martes, 12 de abril de 2016

La nave

Ayer fue un día de sobresaltos. A Mario Conde lo detienen porque se empeñó en traer a España un montón de dinero que supuestamente había mangado a Banesto y que tenía depositado por esos mundos. Pensó el buen hombre que era hora de hacer caso a Montoro y regularizar ese notorio caudal. La acción es loable. Si delito es llevárselo a paraísos fiscales, debería premiarse la acción contraria. Yo hubiese permitido relajar la investigación y dejar que volviera hasta el último céntimo. Y después lo volvería a nombrar doctor honoris causa en una facultad de económicas de cualquier universidad española. De cárcel, por supuesto, nada de nada. Si ya fue condenado a veinte años y al poco tiempo andaba por Europa juntando la calderilla, lo que se merece es un aplauso.
En este país de pandereta, en funciones desde finales de octubre, sale un ministro un día a los medios de comunicación y suelta esta perla: “Quien aparezca en los papeles de Panamá debe salir a justificarlo”. Y cuatro días después –¿intuía algo?– proclama que le deben aclarar si se trata de esa nación o de Bahamas. Es justo reconocer que Soria es hombre de suerte. Ha llevado una trayectoria a caballo entre lo público y lo privado tan larga como polémica.
Como un digital ilustraba la noticia de su aparición en los famosos papeles con la foto que hoy me vale de soporte para este comentario, no sé si la presencia del otro personaje tiene su origen en el aparente paralelismo en la dualidad empresario-político que tanto se lleva en el Partido Popular. Con lo que el peligro de confusión es más que evidente. Espero que los siguientes en la lista, porque esto parece no tener fin, no sean de mi pueblo.
Aunque también acometemos acciones que confunden al ciudadano. El alcalde sigue empeñado en comprar una nave industrial abandonada del Polígono de La Gañanía que es propiedad de un señor que tiene acumulada una deuda con la hacienda local de unos ochocientos mil euros. Información que ha sido publicada en varias ocasiones sin que nadie lo haya desmentido. Así que no carguen culpas con este humilde bloguero.
El segundo de a bordo, Adolfo González, sostuvo no ha tanto que jamás se compraría un salón privado para uso público. Lo que significará, entiendo, que aboga por la propuesta que han lanzado IU y PSOE acerca de que se construya en terrenos municipales una instalación que acoja todo el material que ahora se halla en el barrio de Barroso y que tantas molestias está causando al vecindario. Pero su actual silencio se vislumbra como ejercicio tangible de complicidad con las tesis de su jefe inmediato. O dicho en román paladino: Donde manda capitán…
Si tú o yo debemos al ayuntamiento unos recibos, ponle el cuño de que nos caen arriba con todo el peso de la ley y pagamos por las buenas o por las malas, recargos incluidos. Pero si la cantidad adeudada asciende a unos ochocientos mil euros, ipso facto pasamos a formar parte del grupo de los privilegiados. Sí, tanto debes, tanta categoría ostentas y cuanto trato preferencial mereces. Poderoso caballero don dinero, para entendernos. Yo te adquiero la nave, tú quedas en paz con la conciencia deudora y…
Y después viene lo bueno. Porque las reformas que se deberán acometer para adecuar el edificio a los usos previstos, supondrá un incremento tal que si el Consistorio se hubiese decantado por la fórmula que los grupos políticos precitados proponen, lo mismo podríamos disfrutar de unas dependencias tan holgadas como eficaces. Nuevas, flamantes, espaciosas, adecuadas.
Son las cabezonerías de que todo lo privado funciona mejor. Al alumbrado público me remito. Y la empresa que gestiona su mantenimiento guarda estrecha relación con el apellido Soria. ¿Casualidades? Qué va, no seas mal pensado.
En un municipio que tiene una tasa de paro impresionante, su alcalde opta por el recurso de premiar a un defraudador. La posibilidad de que se pueda contratar con una empresa local la construcción que se deja mencionada no entra en los cálculos de la autoridad. Hay que cumplir con los nuestros. Como ocurrió en la zona de Los Príncipes en Realejo Bajo. Nosotros, alegarán, no tenemos competencias en cuestiones de trabajo. Pero sí para darle ídem a todos los concejales para que luzcan palmito, se rodeen de asesores, se fotografíen y se establezcan cómodos horarios.
A la par, entre empresas municipales y privatizaciones, las funciones disminuyen –lo que facilita reuniones partidarias en cualquier momento del día– pero no el sueldo asignado. El rendimiento se mide en retratos del bien quedar. Si nos sobran euros porque no acometemos lo que el pueblo necesita y demanda, presumiremos de buena gestión –qué incongruencia– y añadiremos unos kilos de piche a nuestro plan de barrios. Ostentaremos presidencias de patrimonios de no sé qué, mientras el nuestro se halla por los suelos o como mucho a la altura del betún. Y qué contarte de las entradas y salidas de la población.
¿Y no ves nada bueno? Poco, muy poco, porque el mantenimiento de los servicios esenciales es norma de obligado cumplimiento. Aunque nos hayan acostumbrado a que se califique como éxitos de una labor encomiable. Eso sí, felicidades por la mercadotecnia.

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