. Y
lo malo es que nos toma por idiotas y tiene al gabinete de prensa del cabildo
trabajando a destajo para los intereses partidista de su juguete ASG.
O Asier
Antona. Elevado a la más alta instancia orgánica por el conocido método
digital, vía Madrid, que tanto se estila en las filas populares. Perteneciente
a una familia entregada en cuerpo y alma a solventar carencias, penurias y
pobrezas. Su mujer le ayuda asimismo al sostenimiento del hogar con una módica
aportación. Que merced a su ascenso dejará en La Palma a doña Elena Álvarez,
en la actualidad segunda de a bordo, pero además concejala (equipo de gobierno)
en el ayuntamiento de Breña Baja y diputada nacional. Manda agua de Marcos y
Cordero.
Y nosotros,
Clavijo, los que vivimos sin honores ni glorias, sin propagandas ni
publicidades, somos mucho más propensos a delinquir. ¿No es corrupción ostentar
dos o más cargos con derecho a prebendas, honores y gratificaciones mientras
hay varios cientos de miles de canarios que se las ven y se las desean para
empezar el mes; nada digamos de cómo terminarlo? ¿Por qué no te callas?
Pero, y es lo
peor, tampoco vamos a solucionar este maremágnum con las boutades de don Pablo
Manuel. Ese personaje veleidoso que no gusta que los periodistas cuestionen su
labor. O la de su partido. Al más puro estilo totalitario, represor y otras
mandangas varias. Es como Luis Enrique. Pero mucho más peligroso. Los
encantadores de serpientes son capaces de engañar al incauto. Es que los
plumillas tienen miedo. Claro que sí. Porque la capacidad de discernir con
artículos de opinión concede el beneficio de estar al acecho. Y se le ven,
estimado Iglesias, las orejas mucho más que la coleta. Ya sé que no me va a
leer. Este provinciano –qué alego, pueblerino y hasta mucho me parece– tiene
alcance más corto que el cuarto de luz de cualquier coche.
Echo en falta
ejemplares de la cosa pública que se dediquen a resolver demandas de los que
pagamos religiosamente nuestros impuestos. Sin giras por Panamá y sin evadirnos
de nuestras obligaciones. Con ayuntamientos que se vuelquen con los que las
pasan canutas. Y no se distraigan con propuestas imbéciles (como la de la CUP –Candidatura de Unidad
Popular– en Manresa acerca de compresas, tampones y esponjas) y mociones que no
sustituyen bombillas fundidas ni rellenan baches y socavones.
Y el ilegal y
corrupto soy yo. Manda aquello y lo otro. Ay, Clavijo, qué bien te queda la
mochila. Pero hace falta algo más. ¿Resucito mi agrupación electoral independiente
de jubilados? Experiencia nos sobra.
Ánimo que
iniciamos periodos festivos. Mucho ganado aparecerá por mi pueblo. Con carteles
bajo el brazo. Me temo que a mí no me encontrarás. Por lo que la probabilidad
de corrupción se incrementará. ¡Ay!, Fernando, no se lo chives a Rosa Dávila,
no sea que me fiche.
Hasta mañana,
mis estimados.
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